—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El forastero (1)

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—Faustino, estoy deseando que llegue el mes de septiembre a ver si los que se han ido de vacaciones regresan, los futboleros empiezan la temporada y los colegios abren sus puertas porque es que no sólo no hago un duro de caja sino que, lo que es peor, me aburro como una ostra. Y ya sabes que a mí, las ostras, ni fu ni fa.
—Tu queja llega tarde, Manolo. Tenías que haberme hecho caso y haber cerrado. Quince días en la última quincena de agosto no hacen mal a nadie y tú, que ya no eres un pipiolo, necesitas descansar…

—Yo lo que necesito es pasta gansa, Fausti, que ando más seco que la mojama. Cuando llegó la crisis las cosas empezaron a ponerse feas pero es que ya se han puesto feísimas… En estos momentos no gano nada más que para pagar los abusivos impuestos. No me queda nada para comer. Así que llevo ya varios meses tirando de los ahorros de cuando las vacas gordas. ¡Y menos mal que el local es mío, que si llega a ser alquilado, a estas horas ya tendría la soga al cuello!
—Los de tu gremio siempre os estáis quejando pero esta vez creo que a la mayoría os asiste la razón. Muchos han tenido que echar el cierre. En tu caso, siempre te quedará una bala en la recámara: ponerte a dar clases particulares…
—¡Quita, quita! No seas malaje, Faustino. A los niños no los puedo ver ni en pintura, ya lo sabes. Es algo genético, qué quieres que te diga. Para venderles una coca cola, pues vale. Pero para hacer que aprendan algo de provecho… Mis huesos y mi cerebro no están hechos para eso…
—Tarde te diste cuenta, macho…
—Jo, y tan tarde… Con el Magisterio ya aprobado y un par de años de prácticas en un colegio de los Salesianos. Menos mal que rectificar es de sabios…

» Así que llevo ya varios meses tirando de los ahorros de cuando las vacas gordas.

—Pues aplícate el cuento y a ver cómo consigues salir de ésta, que la crisis va para largo…
—Pues, mira, había pensao…
—Buenas tardes, señores…

Casi como si fuera un milagro, acababa de entrar en el local un cliente. Manolo, el dueño del Bar, y don Faustino, el viejo profesor, amigo suyo, se miraron con cierto asombro. El forastero debía tener unos cuarenta años, era alto e iba bien trajeado. Lo más destacable de su fisonomía era un bigote como los de antes, de esos que tenían medio kilo de pelos.

(Continuará…)