—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La Tribuna de Mospintoles (1)

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Eran las siete y cuarto de la mañana y López ya llevaba media hora levantado, como cada lunes. A las ocho y media, indefectiblemente, había reunión del Consejo de Administración de sus empresas. En esas reuniones se incluía el Consejo de Dirección del Rayo de Mospintoles, el equipo de la ciudad, ahora por fin en segunda división.

En la cama aún estaba Teresa, todavía durmiendo, una veinteañera escultural, fogosa como pocas en el arte de amar. La joven, apenas tapada por la sábana, yacía completamente desnuda, y López la contemplaba con voluptuosidad desde el cuarto de baño anejo a la habitación.

» La joven se había levantado, y en total desnudez había cruzado la estancia; ahora estaba sentada en la taza del retrete, orinando.

El empresario se había afeitado, luego se había desayunado y ahora estaba aseándose. Teresa le había dejado agotado esa noche. En realidad quedaba agotado cada vez que dormía con ella. López pensó que tal vez su forma física se estaba resintiendo. Hacía tiempo que había entrado en la cincuentena.

La joven cambió de posición y ahora se veían perfectamente sus piernas, largas, y sus nalgas marmóreas. Teresa era una belleza y lucía el cincelado cuerpo de una deportista. Además era inteligente. ¿Hasta cuándo duraría aquella relación contra natura?, se preguntó López.

En ese momento se le resbaló el vaso de cristal y golpeó contra la loza del lavabo. Aunque lo retuvo a tiempo de evitar que el vaso se hiciera añicos no pudo impedir el ruido que produjo el choque. Teresa se despertó.
—¿Ya te ibas a ir sin despertarme, papá?
—No te cansas de esa broma, ¿eh? En buena hora te felicité por tu ocurrencia.
—Me hace gracia el respingo que pegas cada vez que te lo digo.
—El otro día, en aquella cafetería, estuvo bien… Fue ingenioso y ello me evitó aparecer como un gigoló asaltacunas. Pero cuando estamos en la cama se me antoja irreverente.
—En «La Cama», estábamos el otro día –continuó bromeando Teresa–. No te inquietes, no es más que un juego.
—No me gusta mucho. Tengo años como para ser tu padre de verdad.
—¿Qué es lo que no te gusta? ¿El yuyu que te da la irreverencia o que me dobles la edad?

La joven se había levantado, y en total desnudez había cruzado la estancia; ahora estaba sentada en la taza del retrete, orinando. López admiró sus pechos pequeños –o no muy grandes por mejor decir– que vibraban con sus movimientos sin ir a ninguna parte cual dulce gelatinoso.

(Continuará…)