—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El último partido (y 3)

(Lee la entrega anterior)

El hervor del estadio le dijo que el 3 a 1 acababa de llegar.

No lamentó haberse perdido el tercero en la cuenta de Piquito. Luego, cada vez que vio en el DVD ese gol, la imagen de María ocupaba su mente. Una ratería de Piquito, haciendo una espuela mientras cruzaba por el área pequeña, supuso el hat-trick del zagal.

Esta vez Piquito corrió por la banda, tapándose los oídos con las manos, meneando la cabeza de lado a lado ligeramente, y mordiéndose el labio inferior con los incisivos mientras era incapaz de evitar que la sonrisa le cruzara la cara de oreja a oreja.

Cuando le preguntaron por el significado de aquel gesto el chaval respondió con sinceridad: “Me salió”. Pero la pequeña historia local se encargó de interpretar el gesto de Piquito: “¡la que estoy armando!”.

La concejal de Urbanismo y Deportes de Mospintoles llenó el palco con su alegría. Retratada en aquel momento con los brazos en alto, los puños cerrados, la portada del día siguiente en los medios regionales tituló: «…Y María Reina dio la victoria al Rayo de Mospintoles».

La imagen de López, sentado y mirando para ella con media sonrisa (ensoñando, pero sólo él lo sabía) dejaba el protagonismo a la que ya era líder de facto en su partido político.

» Y ella le había respondido: “Siempre me encontrarás dispuesta…

Esa imagen le valdría a María Reina el respaldo definitivo en su ascenso en la política local. Pero eso no se supo hasta mucho después.

En el campo quedaban aún diez minutos por disputarse. Los jugadores locales no podían relajarse. Debían mantener la tensión. Como en toda final, un gol a contrapelo podía torcer una excelsa actuación. Encajar un gol ahora supondría vivir una agonía hasta el final del partido. O peor…

Sin embargo en el palco la tensión se difuminó con María como protagonista. López no lo podía creer. Esta mujer con su sola presencia le había arrebatado todo el peso atesorado durante estos últimos años.

Creyendo que estaba en racha decidió seguir tentando su suerte. Invitó a la dama a cenar tras el partido. Pero no iba a poder ser. Su marido la aguardaba para acudir juntos a una fiesta privada.

Sin embargo aquella mujer no había dicho no. Se disculpó con un casi inaudible “lo siento” y expuso su compromiso adquirido con anterioridad.

Algo bailaba en la mente de López: así que su marido aguardaba a que el partido acabara sólo porque ella había decidido acudir a presenciar los últimos instantes del encuentro… Y como bien había rebatido ella cuando se sentó a su lado, nada está decidido hasta que acaba. Ni siquiera ahora, con un 3-1 a favor.

López se estaba perdiendo la fiesta de la grada, y la fiesta que se vivía en el campo. Su equipo era dueño y señor del juego…, del espacio y del tiempo. Dos goles en contra se antojaban imposibles, pero…

El pitido final y el júbilo consiguiente pillaron a López una vez más desprevenido. Ella volvió a incorporarse de un salto, aplaudiendo, y mostraba una sonrisa sincera, exultante.

María miró a López y le tendió la mano a la vez que se volvía a disculpar por tener que ausentarse en aquellos momentos.

López cogió la mano y sin saber por qué ni de dónde le salió, hizo un torpe besamanos. Fue otro momento inmortalizado en la prensa local. El titular dijo al día siguiente: «López también se rinde ante María Reina». Sin embargo no le importó.

En ese momento él le daba las gracias por su presencia. Y ella le había respondido: “Siempre me encontrarás dispuesta… –y su voz se hizo más queda– a ayudar al equipo de mi ciudad”. López supo que había ganado algo más que el ascenso a la segunda división.