Cuentos de nochevieja (Piquito)
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Este relato es inusualmente largo. Si disfrutan ustedes leyéndolo la mitad de lo que hemos disfrutado nosotros escribiéndolo nos daríamos por satisfechos. Tengan todos ustedes un…
Hoy es 31 de diciembre, una fecha señalada en todo el hemisferio occidental dado que, de forma arbitraria, acaba un año y comienza el siguiente. Es fecha de buenos propósitos, se hacen propuestas de adquirir nuevos hábitos (hacer ejercicio, salir de cena con la mujer una vez por semana…) o abandonar los que son perniciosos (dejar de fumar, reducir el peso, cortar con la querida…), aunque luego, inmersos en la rutina diaria, quedarán olvidadas. Se trazan líneas maestras de actuación en planos emocionales, intelectuales o anímicos, incluso se diseñan proyectos a emprender para el nuevo año. Pocos hacen una sincera lectura del año transcurrido desde el último propósito de enmienda para, reconociendo sus faltas, tomar conciencia de sus debilidades.
» La despedida fue la que despertó a Piquito de su letargo, y por fin empezó a atar cabos sueltos. ¡Coño! No podía ser. ¡Metzger no! Vaya cara que tenía el alemán.
¿Pero por qué ha de ser precisamente el 31 de diciembre, ante la ventana de un arbitrario nuevo año, cuando la gente se pare a pensar qué quiere hacer con su vida? ¿Por qué no hacerlo el 30 de junio? ¿Y por qué no hacerlo dos veces al año, con cada equinoccio, por ejemplo? Al menos sería una fecha objetiva… Las gentes se dirían:
«…Vamos a ver qué quiero corregir en mi vida para este próximo medio año, cuando los días son más largos que las noches. O…
»…Voy a corregirme en esto y mejorar en esto otro durante estos próximos seis meses en los que la oscuridad reina sobre las horas diurnas».
En Mospintoles también hacemos cosas tan intrascendentes —o trascendentales— como éstas, y nuestros seis protagonistas no van a ser una excepción. Será interesante averiguar sus anhelos para este 2011 que de forma tan arbitraria tal es el propio guarismo del año, mañana comienza.
—Vete al grano, Mirlitón, que ya llevas medio folio y aún no has contado nada.
—Vale, vale; tienes razón. ¿Por dónde quieres que comencemos?
—¿Qué te parece si vamos a ver a Piquito? He sabido que hay algunos cambios en su vida.
—Vayamos hacia el barrio, donde se hacinan los bloques de viviendas de protección oficial… No quiero decir que donde yo vivo sea mejor, pero sí hay más espacio. No sé cómo la gente puede acostumbrarse a vivir entre cuatro finos tabiques que constriñen un espacio vital tremendamente reducido.
—La capacidad del ser humano para acostumbrarse a todo es asombrosa, viejo.
—Pero no somos abejas para vivir en colmena… Es preciso que cada ser humano disponga de su espacio. Luego llueven problemas como la violencia de género o general, y eso es porque las personas carecen de espacio íntimo.
—Mira, ahí está Piquito, leyendo el libro que le trajo Metzger hace tres días.
—¡Pero si tiene otro igual sobre la mesa de la sala! ¿Cómo se ha juntado con dos ejemplares idénticos?
—¡Ah!, no te he contado… Ayer le visitó Susana, la periodista. Y como no quería presentarse con las manos vacías no tuvo mejor idea que comprarle el libro del Pepe Reina sobre las anécdotas del mundial.
—¿Y por qué no le dijo que ya lo tenía? A buen seguro Susana se hubiera brindado a descambiarlo por otro.
—Ya sabes como es Piquito de desprendido con los objetos materiales. Yo qué sé… Lo mismo pensó regalárselo a Chili.
—Mira, ahí llega la madre, Inmaculada. Vaya como está todavía la señora. Tendrá 37 ó 38 años, pero a la vista salta que tiene una genética de envidiar.
—Calla, calla, a ver de qué hablan…
—Madre, ¿va a salir? Si me dijo que hoy no trabajaba.
—Me voy a acercar al centro comercial, a comprar algunas cosas de última hora. Los congelados para la cena de hoy. Ya sabes.
—¿Y pa’ ir ahí abajo se pone tan guapa?
