—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Madre e hijo se desnudan (1)

[En 5 entregas diarias]

Inmaculada estaba sentada en el sofá del comedor mirando cada dos por tres un reloj de pulsera que ya no tenía. Eran las ocho de la noche y estaba más fatigada y preocupada que nunca. Llevaba varios días nerviosa, dormía mal y por cualquier cosa levantaba la voz o gruñía. Y para acabar de rematar la faena, hoy había tenido dos reveses que habían acabado por hacerla llorar, cosa rara en ella. Por eso necesitaba más que nunca que Piquito regresara a casa. Podría haberle llamado por teléfono pero no quería preocupar a su hijo antes de tiempo.

» Los futbolistas no tenéis hogar. Estáis siempre viajando de acá para allá, perdiendo el tiempo en los aeropuertos y viviendo en los hoteles.

Mientras ansiaba su llegada intentó entretenerse un rato con la televisión pero tuvo que apagarla porque era incapaz de concentrarse en lo que le mostraba. Había estado en la cocina haciéndose una tila pero la tisana no le había hecho ningún efecto. Así que recurrió al alcohol, a una vieja botella de brandy francés que Piquito había comprado en un viaje. Sólo había bebido dos vasitos de nada pero el efecto fue devastador: le dolía la cabeza y pareciera que le fuese a estallar. Se tumbó sobre la cama pero no logró dormirse. Volvió a levantarse y comprobó que –al menos– había conseguido serenarse un poco. Se prometió no hacer más tonterías así que se fue al servicio y allí vació todo el brandy. La tarde estaba siendo tan larga… En estas, oyó el sonido familiar de la puerta del piso, abriéndose. Alguien estaba entrando. Por un instante, un negro instante, imaginó que el que lo hacía no era su hijo Piquito sino un asesino. Sería un broche de oro a una tarde aciaga.

Se saludaron. Sí, era su querido hijo. Se le notaba también cansado. Mirándole a los ojos creyó adivinar que no venía muy contento. En realidad, desde que había comenzado la nueva temporada notaba al chaval más maduro pero también más hermético y hasta un poco hosco.

Piquito le dio dos besos a su madre, dejó la bolsa de deporte en el suelo y se despatarró en el sofá.
—¡Hogar, dulce hogar! –exclamó con escasa alegría.
—Los futbolistas no tenéis hogar. Estáis siempre viajando de acá para allá, perdiendo el tiempo en los aeropuertos y viviendo en los hoteles.
—Todas las profesiones tienen su lado negativo. Pero siempre será mejor que estar limpiando la basura de los demás.

Inmaculada se quedó petrificada. Sí, se estaba refiriendo a ella, empleada de una empresa de limpieza. Aquella salida de tono le bajó aún más el ánimo, pero contraatacó…
—Tienes razón, hijo. Pero aún así es una profesión útil mientras que darle patadas a un balón es una vulgaridad que no sirve para nada.

Inmaculada se echó a llorar. No pudo evitarlo. Entonces Piquito se levantó y se sentó al lado de su madre. Nunca la había visto echar una lágrima. La consideraba una mujer fuerte, muy fuerte. Verla enjugarse los lagrimones con un pañuelo le provocó una gran desazón interior.
—Perdóname, madre. Vengo de muy mala hostia y la he pagao contigo.
—Déjalo, hijo. Tienes razón: mi trabajo es lo que es, pero gracias a eso hemos salido adelante. Tú y yo solos, sin nadie más que nos echase una mano. Ni mi familia ni tu desconocido padre. Hasta aquí hemos llegado los dos, el uno con el otro, con mucha mierda quitada en todos estos años pero ha merecido la pena verte llegar a dónde estás, en lo más alto.
—Todavía no he llegao a nada, madre. Me falta mucho aún pero no pararé hasta conseguir mi sueño.
—Ascenderéis este año, hijo. Y una vez en Primera División se fijarán en ti los equipos más importantes y…
—Eso que dices, según don Faustino, es el cuento de la lechera. Y si un mal día me hacen una entrada como la de la temporada pasada, en la misma pierna, y me la parten y ya no puedo volver a ser el mismo… Ahí se acabaría todo…
—Es posible –e Inmaculada rompió a llorar nuevamente.

[Continuará…]