—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Madre e hijo se desnudan (3)

(Lee la entrega anterior)

Piquito enmudeció. Tuvo la impresión de que soñaba, que todo lo que estaba ocurriendo desde que abriera la puerta del piso no era verdad.
—Dime que es mentira, madre. Dime que es una broma de mal gusto. No protestaré…
—¡Qué más quisiera yo que fuera una broma! La mamografía no miente, Piquito. El médico me dijo que no había el más mínimo error. Me ha mandado al oncólogo por la vía de urgencia.

» Me importa una mierda quien sea mi padre. Hasta ahora he vivido sin saberlo y seguiré así el resto de mi vida. Sólo me interesas tú…

—¡Pero los médicos se equivocan! Acuérdate cuando te dijeron que yo era epiléptico y luego resultó que sólo habían sido unos espasmos febriles.
—Me acuerdo, hijo. Tenías cuatro años y nos dieron un susto de muerte, pero esta vez hay pruebas concluyentes. El tumor existe y es maligno, pero hay muchos grados de maldad así que confiemos que sea la menor posible…
—¡Me cago en…! ¡Vaya putada!
—Salí tan aturdida de la consulta que me olvidé el bolso en una silla. Regresé a casa y cuando iba a coger el ascensor llegó aquel tío y me robó el reloj que me habías regalado hace poco… Las desgracias nunca vienen solas…

Si la bolsa de deporte hubiera estado al alcance de las piernas de Piquito, seguro que le habría dado otro fuerte puntapié.
—Tienes que ser fuerte, madre. Siempre lo has sido, hasta en las mayores adversidades, y tienes que seguir siéndolo. Siempre estaré a tu lado…
—Lo sé, hijo, lo sé. Con lo bien que nos ha ido todos estos años y en unas horas me dicen que puedo palmarla, me roban y nos decimos cosas feas tú y yo. Ya ves… Te haces todas las ilusiones del mundo, viéndote como una figura mundial del fútbol y un mal día te arrean un par de hachazos en la pierna y te mandan para casa… o para el otro barrio… Se acabó el cuento de la lechera…
—Calla, madre…
—Tenemos que vivir, Piquito. Sacar todo el rendimiento posible a los días, las horas, los minutos que tenemos… No dejemos que los demonios que llevamos dentro nos estropeen la vida.

Inmaculada se retocó el pelo, se ajustó la falda y pensó que aquella tarde-noche era el momento que siempre había temido: el de contarle a su hijo lo que éste llevaba entre manos desde hacía un tiempo y que tampoco se atrevía a plantearle.
—Quiero que hablemos de mi pasado…
—Sólo me importa el futuro, el pasado se fue, desapareció…
—No te mientas, hijo. Debí haberte hablado de tu padre hace tiempo pero tenía miedo, no sabía cómo reaccionarías…
—Me importa una mierda quien sea mi padre. Hasta ahora he vivido sin saberlo y seguiré así el resto de mi vida. Sólo me interesas tú…
—No quiero que alguien, cuando seas uno de los mejores futbolistas del mundo, te cuente que tu madre fue una puta… o una ramera, como prefieras.

Piquito bajó la cabeza. No sabía qué decir y no esperaba aquellas duras palabras. Sí, reconocía que desde que Metzger le había preguntado por su padre y él no supo qué decir, sentía como una aguja clavada en el corazón. Por eso le había dado muchas vueltas al tema en los últimos meses. En alguna ocasión estuvo a punto de preguntárselo a su madre pero siempre se echó para atrás con la argumentación de que él no necesitaba saber quién demonios la había dejado preñada hacía ya casi veinte años. Si había llegado hasta aquí sin necesidad de padre, cuando más lo habría necesitado, ahora que ya se valía de sobra por sí mismo, ¿para qué coño lo necesitaba? Siempre se contestaba que no quería saber nada del asunto pero una y otra vez, como si su cerebro fuese completamente autónomo, volvía la pregunta de Metzger a martillearle. Tenía gracia…, Metzger… el colega que se estaba follando a su madre desde hacía unos meses y que ahora estaba en manos de la justicia alemana. ¡Menudo acierto con los hombres había tenido y seguía teniendo su señora madre! ¿O era su puta madre? Se asustó de que esta pregunta hubiera salido de su cerebro así, tan brutalmente, sin ni siquiera proponérselo.

[Continuará…]