—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Los tres dinosaurios (1)

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completa

El asador “Castilla” pone las mejores chuletas de cordero de todo Mospintoles y alrededores. Situado en las afueras de la ciudad, colindando con la carretera de circunvalación y la zona residencial donde viven las familias más adineradas del lugar, es un local accesible para aquellos que gustan de comer una carne a la parrilla sabrosa y en su punto. Durante muchos años –casi toda la vida– su dueño ha sido Ricardo. Acaba de cumplir los sesenta y seis años y hoy ha invitado a otros dos carcamales como él, aunque algo más jovencitos, para festejar su reciente jubilación.

—A cuerpo de rey. Esta noche vais a estar a cuerpo de rey…
—Ricardo, un viejo comunista y republicano como tú, tratándonos como majestades… Hum, a la vejez viruelas…

Autodidacta toda su vida, el bueno de Ricardo se hizo comunista en la España de Franco, donde no cabían mucho los matices políticos: o eras un facha o un rojo. Su padre tuvo un restaurante de medio pelo hasta que un buen día le tocaron varios millones de pesetas en las quinielas. Todo el premio lo invirtió en comprar un local más moderno y en especializarse en las carnes. Su único hijo varón –Ricardo– le ayudó en el local desde que abandonó el Bachillerato. Estudiar no era lo suyo: le agradaba la cocina y el ambientillo que hay en torno a los fogones y a una buena mesa repleta de manjares. En cuanto pudo salió al extranjero para conocer otras cocinas y fórmulas culinarias. De esos viajes regresó con un gran bagaje de conocimiento gastronómico, una mente bastante despejada para lo que se estilaba en el país y una conciencia social que intentó desarrollar como pudo y, siempre, a escondidas. Nadie sospechó de su militancia política pues siempre supo distinguir claramente entre su profesión, como medio de ganarse muy bien la vida, y unas expectativas sociales y políticas que parecían no llegar nunca pues el dictador, pese a su avanzada edad, no tenía ganas de palmarla.

—Con el saque que tenemos, Ricardo, esta noche nos fundimos todo lo que vas a cobrar de pensión en un año.
—Ya será menos…

Ricardo se encuentra esta noche muy bien acompañado. A su izquierda, don Faustino, el viejo profesor, sesenta años recién cumplidos, y a su derecha, Manolo, quien en pocos días estrenará también la misma edad.
—¿Cómo va el bar?
—Fatal, majo.
—Siempre te estás quejando, así que sería precisa una explicación más detallada…
—Ya sabes que yo hago el ochenta por ciento del negocio por las mañanas gracias a que mi clientela se mueve en torno al centro de salud que hay al lado, el instituto y las diversas dependencias oficiales de alrededor. Por la tarde apenas rasco bola. Este verano fue horrible hasta por las mañanas. El bar es pequeño y los bocadillos, los cafés y las cervezas sólo dan para ir tirando… siempre que uno eche muchas horas en el mostrador, claro…

Manolo, el propietario del bar del mismo nombre, es un quejica razonable. Quizás por su culpa, porque en los años de bonanza económica pudo ampliar el local y meter a un par de ayudantes pero su carácter bohemio e individualista le hizo desistir de meterse en problemas. A pesar de su pelín libertario de la vieja escuela, es poco amigo de complicarse la vida.

» —Con el saque que tenemos, Ricardo, esta noche nos fundimos todo lo que vas a cobrar de pensión en un año. —Ya será menos…

—Y don Faustino, ¿qué? ¿No piensa jubilarse?
—¿Dónde voy a estar peor que así? Ya puestos a ser pesimistas, prefiero morir con las botas puestas a levantarme todos los días sin saber a dónde ir… Mi negocio se acabará el día que recoja las cuatro cosas que tengo en el Instituto. Al menos vosotros siempre tendréis un lugar al que acudir para evocar los viejos tiempos. El día que deje el Fernando Orejuela, Belmonte cambiará la llave de la puerta de entrada por si acaso me da un ataque de nostalgia y voy algún día a mirar las sucias paredes de mi antigua tutoría.
—Va, no nos pongamos tristes por estas cosas que, como quien dice, no hay mejor edad para mirar hacia el futuro…
—Hombre, Ricardo, tampoco te pases…

La noche promete ser muy larga. Es sábado y los tres dinosaurios no tienen prisa alguna. El buen palique no les va a faltar y la estupenda comida, tampoco.

(Continuará…)