—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Consejo de Dirección (y 3)

(Lee la entrega anterior)

Un gran reloj presidía la estancia. Una mesa alta que más parecía la barra de un bar y con forma de U partía de la pared. Sólo se podía acceder al interior de esta mesa por una abertura en el brazo algo más corto.

Los consejeros permanecían de pie alrededor de aquella mesa-barra. Ni siquiera había un apoyapié. Todas las reuniones del holding de empresas de López se celebraban en aquella sala, donde tenían todo lo requerido para una reunión.

» No era extraño que los consejeros tuvieran prisa por abandonar la sala.

La tecnología se había ido renovando. Ahora sobre la mesa sólo había un proyector que conectándose a los ordenadores de los ejecutivos permitía visionar sobre la pared cualquier tipo de presentación, tanto fotografías, como páginas con texto y organigramas, o vídeos. Olvidado sobre una esquina, cerca del intercomunicador, quedaba un viejo lector de DVD que apenas era utilizado.

Ni siquiera se pedía a los reunidos que apagaran sus móviles. Un inhibidor de frecuencias impedía cualquier distracción con el exterior.

No había mobiliario, pues la mesa era una encimera que no podía considerarse tal ya que estaba sujeta al suelo.

La teoría decía que el tiempo y la actitud eran parte importante en el sistema de reuniones. Los convocados no podían arrellanarse en ningún sillón, remoloneando para reincorporarse a sus otras tareas. Aquella sala era para lo que era y nada más.

Por toda decoración había un cuadro con el anagrama del holding. Ni siquiera una vitrina con diplomas de asistencia a convenciones ni trofeos empresariales o deportivos. Esos enseres estaban en otra sala cercana.

No era extraño que los consejeros tuvieran prisa por abandonar la sala. Llegaban a notar como sus neuronas eran excitadas hasta límites insospechados, sus nervios eran puestos a prueba hasta el quicio de la razón. La disposición de los reunidos en torno a aquella mesa facilitaba el juego de miradas… Allí quedaban expuestas sus almas. Ni traición ni achiques podían pasar inadvertidos en tal lugar. Y López era experto en exprimir el intelecto de sus colaboradores.

Ni siquiera Basáñez podía decir que se sentía a gusto en aquella sala. Era funcional, eso sí, pero no cómoda. No era angustiosa, salvo que alguien tuviera algo que esconder.

López levantó la sesión:
—Para el lunes que viene quiero un informe del destino que tendrán todos los jugadores que saldrán del Rayo. Un folio por cada jugador, detallando sus intereses e inquietudes. Quiero saber si estarán a gusto en sus nuevos equipos. Me importa un bledo que lo estén o no, pero quiero saber si el destino que les hemos buscado se ajusta a sus expectativas. No podemos permitirnos una suerte de motín apoyado por cuatro nostálgicos de la ciudad. No tenemos tiempo para concienciar a nadie y debemos empezar la temporada concitando apoyos y no recelos. Sé que algunos jugadores perderán su estatus actual, pero ni el Rayo ni López Asociados somos una ONG. Vamos a dar de baja a casi medio equipo, y para el año que viene, de cumplirse nuestro objetivo, nos quedaremos sólo con tres o cuatro chicos de la temporada pasada. Y todo debe ir miel sobre hojuelas. Señores, les agradeceré que me participen cualquier detalle que crean que puede ser de interés para evitar cualquier reticencia al respecto. Nos vemos mañana para tratar de la contratación del míster.