—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El último partido (2)

(Lee la entrega anterior)

El balón cayó a una banda. El extremo, rápido como una centella, llegó antes de que el cuero saliera por la línea de fondo, la colgó al área… y Piquito la cabeceó a la red. ¡¡Gooooooooool!!

La comunión del pueblo con su equipo fue total. Piquito se fue al punto central, y allí brindó al respetable cual torero curtido en años pese a su adolescencia recién perdida. Arrojó una imaginaria montera al suelo y la afición llegó al paroxismo. El estadio vivió un orgasmo futbolístico con el gesto del rapaz. Nunca Mospintoles había estado tan unido.

El semblante de López era el que reflejaba el luminoso del estadio: ¡ganaban!; ¡estaban en segunda! Le habían dado la vuelta al resultado, aunque todavía restaban más de veinte minutos.

Pero ahora la victoria era segura… ¡Tenía que ser segura! No podían existir los reveses. Los rivales, con todo perdido, comenzaron a estirarse y el partido entró en una fase de toma y daca. La grada rugía y enmudecía con cada lance ora propicio ora adverso. El partido era vibrante.

» López estaba embobado, absorto en la contemplación de aquella genuina belleza, de esas que no se marchitan con la edad.

Tanto el empate como la tranquilad en el marcador podían llegar en cualquier momento. Una idea largamente acunada cruzó fugaz por la mente de López: la segunda división obligaría al Rayo a convertirse en Sociedad Anónima. Pero él llevaba tiempo preparado para ese momento. Sólo que sin el apoyo del Ayuntamiento la cosa sería algo más complicada. Y no estaba acostumbrado a que algo se le resistiera.

Alguien se sentó a su lado, en la silla que había dejado libre momentos antes uno de sus directivos, incapaz de contenerse. López percibió un perfume de mujer. Se volvió lentamente y vio la cara sonriente de María Reina. Sus ojos sonreían más aún. Irradiaban una serenidad, una clase, una elegancia, que López había visto en muy pocas personas.

La siempre atractiva teniente de alcalde estaba ahora con López sentada en el palco. Jamás habían cruzado una palabra, aunque ambos se conocían. Después de todo, Mospintoles no era una ciudad tan grande. López era unos años mayor que María.

El presidente torció una sonrisa:
—Llegas tarde… –le espetó con una familiaridad que, de pronto, pensó que le gustaría sentir.
—Pero no me he perdido nada… –le devolvió ella el gesto–. Estaba viendo el partido por televisión. Vivo aquí al lado y me he acercado andando –explicó.

López no podía creer el desparpajo con que la concejal le estaba diciendo que había salido de casa cuando vio el partido ganado.

Decidió tentar su suerte:
—Qué bonito. Apareces cuando el partido ya está resuelto.
—Querrás decir encarrilado. Todavía nos quedan veinte minutos, y en fútbol nada es seguro hasta el pitido final –expuso ella radiante.

López estaba embobado, absorto en la contemplación de aquella genuina belleza, de esas que no se marchitan con la edad, de esas que la solera reafirma a medida que pasa el tiempo, y había perdido la noción del partido. Le cogió de sorpresa el brinco de la dama.

(Continuará…)