—No querrás que digan de tu madre que es una descuidada, ¿eh, chaval?Piquito miró a Inmaculada de arriba a abajo y no supo qué contestar. En ese momento sonó el teléfono e Inmaculada cogió el inalámbrico de la sala y salió disparada hacia otra habitación no sin antes cerciorarse de cerrar la puerta de la estancia donde quedaba Piquito con su pierna escayolada. Hoy le habían forzado un poco más habida cuenta de que mañana era fiesta y tendría una jornada de descanso… Un día perdido, había dicho el fisioterapeuta, resignado al arbitrario calendario festivo que nada entendía de lesiones y fisiología.
Piquito, que ya sabemos que no las pilla rápido, quedó algo amoscado, tal fue la brusca reacción de su madre, que nunca tenía secretos para él. Picado en su curiosidad, y tal vez en su orgullo, decidió levantarse a ver qué oía. Desde que Metzger le trajo el libro su madre estaba algo rara. Había insistido en llevarle el bizcocho prometido a Metzger a su casa y casi le había arrancado, impaciente, la dirección y el teléfono del alemán cuando Piquito preguntó, quizá, y sin saberlo, más de la cuenta.
Entreabrió la puerta y oyó a su madre hablando casi en susurros: “¡Hostia!, aquí pasa algo chungo…”, pensó por fin el futbolista. Y como el que no quiere la cosa, y con mucho tiento para no hacer ruido, se fue deslizando por la pared y cuidando de no meter ruido con las muletas.
~…Sí que me gustaría, pero no puedo… No lo he dejado nunca solo y no lo voy a hacer en una noche como hoy y encima impedido como está.
Piquito ahora escuchaba perfectamente las frases de su madre.
~…Yo también… Aunque sólo fuera una copita. Pero no sé. Hoy ha llegado cansado, pero lo mismo no se duerme hasta las tres…
En la mente de Piquito la parte de conversación que escuchaba iba cogiendo cuerpo.
~…No a esa hora es ya muy tarde… De verdad que me gustaría, pero no quiero dejarle solo… ¡No! ¿¡Cómo se lo voy a decir!?
Piquito se sentía ridículo escuchando a escondidas desde el ángulo que formaba el pasillo. Era la primera vez que lo hacía pero también era la primera vez que su madre tenía secretos para él. Bueno, al menos que él supiera. Porque ahora que lo pensaba, su madre era joven y a la vista saltaba que estaba de buen ver. ¿Es que Inma no tendría vida sexual? A Piquito le resultó tan aberrante pensar en la vida sexual de su madre como pensar que fuera un ser desprovisto de vida sexual. Eso hubiera sido insano y su madre no podía estar tarada…
~…No, no me atrevo… aún. Bueno, ya veremos. De momento no hay nada que decirle, ¿no te parece?
¿Y quién coño sería el que con tanta insistencia pretendía a su madre? Cuando lo supiera, si el tipo no valía la pena, él se encargaría de espantarlo. ¿Y por qué su madre habla, además de en susurros, tan despacio que parecía que silabeaba las palabras?
~…Sí, yo también. No te preocupes, tendremos más días. Hoy es sólo un día más, como tantos otros… Vale, tomamos algo en el centro comercial… Dentro de media hora. Auf Wiedersehen.
La despedida fue la que despertó a Piquito de su letargo, y por fin empezó a atar cabos sueltos. ¡Coño! No podía ser. ¡Metzger no! Vaya cara que tenía el alemán.
Pensó en llamarle cuando se quedara a solas y decirle cuatro cosas, pero en ese momento su madre entró en la cocina. Aguardó unos instantes y la siguió, ahora sí, haciendo ruido con las muletas. Cuando llegó a la puerta vio a Inmaculada con una sonrisa como hacía tiempo que no tenía, y se dio cuenta entonces de que Metzger, después de todo, no sería un mal compañero para su madre. Mejor que la mayoría de lo que podía encontrar en Mospintoles. Era un tío inteligente y culto, que tenía una ficha con el Rayo mejor que la de algunos que jugaban en Primera y a buen seguro había hecho dinero en Alemania.
—¿Quién era, madre?
—Para venderme no sé qué cosméticos por catálogo. Ni siquiera el día de nochevieja dejan a una en paz.
