—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Ni curas ni vacas sagradas (3)

(Lee la entrega anterior)

—¿Pero se ha vuelto loco, o qué? ¡No puede vender a Piquito!
—¿Por qué lo dice?
—Porque es algo más que un buen jugador: es el buque insignia de nuestra flota, de nuestra cantera.
—Pues ha dejado de serlo. Ya le dije que no quiero vacas sagradas en mi vestuario. Hoy me tocó los cojones bien tocados. Y no voy a tolerar a nadie que se me suba a las barbas.
—¿Pero qué le ha hecho el chaval?

* * * * * * * * * * *

Al día siguiente Basáñez había concertado una entrevista con don Rosendo en la oficina de López.

» —¿Adónde iremos a parar si consiento que un chiquillo de 18 años cuestione las tradiciones de la entidad que le paga?

Allí estaban reunidos los tres: Basáñez con un pequeño dossier de tres medios folios, López serio y cariacontecido, y don Rosendo moviéndose por el enorme despacho con las manos a la espalda. El cura era un hombre de mejillas sonrosadas e incipiente papada, que junto con su prominente barriga le conferían un engañoso aspecto bonachón. Vestía con la secular sotana y alzacuellos, lo que le confería ese engañoso aspecto inerme que los curas obtienen de forma tan artificiosa.

El alcance de la cuestión que les había convocado allí a aquella última hora de la mañana había sido expuesto con claridad meridiana.
—Los tiempos cambian, señor López –estaba diciendo don Rosendo–, y los muchachos jóvenes no tienen ahora formación religiosa. Sus padres, con el abandono de sus responsabilidades familiares, no encauzan a sus hijos por los caminos de la fe cristiana.
—No pedimos que se conviertan a ninguna fe, sino que respeten las tradiciones y creencias que ha enarbolado esta entidad durante muchos años, quizá desde su constitución. El rezo previo a los partidos es una práctica inveterada en el Rayo, y no veo por qué ha de eliminarse.
—Yo recuerdo, en mis años mozos, que en el vestuario, antes del partido, todos rezábamos un padrenuestro, un avemaría y un gloria dirigido por el entrenador. Hoy esto es inviable. Me temo que tendrá usted que ceder, señor López.
—¿Y me lo dice usted, que es el capellán del equipo?
—Pero esto para mí no es más que un hobby que hago de muy buena gana por deferencia hacia usted. Lo mismo que cuando me pidió que bendijera la nueva tribuna. Recuerde que no vino ni dios, y perdón por la expresión. Ni siquiera comparecieron los medios de comunicación. Éramos cuatro gatos… Usted, yo… y un grupito de trabajadores que se sentían obligados.
—¿Pero adónde iremos a parar, don Rosendo, si consiento que un chiquillo de 18 años cuestione las tradiciones de la entidad que le paga?
—No creo que en el contrato se refleje la obligación de comulgar con las tradiciones del club.
—Ya le digo que no pido que comulguen con nuestras creencias. Sólo que asistan a ellas, incluso en silencio.
—Mire usted, señor López, mi labor pastoral no se realiza en el equipo. Si no quiere usted tener un cisma en el seno del vestuario, habrá de abordarse este asunto con mucho tacto. Sólo le pido que me permita estar presente cuando el tema se trate con el equipo.
—¿Y quién le ha dicho a usted que yo tengo intención de negociar esto con el equipo?

Don Rosendo se estaba empezando a dar cuenta de que allí había algo más que tozudez… Ni por asomo era un asunto de fe o devoción. Había algo personal en la obstinación de López… Como si sintiera que abriendo la mano se le escapara el bastón de mando.
—Tendríamos que conocer el alcance de esta pequeña revuelta, señor López –expuso don Rosendo tras unos instantes–. Saber qué cantidad de jugadores secundan esta protesta. Tal vez no estemos más que ante un par de ovejas díscolas, y todavía el grueso del rebaño siga siendo dócil y obediente.
—Supongo que Basáñez tendrá algo que decirnos…
—No creo que la opinión del señor Basáñez sea en esta ocasión muy relevante. Él siempre guarda una prudente reserva –don Rosendo había metido la pata…
—Me refiero a que Basáñez tiene algún informe que darnos, por lo que veo en su carpeta de asuntos urgentes a tratar.
—Pues más bien creo que este asunto debe ser tratado reposadamente y no con urgencia –don Rosendo tenía la suficiente confianza en aquel petit comité como para no pedir disculpas por el desliz.
—¿Y correr el riesgo de que estos críos se nos amotinen un día, estando en capilla, como se dice, a punto de saltar al terreno de juego?
—No creo que la cosa llegara tan lejos. Es más, nunca había notado que el rezo previo al partido les molestara ni lo más mínimo. Siempre me han respetado…
—Pues a mí han dejado de hacerlo –cortó, arisco, López–. Ayer me faltaron al respeto de una forma y en un grado que no estoy dispuesto a tolerar.
—Amigo mío –trató de terciar don Rosendo–, entonces está usted ofuscado. Deje pasar un par de semanas…
—¡Que no, ea! Basáñez, por favor, ¿qué tiene que decirnos?

[Continuará…]