—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Sebastián Matute (1)

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Sebastián Matute pidió otra cerveza sin alcohol. Tendría que conducir atravesando la pequeña ciudad, apéndice de la megacity que es Madrid, para acudir a una fiesta privada.

Le jodían de aquella manera estas estupideces ñoñas, donde había que adoptar modales y etiqueta. Seguro que conocía a todos los que allí se iban a congregar. Gentes estúpidas que por un motivo u otro se encontraban en esos momentos en la cresta de la ola que conformaba la pequeña burguesía de Mospintoles. Suerte que la fiesta no sería más que un cóctel, y a lo sumo duraría una hora. Era la presentación casi familiar de un estúpido libro escrito por un mospintoleño.

» ‘No veo al Rayo jugando en el Nou Camp. Ni con diez Piquitos. Harían el ridículo más espantoso’.

Se refrescó el gaznate (¿y de qué forma tendría que exponer esta idea en la reunión de aquella jet set paleta? A él le sonaban perfectamente las palabras «gaznate» y «refrescar» pero seguro que su mujer le abroncaba si soltaba aquella frase hecha). Se refrescó, pues, el gaznate y pensó en lo que había cambiado Mospintoles desde que él correteaba por sus calles.

El boom demográfico de los años 80 había incorporado Mospintoles a lo que se dio en llamar el Área Metropolitana de Madrid. El pequeño ayuntamiento no había perdido su independencia, pero por contra se había ganado la dependencia de proyectos de índole supramunicipal.

Primero Mospintoles se vio engullido por gentes venidas de toda España. La pluralidad española formaba el mosaico de Mospintoles, dijeron los políticos de la transición. Ahora Mospintoles estaba alienado por extranjeros venidos de los rincones más deprimidos del planeta. La multiculturalidad lo llamaban los políticos de la primera década del siglo XXI.

Los putos políticos: siempre tenían una palabra fetén para definir lo que jodían. Ahora Mospintoles estaba lleno de chinos, europeos del este, magrebíes, subsaharianos y sudamericanos. Cuidado con el término sudaca, porque si se le escapaba en la fiesta le tacharían de xenófobo reaccionario, y su mujer le abroncaría nuevamente.

En los saraos de la alta sociedad, Sebastián Matute hablaba más bien poco, por miedo a meter la pata, pero aquellos pedantes de la jet set mospintoleña lo achacaban a su saber estar. Qué botarates.

Conocía a todos los miembros de tan selecto grupo. Seguro que allí estaría don Onofre, el farmacéutico, también conocido como el boticario de la Avenida Toledo o como Onofre “el píldoras”.

Sin embargo la semana pasada el mismo Onofre había entrado en su taller cagándose en dios porque su coche, un viejo Mercedes, le había vuelto a dejar tirado; la educación hay que demostrarla siempre y en todo lugar, pensaba Sebas.

El coche llevaría la insignia de la casa alemana, pero las piezas que tenía dentro… era un milagro que aquel vehículo arrancara por las mañanas. No había dinero en casa del boticario para reparar con piezas nuevas de la Mercedes y Sebas se veía negro para encontrar en los desguaces de todo el sur de Madrid un latiguillo en buen estado con que parchear el vehículo del ostentoso don Onofre, que seguía siendo conocido como “el píldoras” entre los mecánicos de su taller.

En estas reflexiones estaba sumido cuando el alborozo de la cafetería le trajo de nuevo a la realidad. El Rayo de Mospintoles encarrilaba su final particular con un nuevo gol de Piquito. Aquel chaval… ¿quién coño sería su padre? Y cambió voluntariamente el rumbo de sus pensamientos…

(Continuará…)