—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El descanso de don Faustino (y 2)

(Lee la entrega anterior)

Encendió la televisión mientras cenaba frugalmente por motivos de higiene y salud (gustaba también don Faustino de recordar a sus educandos aquel refrán que le dijera don Quijote a Sancho: “come poco y cena más poco, que la salud del cuerpo se fragua en la oficina del estómago”). En Telemadrid repasaban las mejores jugadas del partido que simultaneaban con el ambiente festivo que se vivía en torno al estadio del Rayo de Mospintoles. Supo de la victoria del equipo local y apagó el televisor cuando iban a conectar con la sala de prensa para entrevistar a Piquito, el héroe de la jornada.

Don Faustino sonrió. Recordaba al tal Piquito de sus días en el instituto. Un esparabán al que los libros nunca le hicieron daño pues jamás portó ninguno en su etapa de secundaria. Parecía que al chaval le iban bien las cosas lejos de las aulas.

Con el Rayo de Mospintoles en segunda división… Mañana el instituto sería un hervidero… Y en eso pensaba cuando le ganó el sueño.

(…)

(…)

» Fue entonces cuando comenzó a escuchar una serie de pitidos y sirenas provenientes de la calle.

Don Faustino despertó de súbito, con una gran agitación. Algo había trastornado su descanso, pero en esos precisos momentos sólo sentía el corazón galopar sobre su estómago encogido y además se sentía desorientado. Algo zumbaba en el ambiente… Su respiración empezaba a sosegarse cuando otro estallido llenó la habitación.

Todavía estaba aturdido cuando un nuevo estallido se unió al anterior antes de que el eco se difuminase.

Don Faustino saltó de la cama no sin antes encender la luz. Miró el reloj. Eran las doce menos cuarto de la noche cuando otra explosión consiguió que el estruendo se perpetuase haciendo de las paredes una caja de resonancia.

Fue entonces cuando comenzó a escuchar una serie de pitidos y sirenas provenientes de la calle.

Poco a poco la lucidez corrió a explicarle lo que ocurría. Mientras otros dos estallidos reventaban el aire supo que sus vecinos, pasándose el derecho al descanso de los vecinos por el forro de sus caprichos, estaban celebrando de manera harto ruidosa el éxito del equipo.

Los cohetes y voladores duraron por espacio de veinte minutos más. Para entonces don Faustino estaba frustrado… y desvelado. En un mundo de orden y educación no cabían excesos como los que le habían quitado el sueño. A su edad, sólo dios sabía cuándo volvería a cogerlo, si es que lo volvía a coger esta noche. Frustrado, se levantó y se dispuso a leer un libro…