—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Entrevistas, reuniones y fiestas (y 4)

(Lee la entrega anterior)

A López le molestó la familiaridad con que la muchacha les trató tanto a ellos como al alcalde. Pero allí no había nadie más. El resto de funcionarios debían estar tomando el café… Todos al mismo tiempo, como reza la tradición en España.

Cuando se disponían a salir de las Oficinas Generales para dirigirse a la planta superior, Mari Pili, ni corta ni perezosa, se dirigió a Piquito:
—¡Oye, chaval! Tienes que firmarme un autógrafo para que mis amigas me crean cuando les diga que has estado conmigo.

» —Hemos venido aquí a una reunión muy importante para el Rayo. Todo puede llegar a depender de las formas […]

A Piquito el desparpajo de la rubia Mari Pili le agradó; con una sonrisa de oreja a oreja aceptó gustoso el bolígrafo que le tendían y se dispuso a firmar.
—Pero pon: “A Mari Pili con todo mi cariño”. Y firmas.

Piquito se embarazó un tanto. Sabía escribir, pero aunque le hubieran dado cien euros en aquel momento no habría podido decir cuando fue la última vez que escribió algo. Posiblemente fue añadiendo algo a la lista de la compra que hacía su madre.

López observaba la situación entre divertido y molesto por las confianzas que se estaba tomando la secretaria, y el más que perceptible encogimiento que sufrió Piquito fue interpretado correctamente por López cuando reparó en la letra redondilla con la que Piquito escribía sumamente despacio. Demasiado despacio para su gusto, impaciente por llegar a su cita cuanto antes.
—Habrá que hacer también alto al respecto —le susurró López a Basáñez, quien tampoco perdía un ápice de la escena.
—Habrá que irle persuadiendo de esa necesidad —convino éste.

Rubricado el autógrafo y sin esperar al agradecimiento de Mari Pili, no fuera a ser que se tomara nuevas libertades, López instó a Piquito a seguirles. Subieron por las escaleras, y en el descansillo el hombre de finanzas hizo un alto para aleccionar a Piquito sobre su cometido.
—Piquito, hemos venido aquí a una reunión muy importante para el Rayo. Todo puede llegar a depender de las formas…, de lo que hagamos —se corrigió el empresario—. Ahora vamos a ver al alcalde. Has de saludarle cortésmente, como eres tú siempre. Pero cuando nos vayamos a sentar te excusas y dices que tienes que marcharte. Lo que vas a hacer es irte a los jardines del ayuntamiento, y esperarnos allí.
—¿Donde el taxi? —cortó Piquito.
—Sí, por allí cerca. ¿Recuerdas el autobús con la música? Pues en poco tiempo estarán ahí. Ellos te van a reconocer —añadió mirando fijamente a Basáñez—, y quiero que te sumes a la fiesta  y que firmes autógrafos, que te los van a pedir.

López comenzó a subir el último tramo de escaleras, cuando una nueva idea sin expresar le detuvo:
—Pero sin dedicatorias –matizó–. Lo que quiero es que el alcalde vea lo popular que eres en todo Mospintoles. Subamos.

Ya en la planta superior les fue sencillo encontrar el despacho de Alcaldía. Antes de franquear aquella última puerta les atendió la secretaria particular del Alcalde, a la que comunicaron el motivo de su visita, y tras la inevitable llamada por el intercomunicador, les invitaron a pasar.

(Continúa en el siguiente cuento…)