—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Ni curas ni vacas sagradas (5)

(Lee la entrega anterior)

La parrafada de Jonás Valiente había hecho mella en la mente de López, que permaneció callado. Estaba empezando a darse cuenta de que se había mostrado extremadamente obstinado en este asunto. Su educación religiosa le había jugado una mala pasada, y había estado forzando a todo un grupo de hombres hechos y derechos a rezar con la disculpa de la tradición. Pero aún quedaba la falta de respeto que le había mostrado Piquito, y por ahí no pasaba.

Don Rosendo también había quedado en silencio, pensativo. Quizá debía haber sido él quien hubiera tenido que haber dado el primer paso para adaptarse a la realidad… pero el mismo árbol de la costumbre, de la tradición que ofuscaba a López, le había tapado el bosque de la realidad social en que vivían.

» —Hijos míos…, entiendo que si no queréis rezar no recéis […]

Y fue el propietario del equipo quien tomó la palabra tras el silencio que se había impuesto entre aquel grupo de cuatro hombres.
—Está bien… Preguntaremos el sentir de la mayoría, y será lo que la mayoría decida. Desde la Directiva del Rayo sólo nos hemos preocupado de obtener lo mejor para nuestro equipo. Y nunca nos habíamos parado a pensar que el rezo previo al partido molestara a nadie –López hizo una pausa–. Si la mayoría simple, la mitad más uno de los integrantes del equipo, dicen que no al rezo, entonces se suprimirá. Pero si la mayoría lo acepta o le da igual, el hábito del rezo continuará sin más objeciones por parte de nadie.
—¿Y para cuándo quiere la reunión con la plantilla, señor López? Supongo que querrá preparar… algún discurso –Jonás Valiente intuía que López se guardaría algún as en la manga, pues era sabido que acostumbraba a salirse con la suya.
—Ahora mismo –propuso don Rosendo con celeridad–. No hay ningún discurso que preparar –López le miró confuso… Había veces que no sabía si don Rosendo era cura o abogado de los enemigos de la fe. Por su parte, Basáñez había guardado todo el tiempo una prudente reserva. Y así seguiría siendo, como se esperaba de él.

* * * * * * * * * * *

El plantel fue consultado minutos después, y Piquito tomó la palabra en nombre del colectivo.
—No tengo na’ contra usté, don Rosendo. Pero eso del rezo a mí me parece que no vale pa’ na’. Mucho rezo y mucha gaita, pero como esté de lesionarnos nos vamos a lesionar igual. Y pa’ ganar ya se está viendo que tampoco vale.
—Hijos míos…, entiendo que si no queréis rezar no recéis. Pero podemos cambiar la fórmula. Yo os hecho un responsorio y una bendición y vosotros sólo tenéis que estar presentes y en silencio. Yo lo digo por el señor López, que se ha llevado un disgusto por la cosa de perder las tradiciones.

La situación estaba donde don Rosendo quería, y López se dio cuenta de las intenciones del cura. Si conseguía que por no afrentarle no le llevaran la contraria, el asunto del rezo quedaría más o menos como estaba.
—Yo prefiero que no haiga na’. Total, lo que usté nos propone es lo mismo, pero cambiado. Y yo no quiero que haiga na’ de esas cosas en el vestuario, que me bajan la gana de jugar –López volvió a echar chispas por los ojos mirando a Piquito.
—No seas exagerado, hijo. Además, igual tienes compañeros que ganan confianza con el rezo conjunto, formando equipo todos a una –dijo, conciliador, don Rosendo.
—No creo que ninguno gane confianza… Como mucho habrá quien no le importe –dijo Piquito mirando a la cara a sus compañeros.
—¿Y sois muchos los que queréis eliminar el rito de vuestra concentración? –don Rosendo sabía cómo manipular la situación.
—Es que no nos concentramos así, don Rosendo –expuso Chili, que había prometido a Piquito no dejarle solo cuando llegara el momento.
—Bueno, hijos. ¿Y cómo queréis que hagamos a partir de ahora?
—Pues muy simple. Usté nos deja en paz y ya estamos to’s contentos –sentenció Piquito.

[Continuará…]