—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El primer partido (1)

versión
completa

El primer partido de la temporada estaba a punto de comenzar. Los jugadores brincaban sobre el césped a fin de mantener a punto su musculatura. El sorteo le había deparado al Rayo un rival a priori poco asequible: un recién descendido. Dicho en otras palabras, un reciente ex-primera división. Y por si esto fuera poco, jugaban como visitantes.

Piquito estaba en su puesto, junto a la línea divisoria. Saltaba y estiraba sus piernas. Aún quedaba un minuto para que el árbitro pitara el inicio del primer partido de liga del Rayo de Mospintoles en la división de plata del fútbol español. A nuestro héroe le llamaba la atención las dimensiones de los graderíos, capaces de albergar a más del triple de espectadores que el Campo Municipal de Mospintoles, remodelado durante el verano en un tiempo récord y ahora con un nombre nuevo.

» Transcurrieron los cinco primeros minutos de juego y Piquito empezó a notar algo extraño. El Rayo no acababa de entrar en juego.

Ya a su llegada al estadio le habían sorprendido los vestuarios. Habituado a jugar en campitos, con vestuarios acordes a la categoría de los equipos (que más bien parecían probadores), los vestuarios de este ex-primera le parecían a Piquito inmensos. Y se preguntó cómo serían los vestuarios de los grandes de la primera división. Seguro que uno cualquiera era más grande que todo el piso de protección oficial donde vivía con su madre, en un suburbio de Mospintoles.

Recordando ahora su ciudad natal le vino a la mente el campo donde la temporada pasada —hacía tan sólo tres meses— saboreó las más dulces mieles del éxito y se había convertido en el héroe local con aquel ovacionado hat trick. Aquellas imágenes se le presentaban a Piquito tremendamente lejanas. La pretemporada había sido corta, como siempre, e intensa y cansada, como siempre.

Recordó la llegada de Metzger. Su fichaje estuvo rodeado de un halo de misterio. El alemán era políglota (Piquito decía “polítono”, dejándose llevar por la jerga inalámbrica) pues hablaba cuatro idiomas. Además de su lengua materna sabía expresarse correctamente en inglés, francés y holandés, y al castellano que se iba adaptando. Metzger entrenaba con inusitada intensidad. En varias ocasiones hubo necesidad de pedirle que se empleara más suave, porque iba a acabar lesionando a alguno. Piquito creía que el alemán entrenaba con tanto vigor para demostrar que había sido internacional con su país y que su calidad estaba varios puntos por encima de la del grupo. Metzger había bajado algo el ritmo en los entrenamientos, pero se le veía refrenado, como si no estuviera a gusto.

Piquito dejó de ensoñar y se fijó en los rivales que tenía enfrente. Alguien durante el viaje se había mofado: “Muy buenos no serán, cuando han bajado”. Notó que uno de ellos llevaba largo rato observándole fijamente. El mospintoleño le miró de frente y sonrió, pero no percibió ningún gesto amable. Ya estaba acostumbrado a que los rivales más veteranos quisieran intimidarle con el juego de miradas. Decidido a no dejarse pisar el terreno alzó la cabeza en un gesto amistoso y sonriendo saludó con un “¿Qué hay, majo?”. El rival quedó sorprendido de la jovialidad de Piquito, y éste, sin ninguna mala intención, añadió: “Te tengo en el álbum de cromos de la liga, de cuando yo era niño”.

Un par de compañeros del aludido rompieron a reír, mientras el veterano, amoscado, repuso: “No te jode, el niño; a ver si tengo que darte un soplamocos por listillo”. Piquito se encogió de hombros y le espetó: “Allá tú; te expulsarán”. En aquel instante el trencilla, ajeno a este cruce dialéctico, pitó el inicio del partido.

Ya en los primeros compases a los rivales se les vio motivados. “Habrá tiempo para bajarles los humos”, pensó Piquito. Muchos partidos había jugado en los que de salida parecía que el rival se los iba a comer pero luego se iba desinflando a medida que pasaba el tiempo.

Transcurrieron los cinco primeros minutos de juego y Piquito comenzó a notar algo extraño. El Rayo no acababa de entrar en juego. No encontraba su sitio. Aquellos ex-primeras estaban en todas partes. Llegaban antes a los balones con muy poquito esfuerzo aparente.

(Continuará…)