—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El enésimo partido Barça-Madrid (y 6)

(Lee la entrega anterior)

Enfundado en su bata de estar por casa, don Faustino acababa de echarse en el sofá. Había cenado frugalmente, como todas las noches, excepto cuando comía fuera. Estaba cansado –los lunes se le hacían cuesta arriba tras un relajante fin de semana y por culpa de un horario muy concentrado de clases en dicho día– y decidió distraerse un rato viendo las imágenes grabadas del partido Nadal-Federer que se había disputado el domingo. Ya sabía el resultado de la final del Masters de tenis de Londres pero no le importaba. Le gustaba el deporte, especialmente como practicante, aunque a su edad ya se lo tomaba con mucha calma, pero si lo hacía como espectador no era sino como un medio de evasión relajada y placentera, sin perder la compostura ni el sentido común, sin banderías, por el simple hecho de ver un espectáculo.

Por eso los encuentros de Nadal-Federer, en un deporte de caballeros y damas como era habitualmente el tenis, le reconciliaban con el silencio (¡qué raro el silencio en un encuentro deportivo!), con el esfuerzo individual, con el respeto y hasta la amistad con el jugador contrario y con la visualización de un espectáculo lleno de emoción en sí mismo. A esas horas estaría finalizando el tan traído y llevado Barça-Madrid de fútbol, del que había oído hablar a sus alumnos desde hacía semanas, a sus colegas de profesión, al panadero, al quiosquero, a todo quisque. Un hartazgo, una cantinela que alcanzaba nivel de comedura de coco nacional. Así que se arrellanó en el sofá y empezó a ver el partido de tenis. En esas estaba (y dando ya algunas cabezadas) cuando sonó el teléfono:
«…Este es Manolo. Sólo él tiene las agallas de llamarme entre las diez y las doce de la noche. ¿Qué diablos se le habrá ocurrido decirme?».

~Sí, Manolo, dime, soy todo oídos aunque ya esté con los ojos entornados.

» A esas horas estaría finalizando el tan traído y llevado Barça-Madrid de fútbol, del que había oído hablar a sus alumnos desde hacía semanas, a sus colegas de profesión, al panadero, al quiosquero, a todo quisque.

~Voy a hacer una obra de caridad, Faustino, diciéndote que cuando el partido está a punto de acabar, el Barça le mete cuatro goles al Madrid.

~¡Coño!, ¿y para eso me llamas?

~Tranquilo, Fausti, tranquilo… Ya sabes que yo te quiero mucho. Cómo no quererte si te vengo aguantando desde que éramos niños y tú a mí lo mismo pero es que, mañana en el Instituto, la comidilla de todos tus alumnos y colegas va a ser el 4 a 0 del Barça al Madrid y… ¡coño!, ¡cinco a cero!, gol de Jeffren, que ya hasta los canteranos fusilan a Casillas. Pues más a mi favor. Mañana, Faustino de mis entretelas, vas a ser el hazmerreír de todo el centro educativo si afirmas no saber nada de la manita culé a los merengues… Y como yo te quiero mucho quiero evitarte ese mal trago.

~¿Y cómo lo vas a evitar, Manu? ¿Enviándome por Seur la copia del partido para que esta noche lo vea todo enterito? ¿Pero tú no eres ese amigo de la infancia al que el fútbol le provocaba vómitos y cagaleras o, a la vejez viruelas, ahora lo usas como antidiarreico? ¡No me digas que te estás tragando semejante engendro!

~Estás en otro mundo, Faustino. Por la misma razón que te quiero dar unos datos sobre el particular para que mañana no hagas el ridículo con tus alumnos y te tomen por un marciano sin credibilidad alguna, yo llevo haciendo lo mismo desde las nueve de la noche porque mañana mis clientes y camaradas no van a hacer otra cosa que hablar y discutir sobre este engendro y yo voy a tener que darles carrete y hasta opiniones muy sesudas porque si no al día siguiente no vuelven y se van a la competencia. Claro que tú eres un funcionario inamovible al que le da lo mismo tres que ocho y yo un pequeño burgués que se gana la vida vendiendo cafés al populacho y, por eso mismo, depende de su humor y complacencia el que yo pueda seguir ganándome el jornal.

~Joder, Manu, no te pongas así, es que a quien se le cuente que casi a las once me llamas para esta chorrada se retorcerá de la risa tres días seguidos.

~Que no te enteras, Contreras… Que no es una chorrada, Faustino, que el maldito partido tiene tal carga de profundidad que hasta a los incrédulos como nosotros nos salpica. ¡Que no estamos ni vivimos solos, Faustino!

~Me parece que por primera vez en mi vida mañana voy a hacer novillos quedándome en la cama durmiendo como un bendito…

~Eso se lo cuentas a otro que no se llame Manolo. ¡Osti, Faustino, la que te estás perdiendo!

~¿Qué te pasa? ¡No me asustes!

~¡Qué pifostio se está armando! El Ramos, el niñato, acaba de arrearle con rabia canina un patadón por detrás al Messi, por la espalda, quien se ha tirado al suelo revolcándose en plan teatrero, mientras llegan todos los demás jugadores y se arma la de San Quintín. ¡Osti! Al Ramos le ha dado un ataque de locura y acaba de empujar a Pujol y lo ha tirado al suelo. Pero, ¿no juegan en la misma selección de fútbol y son amigos? Con lo bruto y fuertote que es Pujol y lo ha tirado al suelo como si fuera una colilla. El árbitro saca tarjeta roja, a Ramos se lo llevan hacia la banda porque el tío está que se come un caballo vivo y… ahora… joder, salta el Xavi, que estaba en el banquillo y le dice algo y entonces el Ramos le da un empujón en la cara… ¡Pero qué bello espectáculo! ¡Qué finura, qué educación deportiva, qué de qué!

~Estás inventándote una trola muy gorda para hacerme picar en el anzuelo, Manolo.

~Que no, Faustino, que es verdad. Que se ha liado la de dios…

~Me parece que te has equivocado, Manolo. Tú a quien tienes que llamar no es a tu amigo Faustino sino a los antidisturbios…