—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El tiburón y la orca (1)

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completa

Segismundo Álvarez Colón llevaba presidiendo los Plenos del Ayuntamiento de Mospintoles casi 16 años [que multiplicados por sus 365 días dan para discutir, para defraudar, para enfrentarse con los siempre vecinos del municipio, amigos en ocasiones (sic)].

Cuando López y Basáñez, acompañados por Piquito, entraron en el despacho, el alcalde se hallaba sentado a una gran mesa utilizada para las reuniones, apartada de la destinada a despachar los asuntos propios de su cargo. Junto a él se encontraba María Reina.

» A Segis no le gustó que López tomara el mando de la situación […]

La sonrisa de María le pareció a López más sincera que la del alcalde. El empresario, adelantándose, y como mandan las más elementales reglas de cortesía, saludó en primer lugar a la teniente de alcalde, tendiendo luego la mano hacia Segis, quien se la estrechó tibiamente. No fue un apretón de hombres, lo cual disgustó a López, pues cuando tuvo la mano de Segis entre la suya le pareció apretar un pescadito húmedo, blando y escurridizo. A pesar de ello, Segis le mantuvo la mirada, por lo que López no supo cómo juzgar a este hombre: por un lado estaba la pusilanimidad del estrechamiento de manos y por otra la firmeza de su mirada.

Sin perder más tiempo en consideraciones parecidas, López presentó a Basáñez como el abogado de la firma López&Asociados, la cual se convertiría en accionista mayoritaria del Rayo tras la transformación en sociedad anónima deportiva.
—…y nos hemos permitido traer con nosotros al mospintoleño del momento, al héroe que ha hecho posible la hazaña de que nuestra ciudad figure entre los grandes del fútbol español.

Piquito sonrió abrumado, y dando un paso hacia delante tendió la mano al alcalde quien, aceptándola, dio un par de palmadas con su mano libre en el hombro al chaval, diciendo con sinceridad:
—Te hacía más alto. Los héroes suelen ser de talla considerable —y añadió—, pero los bajitos también sabemos ganar batallas. Enhorabuena por tu éxito que lamentablemente me perdí por un error en el ajuste del calendario de mis compromisos —y dejó que una sombra de acritud tiñera estas últimas palabras.
—No se perdió usté na’, alcalde. Lo pue’ ver todo en el DVD.
—Pero no es lo mismo, joven. La intensidad del directo, el calor del estadio, eso no lo ofrece la tecnología.
—Pero a na’ que pueda, yo se lo voy a dar a usté otra vez este año. Vamos a subir a primera, alcalde.

Piquito se estaba excediendo en su cordialidad. Ni a María le interesaba que Segis viviera como alcalde nuevos éxitos del Rayo, ni a López le gustó que confundiera deseos con voluntades.
—Lo cierto, Piquito, es que hemos venido a ver al señor alcalde para tratar una serie de asuntos que son de una importancia capital para el futuro del Rayo. Si no conseguimos convencerle de nuestros buenos propósitos, tal vez el Rayo ni siquiera pueda jugar este año en segunda división.
—Eso no pue’ ser, ¿verdad, alcalde? To’ Mospintoles quiere ver al Rayo en segunda, peleando por subir a primera, y jugando la Copa contra los grandes.

Piquito, ajeno a las componendas de los políticos, había dado la de cal, metiendo presión a Segis, ya que para las elecciones municipales, que se celebran el cuarto domingo de mayo cada cuatro años, restaban once meses, y Segis pretendía volver a ser el candidato por su partido.

Como quiera que el chaval, en su candidez, sólo podía empeorar las cosas, López volvió a intervenir.
—No querríamos entretenerle más de lo necesario, señor alcalde, por lo que cuando desee podemos sentarnos para exponerle nuestros planes.

A Segis no le gustó que López tomara el mando de la situación, y Piquito, por su parte, entendió que había llegado el momento de marcharse.
—Yo me voy a excusar, señor López —que fue lo que el empresario le había dicho—, y me tengo qu’ir.

(Continuará…)