—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Susana se lleva una regañina (1)

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Susana volvió a la emisora un tanto acelerada. La noticia que pretendía dar rompería mitos. Siempre le había gustado reseñar aquello que los demás no ven. Y el figura de la noche le había dado motivos para destacar en su trabajo.

Desde luego no sería un escándalo. Nadie iba a salir dañado, salvo la honrilla de Piquito, que a buen seguro desconocía qué era eso de la honra.

» Susana se puso a la defensiva:
—Existe libertad de prensa, y libertad de expresión.
—No para un periodista a sueldo, niña…

Se disponía a escribir el guión de su crónica del día siguiente. Podía haberlo hecho en casa, pero le gustaba el ambiente de periodismo serio y responsable que se respiraba entre aquellas cuatro paredes.

Además, pensó, allí podría preguntar a los veteranos sobre alguna cuestión sintáctica. Siempre le gustaba percibir ese aire dogmático que aquellos fósiles empleaban con ella cuando pedía su parecer. Era una sensación un tanto protectora, paternalista más bien. Le gustaba sentirse protegida, amparada, por aquel saber que se acumulaba entre las mesas de escritorio mal ordenadas del viejo estudio.

Cuando llegó no había nadie a la vista. Sin duda estaban en el bar de la calle de atrás, relamiéndose todavía del partidazo. Conectó la radio (no hacía falta sintonizar su propia emisora) y la voz del locutor que estaba en el piso de arriba llenó la estancia. Era el programa de música juvenil que tras la retransmisión del partido rellenaba la siguiente hora.

Su idea era ridiculizar –sin pasarse– las expresiones de Piquito. Contrastar su éxito en el campo de juego con su fracaso escolar, que a buen seguro existía. Sólo tendría que hacer dos o tres llamadas y tendría constancia de ese fracaso. A buen seguro su antiguo profesor, don Faustino, conocería a alguien que en un pasado reciente diera clases a Piquito.

Debía ser cautelosa, pues tampoco debía cerrarse puertas. Quizá al pequeño trabajo de investigación que tenía en mente debería encontrarle una vertiente más humana, huyendo del clásico “chico incompetente en los estudios se labra su futuro en el deporte”.

No; eso ya estaba muy trillado. Su idea era más bien “chico estrella del deporte es incapaz de aprobar un examen de primaria”.

Tenía casi finalizado su guión cuando a la redacción de la emisora llegaron aquellas viejas glorias del periodismo… local (tampoco vamos a engañarnos). El ambiente festivo de aquella discreta manada olía un poco a etílico. Era patente que la fiesta había sido regada con vino.

La saludaron con una burlesca felicitación. Según ellos Susana había estado brillante cuando dijo en antena que el entrenador local estaba “pletórico de gozo”. El coro de risas recomendaba no replicar. Susana siempre llevaba las de perder, como cualquier novato.
—¿Qué aporreas ahí, chica? –le soltó acercándose a la pantalla del ordenador uno de aquellos cuatro carcas. La bocanada rancia de vino llegó enseguida a las papilas olfativas de Susana.
—Estoy con mi crónica de mañana. Quiero hacer un contraste de ideas, dejar patente uno de esos contrasentidos de la vida.
—Humm… Mejor harías en no complicarte la vida. Escribe algo feliz, que mañana la gente sólo querrá oír alabanzas.
—Bueno, escuchar la verdad no tiene por qué hacerle daño a nadie.

Un aire frío corrió por la estancia. Aquel cónclave bullicioso dejó de emitir risas y graznidos. Todos aquellos veteranos parecían atónitos. Susana se preguntó qué habría dicho que acabó con el jolgorio tan bruscamente. Se temió haber metido la pata en algún punto imperceptible.
—¿Qué estás escribiendo ahí, Susana? –esta vez la pregunta sonó seca, tensa, cortante; era Evaristo, el jefe de la redacción, el más veterano de todos–. Sabes bien que no puedes dar opiniones en antena, y menos sin consultar con nadie.

Susana se puso a la defensiva:
—Bueno, tal vez esté escribiendo algo para publicar en prensa.
—No con tu nombre. No con un nombre que te vincule a esta emisora.
—Existe libertad de prensa, y libertad de expresión.
—No para un periodista a sueldo, niña… –algo se había perdido Susana; esta vez la voz sonó con ese tono paternal que a ella le hacía sentirse protegida.

(Continuará…)

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