—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Piquito en el día después (2)

(Lee la entrega anterior)

El joven se levantó de la cama y mientras caminaba por el estrecho pasillo esquivando cajas y utensilios en dirección al cuarto de baño preguntó a Inmaculada:
—¡Madre!, ¿ha llamao abuelo?
—Ha venido tres veces y otras tantas ha marchado. Y que sepas que le he dicho que has llegado más borracho que una mona.
—¿Y qu’ha dicho abuelo? –preguntó Piquito a voces sin evitar que las últimas gotas de la micción gotearan fuera del retrete, como siempre.
—¡Qué va a decir ese viejo! ¡Que él hubiera hecho lo mismo! Y bajó las escaleras riendo a carcajadas.
—Joder, madre, lo hemos pasado dabutin. To’l mundo era a preguntarme cosas –Piquito se había sentado a la mesa de formica con finas patas metálicas que había en la cocina.

» En la tele no había mucho que ver, salvo en TeleMadrid, cuando retransmitían las mejores jugadas de los equipos madrileños de la Segunda B.

La madre miraba extasiada a su hijo, feliz de que fuera fruto de sus entrañas. Y le acercó un bizcocho que ella misma había cocinado por la mañana, mientras esperaba a que su hijo llegara a casa antes de salir para el trabajo.

Inmaculada pudo dormir algo por la noche. De cuando en cuando despertaba sólo para mirar los mensajes del móvil. Piquito, como buen hijo, le mandaba un mensaje cada hora diciendo dónde se encontraba. La educación de los hijos debía estar en sintonía con la tranquilidad de la madre, pensaba Inmaculada.

Con treinta y siete años, Inmaculada aún se conservaba de muy buen ver. Era de un rubio natural y su cuerpo siempre había estado bien formado, con unos pechos exuberantes que llamaban la atención. Ella se cuidaba cuanto podía, y decía que no había mejor gimnasio que su trabajo para mantenerse en forma. Inmaculada, en los años duros, nunca había perdido la gran sonrisa que le iluminaba la cara y un carácter bonancible que le permitía, día tras día, afrontar las intensas y sufridas jornadas laborales con alegría y decisión.

Piquito había dado buena cuenta del bizcocho y de un vaso de leche fría con Cola-Cao. Con la boca llena, comiendo a dos carrillos, había estado contando a su madre, grosso modo, como había disfrutado la gran fiesta que López había dado a todo el equipo. Ya habría tiempo para los detalles. Piquito llegaba a casa siempre a las diez de la noche, salvo un día que el entrenamiento comenzaba algo más tarde, cuando llegaba a las diez y media. Y hasta que la madre se acostaba, había tiempo sobrado de hacerse confidencias mutuas. Total, en la tele no había mucho que ver, salvo en TeleMadrid, cuando retransmitían las mejores jugadas de los equipos madrileños de la Segunda B.
—Madre, voy a bajar a ver a los chicos.
—Corre, hijo, que se mueren de ganas por hablar contigo.

Piquito bajó a saltos las escaleras de aquel inmueble de diminutos pisos de protección oficial a los que hacía tiempo que faltaba la pintura de las fachadas.

(Continuará…)