—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Madre e hijo se desnudan (2)

(Lee la entrega anterior)

Piquito cogió la mano de su madre que tenía más cerca y la acarició. Entonces se dio cuenta:
—Madre, ¿y el reloj que te regalé el otro día por tu santo?
—Me lo han robado esta tarde.
—¡Me cago en la puta…!

Piquito soltó la mano de su madre, se levantó repentinamente y le arreó una patada a la bolsa de deporte que había dejado en el suelo, estrellándola contra la pared.

» Inmaculada miró fijamente a los ojos de Piquito. Le dieron ganas de romper a llorar de nuevo pero no pudo: ya no le quedaba ni una sola lágrima.

—Tranquilo, hijo, tranquilo…
—¿Cómo ha sido? ¿Quién ha sido? ¿Pero cómo se atreven…?
—Fue cuando llegué a casa. Iba a coger el ascensor y alguien me agarró el cuello y me tapó la boca. No me dio tiempo a hacer nada. Me quitó el reloj y se largó…
—¿Sospechas de alguien, madre?
—No le vi la cara. Además, me asusté tanto que si se la llego a ver ni me quedo con sus rasgos… Fue todo tan rápido…
—¿Te quitó también el bolso?
—Siempre lo llevo encima pero me lo había dejado olvidado en la consulta del médico. Mañana iré a recogerlo.
—¿Y qué hora sería exactamente?
—Hijo, pareces la policía…

Inmaculada esbozó una sonrisa. La observación le había salido así, sin pensarla, y cuando se dio cuenta la consideró graciosa en aquellas circunstancias, aunque no sabía qué reacción provocaría en Piquito.
—Perdona, madre, qué más da la hora… ¿Sabes? Llevo varios asuntos entre ceja y ceja y uno es éste: tenemos que mudarnos. Nosotros ya no pintamos nada en este piso y en este barrio.
—Yo soy una simple empleada de la limpieza… –dijo Inmaculada, con retintín.
—Pero yo soy un futbolista más o menos famoso que gana lo suficiente para poder comprar un piso en una zona selecta de la ciudad. No quiero vivir en esta pocilga y en esta puta calle.
—No digas esas palabras tan malsonantes, hijo…
—En esta ramera calle… ¿Suena así mejor?
—No sabes ni lo que dices…
—¿Y tú?

Inmaculada miró fijamente a los ojos de Piquito. Le dieron ganas de romper a llorar de nuevo pero no pudo: ya no le quedaba ni una sola lágrima. Sólo atinó a decir:
—¿A qué viene eso ahora?

Entonces se levantó y dirigiéndole los puños, llena de rabia, le espetó:
—¿¿A qué coño viene eso ahora??

Se llevó las manos a la cara, se la tapó y se dejó caer, desmadejada, en el sofá.
—No he querido decir… –Piquito sólo balbuceaba.
—¡Claro que sabes lo que has querido decir!
—Perdóname, madre, yo no quería… No quería…

El chaval comenzó a llorar a lágrima viva. Decididamente la tarde-noche tenía muy mala pinta. Por eso Inmaculada reculó. Ver a su hijo en ese estado de postración le causó un profundo dolor pero decidió tragárselo. Estaba acostumbrada desde hacía muchos años.
—Piquito… he estado en la consulta del ginecólogo a primera hora de esta tarde. Me hizo un reconocimiento en profundidad. Llevaba tres años sin aparecer por allí y…

Inmaculada miró a su hijo. No sabía si continuar. Quizás lo que no sabía era cómo decirle aquello. Bueno, tampoco es que se necesitasen muchas palabras.
—El médico me ha dicho que tengo un tumor en el pecho.

[Continuará…]