—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La verdad os hará libres (1)

versión
completa

Son las cuatro y media de una veraniega tarde mospintoleña que arde por los cuatro costados. El sol abrasa todo lo que se le pone por delante, invitando a pasar la siesta en casa bajo el tímido soplo del aire acondicionado o a refugiarse en un lugar público combatiendo la calorina con algo fresquito que llevarse al cuerpo.
—Manolo, ponme un hielo con Cocacola…

Manolo, el dueño del bar que se lleva su mismo nombre, se da la vuelta y —entre sorprendido y jocoso— saluda a la chica recién llegada.
—Eres como un gato, Susana. No se te oye al caminar.

» No sé de qué hablarán porque son como el agua y el aceite pero Dios los cría y ellos se juntan.

—Será que estás medio sordo.
—También, mozuela. Me has pillado concentradísimo echando cuentas de lo poco que llevo ganado en el día de hoy. Con estos sofocantes calores la gente sólo sale a la calle por necesidad o a partir de las diez de la noche, hora que ya me pilla con el chiringuito cerrado. Tengo menos porvenir en este negocio que tú en la radio local con ese engendro de “Radio Pelota”.
—El año que viene se jubila por fin el jefe de deportes así que, si soy capaz de montármelo bien, lo mismo podría sustituirle…
—Ay, pájara, cuántos pajarillos tienes en la cabeza… ¿Qué me habías pedido?
—Cocacola congelada, Manolo —poniendo serio el semblante—. Y a los de ahí dentro, ¿qué tal les va?
—Eso es lo que te trae por aquí, ¿eh pájara?…
—No voy a contar nada de lo que se está cociendo aquí esta tarde aunque comprenderás que quiera saciar mi curiosidad…
—Pues sí —Manolo baja la voz hasta niveles casi inaudibles—, los dos llevan ahí quince minutos. No sé de qué hablarán porque son como la noche y el día, como el agua y el aceite pero Dios los cría y ellos se juntan.

Lo que no sabía el bueno de Manolo es que aquellos dos tipos que hablaban al final del bar, en el reservado, los había reunido allí la mismísima Susana, la chica que tenía delante de sus ojos. La pájara.

* * * * * * * * * * *

—Bueno, bueno… Tras recordar algunas historias del pasado y contar nuestra situación actual, yo camino de la jubilación profesional y tú directo al éxito deportivo, ha llegado el momento de que me cuentes para qué querías verme…
—¿Pero no se lo ha dicho la Susana, don Faustino?. ¡Ful! —Piquito puso cara de cabreo.
—Pues no recuerdo. A mis años ya empieza a fallarme un poco la memoria. Me acuerdo estupendamente de lo que ocurrió hace mucho tiempo y, sin embargo, olvido qué cené anoche…
Usté sabe que salí mal del insti. Y que soy algo ceporro en cosa de números, pa’ qué engañarnos, pero sobre tó’ en líos de letras. Si leo en el periódico una noticia sobre un asesinato no m’entero de quien es el muerto y quien el que lo ha matao

—Te lo pondré fácil, Piquito. Nunca te gustó el estudio. Siempre preferías un partidillo con los chicos mayores del barrio a ir a clase. Tu madre, Inmaculada, me dijo en una ocasión, casi llorando: o mi hijo triunfa jugando al fútbol o será un desgraciado toda su vida. —Y mirando fijamente a los ojos de Piquito…— Quiero verte en lo más alto, chaval.

(Continuará…)