—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

¡Vaya día! (y 5)

(Lee la entrega anterior)

El Pelucas, apodado así por la hermosa cabellera postiza con que ocultaba su calvicie de nacimiento, se vio obligado a tomar la palabra:
—Cuando el Pera, o sea, el atracador, nos dijo que esto era un atraco, valga la redundancia, salieron echando leches de la oficina…
—Aprovecharon que éste –ahora hablaba el Pera, refiriéndose al Pelucas– se medio desmayó del susto y salieron por la puerta a toda velocidad.
—Seguramente para avisar a la policía, que era más urgente que avisarle a usted. –Juammi el Chispas también se vio impelido a dar su opinión–. Instantes después debí llegar yo y como vi al Pelucas con tan mala pinta, echao encima de la mesa, acudí deprisa a avisarle a vuesa merced…
—¡Encima con pitorreo, Juammi?

» Matute salió de la oficina dando saltos de alegría. Su sueño quizás sería pronto realidad: ser concesionario oficial de una marca de coches de fama mundial.

—Discúlpeme, jefe, todavía me dura el nerviosismo y me ha salido así la frase… Perdone que se lo diga, pero yo creo que a todos nos sentarían bien unos días de vacaciones…

En aquellos momentos empezó a sonar el móvil de Matute. No se atrevía a cogerlo. Miró el cuadro humano que tenía delante de sus ojos y decidió recibir la llamada…
—Otra desgracia. ¡Estoy seguro que esta llamada es otra desgracia!
—No la coja, jefe, no la coja —soltó el Pelucas, todo preocupado.
—Seamos valientes. Aquí la única desgracia imperdonable sería que el Barça no gane la Liga y la Champions la temporada entrante. ¿Diga…? Sí, señor Reich… sí, claro que lo recuerdo… ¿Que si podemos tener una cena de negocios esta noche? ¡Cómo no!

Los empleados (y el atracador frustrado) poco sacaron en claro de aquella llamada, pero tras colgar el teléfono, Matute se tomó con calma la escena y las miradas inquisitivas que le rodeaban, respiró profundamente, sacó un puro de un bolsillo de su chaqueta, lo encendió, dio un par de caladas echándoles el humo a los mirones y dijo como el que no quiere la cosa, como sin darle importancia:
—Hoy sólo me faltaba quedarme embarazado. ¡Pues ya lo estoy! Dentro de nueve meses aproximadamente Matute tendrá un nuevo vástago.
—¿Un nuevo qué? —preguntó el Pera, cuyo caletre ciertamente no daba mucho de sí.
—Una nueva criatura, merluzo. ¡Talleres Matute crece y pronto será el concesionario de una marca de automóviles de fama mundial y de alto copete!
—¿De alto qué? –volvió a preguntar el merlucilla…
—Enhorabuena, señor Matute… ¿Y cómo se llamará la criatura?
–preguntó el Pelucas, todo ilusionado.
—Mercedes… Sí, casi con toda seguridad, Mercedes…

Matute salió de la oficina dando saltos de alegría. Su sueño quizás pronto sería realidad: ser concesionario oficial de una marca de coches de fama mundial. Se fue directo a la calle y se olvidó de todo: del “aprobado” de su hijo Sergio, del frustrado atraco del Pera, de Berlín, de su dedo rebanado, del día tan desastroso que llevaba y hasta del Barça de sus amores eternos. De pronto se paró en seco y se dio una palmada en la frente:
—¡Coño! Ahora que recuerdo, he atribuido la frase “sólo sé que no sé nada” a Aristóteles… cuando me parece que la dijo Sócrates… Joder, qué fallo, qué fallo…

Luego prosiguió la marcha. Las risas de Sebastián Matute se oían a dos kilómetros a la redonda.