—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El central que surgió del frío (y 4)

(Lee la entrega anterior)

El chaval levantó la vista del libro y se preguntó por qué Metzger parecía a veces más corto que él.
—Bueno, yo no. Nunca lo he tenío.

Metzger no disponía aún de herramientas para entender este lenguaje eufemístico, pero descifrando la frase de Piquito creyó entender:
—¡Oh! Lamento mucho. Murrió cuando erras niño —dijo más pensando en que era una suerte para él—. Yo he sido torrrpe porr prrieguntarrr.

Piquito se le quedó mirando largamente, y decidió que era mejor dejar las cosas en ese punto.
—¿Y qué tal las navidades lejos de casa? ¿Por qué no t’has ío con tu familia a Alemania estos días?
—Bueno, yo no tengo allí nada que hacerrr —contestó evasivamente—. Me quedo parra verrr Madrrrid.

» —No se hable más —e Inma decidió tomar la iniciativa, a ver qué pasaba—. Para mañana mismo le hago uno y se lo llevo a su casa.

Ahora fue Piquito quien pensó que algún drama familiar había asolado a Meztger y sabía que no debía preguntar. Se hizo un silencio un tanto embarazoso entre ambos debido al mutuo malentendido. Hasta que llegó Inmaculada con el café recién hecho.
—Bueno… ¿Café, señor Metzger? ¿Le sirvo leche, o lo prefiere solo? El bizcocho ya está troceado. Sírvase o Piquito no le dejará probarlo.
—¡Oh! No harremos dieta hoy —y cogió un trozo del bizcocho.
—Bueno, la dieta del Rayo y el bizcocho de mi madre son compatibles –aunque Piquito en realidad quiso decir que eran complementarias.
—¿Compatibles? No entenderrrr.
—Que se pué hacer las dos y no pasa . Siempre que no digas a naide.

Metzger pareció entender y rió de buena gana la ocurrencia del chaval. Esto era España, pensó que le habían dicho ya más de una vez, donde las gentes no son tan estrictas como su país.

Cuando probó el bizcocho de Inmaculada abrió unos ojos como platos.
—¿Dónde se comprrria este dulce, señora?
—Llámeme Inmaculada, o Inma, si lo prefiere. Este bizcocho es casero, señor.
—¿Caserro? No entenderrr.
—Que lo ha hecho ella, tío. Que se hace en casa y no se compra. Mi madre sí que sabe cocinar. Tenías que venir un día a comer.

Inmaculada creyó que en aquella invitación a medias se abría una vía que le gustaría explorar. Pero no dijo nada por temor a delatarse.
—El señor tendrá familia, Piquito —se interesó Inma.
—Está solo en Madrí, mamá. Y en Alemania no tiene a naide, ¿eh, Metzger?

El rubio alemán entendía lo que decían pero iba un poco por detrás de las conversaciones en las que se hablaba rápido y con ese acento tan peculiar y tan castizo.
—Bueno, en cualquier caso quizá quiera mantenerse algo reservado. Si prefiere vivir en Madrid que en Mospintoles y hacer el viaje todos los días, es que no quiere ser molestado.
—Madre, he querío decir en la Comunidá —se explicó Piquito—. Metzger vive en Mospintoles. No t’has cambiao de sitio, ¿no, Metzger?

Metzger necesitaba todavía algo de tiempo para procesar lo que se decía, pero hacía grandes avances en la lengua de Cervantes.
—Sí, Piquito. Vivo allí abajo. Cerrca del Centrrio Comerrrcial. Cuando puedas salirrr vienes a casa a ver algún parrrtido. Vienes con Chili.
—Ya iremos, siempre que haiga tiempo. Coge más bizcocho que se ve que t’ha gustao. No te cortes, tío, que me lo zampo yo solo.

—Está muy rrico. Inma, yo querrerrr comprriarrrte a ti un bizcocho. Hacerrr un bizcocho para mí, ¿sí?.
—No me dedico a la repostería profesional —de esta frase Meztger no pilló nada, pero sonrió—. Si le hago un bizcocho no podría cobrárselo.
—Perro Metzger querrerrr pagarrr trriabajo.
—No se hable más —e Inma decidió tomar la iniciativa, a ver qué pasaba—. Para mañana mismo le hago uno y se lo llevo a su casa. Si vive cerca del Centro Comercial, mañana me toca trabajar por allí cerca. Supongo que Piquito tenga su teléfono. Ya le llamaré.

Y con las mismas la madre del chaval se levantó y salió en dirección a la cocina, más para no traicionarse ante su hijo que porque necesitara unos minutos para tomar aire. Pero cuando llegó, se apoyó en la mesa donde comían y resopló. Le siguió un leve jadeo y una risa que tuvo que taparse con un paño de cocina.

Mientras, en la sala, Metzger se había terminado la improvisada merienda y había tratado de mantener la atención de Piquito en el libro nuevo. Se había dado perfecta cuenta del acelerón que se había dado Inmaculada para ofrecerse a llevarle a casa aquel bizcocho tan sabroso, y creyó preciso cambiar de tema rápidamente. Pero desde luego iba a esperar a que llegara el día de mañana con impaciencia.