—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El precio del chocolate (y 4)

(Lee la entrega anterior)

—Pretendo dar a entender a la gente que en la vida es más importante el éxito en los estudios y la formación de cada uno que el éxito en el deporte. Y que esto último está sobrevalorado.
—¿Y qué me importa a mí lo que le pase al resto de la gente? Que estudien, que trabajen, que pierdan el tiempo o que jueguen al fútbol, por qué tengo que ser yo un mono de feria del que se rían o se espanten.

Piquito parecía enfadado, pero su cuerpo no estaba en tensión.

—Yo estoy triunfando, pero sé que aún no soy nadie. Si me viene una lesión se acabó el fútbol y tendré que ponerme a trabajar repartiendo pizzas con la moto. Y nadie de esos a los que tú vas a hablar sentirá lástima de mí.
—Bueno, déjalo ya —y Susana puso una voz melosa—; me gustaría que no te marcharas enfadado de aquí y quedar como amigos. Esta tarde hablaré con don Faustino.
—Vale… Pueh ya sabes donde encontrarme. Y si quieres algo más, ya sabes donde encontrarme también —soltó Piquito pícaramente.
—Oye fresco, que hasta ahora lo habías hecho muy bien.
—Ya Susana, ¿y mi fama de conquistador? Tengo que mantenerla, ¿no? —rió el figura medio en broma.
—Serás capullo…
—Además, estás de diez. A nada que te arregles un poco… Cambies de look y te subas un poco las tetas, eres una mujer muy atractiva.
—Oye chaval, que no eres más que un crío.
—Ya, y tú una mujer… Por eso no puedo evitar que me gustes…

Llegados a este punto Susana sintió que se acaloraba. Piquito, tras haber dejado en el mostrador dos euros, volvió a tomar la palabra mientras enfilaba la puerta de salida:
—Dame un toque cuando hayas hablao con don Fausti.
—Si no sé tu número…
—Lo sabe to’l barrio… Y en la radio más… jajaja. Adiós, guapa.

Tras esta despedida Susana no pudo evitar sentirse algo contrariada: “no sé tu número, no sé tu número…” y el chaval la había dejado como si fuera una torpe.

Mientras veía cómo el joven salía de la tienda y saltaba el banco que había enfrente, pensaba a media voz: “Pero si no puede ser… Si no es más que un crío… Qué tonta soy… Pero la oferta que me ha hecho no la voy a dejar pasar…”.