—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El examen (3)

(Lee la entrega anterior)

—Sergio… Sergio Matute. Me parece a mí que hoy te has dejado tu espíritu deportivo en casa. Estás copiando. (Y haciendo un ademán…) Se interrumpe el control durante unos momentos. Ese tiempo será descontado posteriormente.

La clase, que ya estaba en silencio, se quedó todavía más silenciosa. No me pregunten cómo se puede calibrar eso, pero así ocurrió.

» Don Faustino se dio cuenta que había metido la pata.

—Querido Sergio: ¿hacía falta que entraras al examen con las dos piernas por delante, máxime cuando ya está acabando y lo pierdes por goleada? He dicho diez mil millones de veces, sin exagerar, que lo primero de todo es la deportividad y el juego limpio. Como estamos en un instituto bilingüe, también lo diré en inglés: fair play, amigo.

»Hay que demostrar lo que uno vale y sabe sin trampas ni cartón porque se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. A mí no me vas a engañar, ni a tus compañeros. Sólo tú te estás engañando. El árbitro no es tonto ni ciego aunque le importe un pito lo que piensen de él los demás. No sé porqué lo has hecho cuando no tenías ninguna necesidad de ello. Y menos usando esa torpe estrategia de usar el pañuelo como chuleta y aparentar hoy que estás algo resfriado. Por si no te has dado cuenta el pañuelo con el que simulabas sonarte la napia está lleno de tinta de bolígrafo y no de mocos.

Los críos, que son más crueles que los adultos, empezaron a reír sin parar. Cualquiera que hubiera entrado en esos momentos en el aula creería que los allí presentes se examinaban de “locura”. Quién sabe: cualquier día nuestros gobernantes la convierten en asignatura. Don Faustino se dio cuenta entonces que había metido la pata, que su indignación por la deslealtad de Sergio le había llevado a ridiculizarlo. Aquello había sido un grave error, aún sin quererlo, y en cuestión de segundos resolvió que había que hacer algo por subsanarlo.

—Una vez, hace ya bastantes años, pillé a un alumno copiando en clase. Le dije que en ese mismo momento le ponía un cero. En vez de reconocer su error me dijo que no merecía semejante nota, a lo que no tuve más remedio que contestarle que yo también creía que no se la merecía pero que el cero era la nota más baja que me permitía el Ministerio. Me di cuenta entonces que aquella gracieta la dije en el momento menos adecuado. No pretendí ridiculizar a aquel alumno tramposo pero desgraciadamente lo conseguí, aún sin querer. Le pedí perdón, reconociendo mi error, aunque lógicamente le mantuve el cero. Hoy, muchos años más tarde, me ha vuelto a suceder la misma historia. No añadáis vosotros con vuestras risotadas más leña al fuego, o sea, a mi error. Igual que entonces, Sergio, te ruego perdones mi ingeniosa frase de “la napia y los mocos” pues no era mi intención que el resto de la clase hiciese cuchufletas con ella. Pero, también igual que entonces, tu control va a tener la nota más mínima, valga la paradoja. Y ahora, antes de seguir con el examen, ¿alguien ha sacado alguna conclusión positiva de todo esto?

(Continuará…)