—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La soledad del propietario (1)

versión
completa

El ascenso del Rayo de Mospintoles a segunda división supuso un revolú en toda la ciudad. Los aficionados al fútbol —aunque nos cueste creerlo— no alcanzamos a ser la mayoría, pero en casos como el que nos ocupa la catarsis alcanzó a todo el pueblo.

Nadie en la ciudad quedó ajeno a la buena nueva. Y unos más que otros, pero en general cualquier vecino se ufanaba de que el equipo de la ciudad hubiese cosechado un éxito deportivo histórico.

Otra cosa era lo que cada cual quería atisbar en el destino que traería el porvenir.

» Se había rodeado de hombres de paja cuyas voluntades le era fácil dirigir.

Estaban los meapilas que ya pronosticaban el ascenso a la primera división. Había devotos que veían en el éxito deportivo un éxito social, económico y político para la ciudad. Incluso los había fanáticos que auguraban triunfos cuando la lancha torpedera que era el Rayo se enfrentara con los dos acorazados de la primera división, el Barça y el Real Madrid.

Pero López sabía que el equipo debía pasar por una completa remodelación. El Rayo de Mospintoles era un juguete en las manos de este empresario con talento. Un juguete que esperaba utilizar a modo de escaparate para mejorar su prestigio personal y el caché de sus empresas. Pero esa tarde de domingo López le estaba dedicando su tiempo, planificando el futuro próximo de su juguete.

El Rayo fue superior en la división de bronce española, pero ahora, en la antesala de la elite del profesionalismo, debía reforzarse con fichajes acordes a la categoría. Quizá había cuatro o cinco jugadores entre sus filas con calidad para jugar en la segunda división, pero los demás eran jugadores de tercera, todo lo más de segunda B. Y así era impensable siquiera mantenerse en la categoría de plata.

No iban a ser cambios fáciles. Primero y más importante por el montante total de la operación. Contratar cerca de una veintena de jugadores con la calidad requerida supondría un desembolso que López no estaba siquiera dispuesto a considerar. También sabía que cortar de raíz los lazos de amistad e incluso de hermandad que existían entre jugadores, directiva y afición, iba a ser doloroso. Salvo media docena de jugadores, el grueso del equipo era mospintoleño.

López, dueño y señor de sus empresas, aunque todas con participación de socios minoritarios, no estaba acostumbrado a tomar decisiones colegiadas. Pero la ley del fútbol, o por mejor decir, la de Sociedades Anónimas Deportivas, le compelía a ello.

Se había rodeado de hombres de paja cuyas voluntades le era fácil dirigir. Pero esto tiene una contrapartida, y es que cuando se complican las cosas estas mentes son más bien poco útiles. O para ser sincero… son unos inútiles que nada pueden aportar.

(Continuará…)