—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Rumbo a Glasgow (1)

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Tras la bronca con María, Sebas salió de casa malhumorado y sin rumbo fijo. Sus pasos le llevaron adonde Manolo, el bar que regentaba el amigo de don Faustino. Hubiera ido hasta la Cafetería La Cama, pero estaba seguro de que aquellos estirados esnobs le pondrían de peor humor con sus pijadas y su refinamiento.

Entró y saludó a los parroquianos sin poder fingir la acritud que le embargaba. Don Faustino estaba sentado al fondo, en el lugar de siempre. Parecía que aquel hombre estuviera abonado a aquella mesa, y Sebas se preguntó dónde se sentaría el profesor el día que estuviera ocupada. Tal vez, en su ausencia, Manolo se la reservaba…

» —Me vas a decir lo que os ha pasado o lo vas a estar royendo tú solito.

—¡Qué, Sebas! ¿Cómo es que no estás viendo el fútbol?
—Un España-Lituania… no jodas, Manolo. Tengo cosas más importantes en qué pensar.

Al oír esto don Faustino, sorprendido, levantó la vista del tablero de ajedrez que tenía delante, donde se deleitaba, solo, recreando composiciones y otros pasatiempos ajedrecísticos:
—¡Caramba! Pues si que estás de mala leche si el partido de la roja no ocupa tu mente…
—Qué, don Faustino… Haciéndose trampas para ganar el ajedrez, ¿eh?
–Sebas se acercó a donde estaba el veterano maestro pero permaneció de pie.
—Otro día te explico lo que hago, porque hoy no estás tú para entender de sutilezas. ¿A qué viene ese carácter agrio que tan mal tratas de disimular?

Era la válvula de escape que necesitaba Sebas:
—Nada, don Faustino. Otra bronca con María. Y van… No sé lo que durará lo nuestro. Por el Sergio, que si no…
—Bueno, nada es tan grave en una pareja que no pueda solucionarse hablando.
—Sí, ¿con quién? María estará diez días sin dirigirme la palabra; por lo menos.
—Algo habrás hecho de tu parte, Sebas —terció Manolo que se había acercado a la mesa a ver qué precisaba Sebas—. ¿Qué te pongo?
—Ponme… un gin-tonic, y cárgalo un poco.
—Vale, te lo cargo, pero sólo te pongo uno, que el alcohol no te va a sacar de tus problemas. No quiero ni pensar qué te hará María si encima hoy llegas medio merluza a casa —añadió Manolo mientras volvía a la barra.

Tras tomar asiento frente al profesor, Sebas quedó pensativo, taciturno. Al cabo de un rato Don Faustino preguntó:
—Me vas a decir lo que os ha pasado o lo vas a estar royendo tú solito.
—¡Psst! Esto me pasa por querer ser buen padre. Le prometí a Sergio que si aprobaba el control que tenía ayer, este martes que viene le llevaba a Glasgow a ver a la selección.
—¡Toma, leche! —exclamó Manolo que traía el vaso, la tónica y la botella de ginebra para cargar la mezcla a gusto de Sebas—. Si por una mierdecilla de control el premio es un viaje a Glasgow te vas a quedar sin primas cuando el crío te apruebe el curso.
—Lo que yo quería era motivar a Sergio. El martes es fiesta y el lunes, aquí, la docencia —dijo elevando la mandíbula en dirección a don Faustino—, hace puente, que los autónomos tenemos que abrir la persiana igualmente, ¿eh, Manolo? Cuatro días en casa y dos partidos seguidos de la roja. Hoy en la tele y el martes en el estadio. Era un buen plan.
—Sí, bueno, pero no creo que María se enfadara por la propuesta —se impacientó don Faustino que vio que Sebas comenzaba a divagar—. El premio era desmesurado pero la intención buena. Y ya os dije que tenéis que estar más tiempo con Sergio. Seguro que el viaje hubiera servido para acercaros a ambos.
—¿Por qué dice que hubiera servido, don Faustino?
—¡Hombre!, Sergio ha suspendido ese control. ¿O es que no lo ha dicho en casa? —receló el profesor.
—Don Faustino, usted tiene a su cargo veinte o treinta chiquillos, pero yo sólo me tengo que ocupar del mío. Si usted fabrica coches en serie no tendrá apego por ninguno, pero yo si lo tengo por el que me ha tocado en suerte.
—No es lo mismo, Sebas —intervino Manolo—, aunque se entiende lo que quieres decir. Pero os ha dicho el Sergio que ha suspendido, o no…
—Pues es que yo viendo la alegría que tenía el crío pensé que la cosa estaba hecha, que lo iba a aprobar, y ya había comprado los billetes y las entradas en la agencia que hay en la calle de arriba.
—Hombre previsor… —atinó a decir don Faustino que ya empezaba a barruntar el motivo de la bronca con María.
—El caso es que el Sergio nos ha dicho hoy que le han suspendido el control…
—Típico, Sebas: el alumno aprueba, y el profesor suspende… –se indignó un tanto don Faustino, aunque supo aparentar indiferencia.
—Bueno, que el chico ha suspendido, ¡leche!
–prorrumpió Sebas, que ya le estaba empezando a crispar tanta interrupción.
—¡Lástima! Has gastado el dinero… –Manolo se volvía a sus quehaceres–. Bueno, sólo perderás el billete del Sergio, que incluso mañana igual lo puedes anular y recuperas parte. La entrada, conociéndote, seguro que la revendes a las puertas del estadio –concluyó el dueño, que acodado desde la barra había comenzado a hojear el periódico del día.

(Continuará…)