—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Ni curas ni vacas sagradas (4)

(Lee la entrega anterior)

Basáñez fingió poner en orden sus tres folios, como si lo necesitara. En realidad estaba dando tiempo a que amainara el conato de cabreo de López.
—Lo cierto es que no tengo mucho material… aún. Sólo he podido averiguar que Piquito lleva un par de semanas revolviendo el vestuario con este tema. Pero más me parece que esté posicionándose para asumir el liderazgo del grupo. Desde el principio me extrañó que nuestro Piquito tomara la iniciativa en algo tan trivial y de tan poca importancia para el devenir del equipo y me he tomado la libertad de indagar algo más allá… Lo que he averiguado está aún sin confirmar al ciento por ciento, pero parece que el chaval ha estado siendo aleccionado por un profesor que le daba clases privadas dos veces por semana sin cobrarle nada a cambio. Un profesor que podríamos definir como “rara avis in terris”.
—¿Y conocemos el nombre de tan ilustre personaje? –quiso saber don Rosendo.
—Mi informante me dice que atiende por don Faustino.
—¡Coño, el Faustino de los cojones! –don Rosendo no pudo evitar el exabrupto ni la palabrota.

» —No te veo muy convencido, Jonás, hijo. Si no te gusta que recemos antes de los partidos puedes decirlo con confianza –la voz de Rosendo adquirió un tono melifluo al final de la frase.

—¿Le conoce usted, don Rosendo? –trató de averiguar López.
—Sí… –bufó el cura–. Es capaz de confundir a una vaca y hacer que píe… Y ahora es concejal.
—¿Concejal? –se preguntó López–. ¿De la oposición o del equipo de gobierno?
—Se dice que es el asesor personal de María Reina y que oficia de ideólogo de la facción de su partido en Mospintoles.
—Entonces quizá podamos conseguir que deje a nuestro pupilo en paz –López había torcido una enigmática sonrisa.
—Es persona obstinada –informó don Rosendo.
—Yo también –repuso secamente López.
—Es el concejal de deportes, López –apuntó Basáñez.
—¿Y desde cuándo le importa al Rayo quién sea el concejal de deportes de esta ciudad?

* * * * * * * * * * *

López, Basáñez y don Rosendo habían acudido a los campos de entrenamiento del Rayo, situados en el Complejo Deportivo Mospintoles-2. Se habían entrevistado con el míster en su oficina sobre el asunto que se traían entre manos, y éste les había confesado que no tenía noticia de ninguna disconformidad con el tema del rezo previo a los partidos, y que a él no le molestaba lo más mínimo porque era creyente.

Así las cosas, le pidieron permiso para reunirse con el capitán del equipo en esas mismas dependencias, a lo que el míster accedió sin objeciones. Después de todo, su oficina era también propiedad de López.

Cuando Jonás Valiente, el capitán, fue informado de la dimensión que había adquirido la petición de Piquito, se sorprendió.
—Yo creo que no deberían darle mayor importancia. Pasados unos días a Piquito se le pasará.
—Quizá sea que no queramos dejar pasar unos días, Valiente –López seguía con el ceño fruncido–. No es sólo el asunto del rezo, es la actitud desafiante de Piquito.
—No es más que un crío… que juega muy bien al fútbol.
—Lo que queremos saber es si hay más jugadores que secundan la propuesta de nuestro querido joven valor –don Rosendo tomó la palabra sin permiso de López, que para eso estaba también en sus dominios y era, en cierta medida, autoridad reconocida.
—Sólo los más jóvenes.
—¿Y los demás qué dicen? –quiso saber don Rosendo.
—No se ha hablado. No le hemos dado ninguna importancia al tema. No puedo trasladarles la opinión de la plantilla, sólo la mía.
—¿Y cuál es la tuya, Jonás?

El capitán pareció titubear… él solo se había metido en el callejón oscuro.
—Bueno… la verdad es que a mí no me importa mucho. Lo veo como una tradición, no como una obligación.
—¡Exactamente! –interrumpió López haciendo que don Rosendo le mirara con desaprobación.
—No te veo muy convencido, Jonás, hijo. Si no te gusta que recemos antes de los partidos puedes decirlo con confianza –la voz de Rosendo adquirió un tono melifluo al final de la frase.
—Verá usted, don Rosendo… Yo… respeto a los demás… sus creencias, sus ideas, sus ritos… Pero yo no soy cristiano practicante. Más bien la religión me da de lado. No me salen granos cuando usted nos convoca para el rezo… pero lo cierto es que no veo la utilidad… Y entiendo a quienes dicen que no les gusta y que les pone nerviosos…
—¡Es lo que me faltaba! –estalló nuevamente López, apunto de enfadarse de verdad–. Ahora resulta que dirijo a un grupo de ateos.
—No se lo tome así, señor López –exclamó el capitán–. La libertad de credo es fundamental en nuestra sociedad… Y obligar a todo un equipo de hombres a rezar, como que no es una práctica habitual. Ni siquiera se han ocupado ustedes de saber la religión que profesaba Metzger. Y sin van a contratar más extranjeros, a saber si no traen algún día a un musulmán… ¿Le obligarán también a rezar?

[Continuará…]