—Eso será porque saben que es usted mu’ guapa y a una mujer así no le pué faltar una cita pa’ un día como hoy.
—Pero si ya tengo una cita —rió Inmaculada—. Hoy cenamos juntos tú y yo, querido.
—Sí, como to’as las otras noches del año, madre.
—No seas bobo. Hoy haremos una cena especial.
—¿Y no querrá invitar a naide hoy a casa, madre?Inma se quedó mirando a Piquito algo desconcertada, pero pareció adivinar lo que estaba pasando.
—A ver, guaperas. Si quieres invitar a alguien, llámala antes de que vaya a hacer las compras, para saber cuánto tengo que traer. ¿Es esa periodista que vino ayer? Es muy guapa, hijo, pero un poco mayor para ti. Y habría que hacerle algunos arreglos. Aunque si sólo es para tontear, yo no me meto, ¿eh, querido?Piquito se quedó mirando a su madre seriamente… y decidió entrar a cuchillo.
—Madre, si usté no le llama lo hago yo.
—¿A quién?
—A Metzger…
—¿Me has estado escuchando?
—Sólo el final, pero ha sío to’ mu’ evidente estos tres días —mintió Piquito haciéndose el cómplice.Inmaculada se puso seria por un momento, pero pronto le cambió el semblante. Había sido muy tonta al pensar que su hijo no lo iba a descubrir.
—No. No me voy a ir a un cotillón y dejarte solo aquí toda la noche.
—¡Anda, leche!, mira ésta. ¡Madre!, que ya soy mayor.
—Que no, ¡ea! No vas a cenar solo en una noche como hoy para yo irme de copas por ahí.
—Pueh váyase usté dehpué de cenar. O dehpué de las uvas, si quié comerlas conmigo —y Piquito comenzó a dar media vuelta para encaminarse, cojeando, a la sala—. Que’l rubio venga a buscarla dehpué de las campanadas. A las doce y meidia estará bien —iba diciendo en voz alta mientras se alejaba de la cocina—. Voy a llamarle ahora mismo al móvil, antes de qu’haga planes y mi madre se quede plantá. Si no lo llama usté, madre, cuando llegue a la sala le llamo al móvil y quedo yo con él por usté —en ese momento Piquito hizo un alto en su marcha y miró hacia atrás—. Va usté a quedar como una tonta si tengo que hacerla yo de “tornaconventos” —zanjó Piquito sin saber en realidad qué era un trotaconventos.Inmaculada se lo pensó por unos instantes. No iba a pelear con su hijo para coger el móvil antes que él. Además, podría hacerle daño.
—¡Déjalo! Le llamo yo; ¡Celestino!«…¿Celestino? No, ese no puede ser el nombre de Metzger… ¿O será ‘Celestin” el nombre en alemán d’este tío», pensó Piquito mientras se arrellanaba en el minúsculo tresillo y estiraba su pierna escayolada. Oyó que su madre comenzaba a hablar por teléfono y esta vez, por pudor, subió el volumen del televisor con el mando a distancia mientras agarraba el libro que le había traído Susana, igualito que el de Metzger… ¡Qué coincidencia! Ahora que se iba a quedar solo igual la llamaba para que le hiciera compañía toda la noche… En el canal que estaba sintonizado había una chica muy alegre que estaba diciendo:
» Hoy toca plantearse buenos propósitos para el próximo año. ¿Qué espera que le depare el 2011 en lo laboral, lo sentimental, lo familiar o tal vez en lo económico? Formulen tantos deseos como quieran y pongan empeño en alcanzar sus metas.
Piquito pensó que lo que más le gustaría era quitarse la escayola ya, pero como la magia no estaba permitida deseó que cuando volviera a jugar lo hiciera en el nivel que tenía cuando cayó lesionado. También pensó que quería jugar en primera división, con el Rayo o con el equipo que fuera. Pero aún era muy joven y podía darle al Rayo dos o tres años para ascender con él, pero no más. Pensó que debían mejorarle el contrato, y que se lo exigiría a López al final de la campaña, porque quería que su madre dejara de trabajar… Y pensó en su madre. Y solo deseó que Inma fuera feliz: “A ver si hay suerte y no me pasa na’ grave, que ya’stá bien de pasarlas jodías; t’ol puto día reventá a trabajar”.
(Continuará…)
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