—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El tiburón y la orca (2)

(Lee la entrega anterior)

Y sin más, Piquito abandonó la oficina. Segis quedó perplejo, mirando a un lado y a otro un poco amoscado.
—¿Pero que bicho le ha picado a este muchacho? ¿Pues no se ha ido a la francesa sin decir adiós?
—Costumbres de la juventud, sin duda, señor alcalde —intervino María, que algo se comenzaba a oler, pues la frase de Piquito había sonado artificial.

López decidió aprovechar el camino abierto por el figura instantes antes.
—Esta juventud tiene la costumbre de decir las verdades sin ambages, señor alcalde. Ya le ha oído; todo Mospintoles espera ver al Rayo jugando en segunda división. Como bien sabe, para ello precisamos convertirnos en sociedad anónima.

» Segis abrió la carpeta […] y no pudo reprimir una exclamación desagradable que a buen seguro era esperada por López.

—Sin duda ustedes tendrán todo ese proceso bien proyectado —zanjó Segis, obstinado en no dejarse pisar el terreno en su propio despacho y deseoso de marcar el tempo de la reunión.
—La Liga de Fútbol Profesional nos exige, empero, una serie de requisitos que de no cumplirse harían inútil cualquier esfuerzo en esa dirección. Uno de ellos es el aforo del estadio.
—¿Y qué le pasa al estadio? —deseó saber el alcalde.
—Que no reúne ni la cantidad ni la calidad necesaria para albergar encuentros de segunda división. Hablamos de vestuarios, de localidades de asiento, de tornos, de accesos, aparcamientos… —enumeró López.
—Pare, pare, López. Supongo que no ha venido hasta aquí para decirme qué le falta al viejo estadio municipal, por lo que aventuro que ya tiene usted un estudio de costes de todas esas reformas.

La reunión se había precipitado sin los prolegómenos que hubieran sido menester, y allí se encontraban López, un viejo tiburón, y Segis, una no menos vieja orca, que nunca antes habían estado cara a cara, aunque ambos se conocían como se conocen dos púgiles que nunca han pisado el ring a la vez pero que llevan largo tiempo preparándose para el gran combate.
—Y aventura usted bien, señor alcalde. Le agradezco que nos facilite las cosas…
—No estoy diciendo que vaya a facilitarle nada, señor López —volvió a cortar Segis.
—Me refería a la exposición de hoy, señor alcalde —se defendió López dejando a Segis algo incómodo por el desliz—. Al presupuesto de modernización del estadio habrá que sumarle la premura con que habrá que actuar y que a buen seguro cualquier empresa repercutirá en el presupuesto.
—Cualquier empresa excepto la suya, supongo… —advirtió Segis taimadamente.
—De eso, si me lo permite, hablaremos más tarde —aplazó López mientras colocaba delante de Segis y de María sendas subcarpetas que Basáñez había extraído de su maletín mientras hablaban.

Segis abrió la carpeta con el logo de Industrias López&Asociados y no pudo reprimir una exclamación desagradable que a buen seguro era esperada por López.
—Sin duda esto es una broma, López. Apostaría con los ojos cerrados a que el estadio vale menos que la reforma que aquí se halla presupuestada.

El empresario guardó silencio y miró con calma a María, que ya había pasado al desglose del presupuesto, en las hojas posteriores del dossier, mientras Segis había cerrado la carpeta y la había apartado de sí.
—¿Y qué es eso de la recarga por la premura?
—Señor alcalde, desde el mes de enero el Consejo de Administración del Rayo de Mospintoles ha enviado a este Ayuntamiento al menos siete peticiones de reunión bilateral para tratar este asunto. Y ello porque veíamos que nuestro Rayo estaba en disposición de lograr la gesta que finalmente se alcanzó gracias al trabajo, al tesón y a la ilusión de un grupo de convecinos nuestros.

López hizo una pausa, mientras Segis interrogaba a María con la mirada, y ésta, por toda respuesta, enarcó las cejas.
—En sus solicitudes nunca nos anticiparon ustedes el motivo de esas entrevistas —puntualizó Segis—. Bien pudo usted haber hecho mención a esta situación que ahora nos presenta.

(Continuará…)