—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Qué diantres tendrá el fútbol (y 5)

(Lee la entrega anterior)

Tantas emociones habían dejado exhaustos a nuestros dos tiernos amigos.

—Es duro esto del fútbol, Said —dijo don Faustino para justificar algo de lo allí vivido.
—Es muy emocionante pero mucha gente dice palabrotas.
—Las que has escuchado deben entrarte por un oído y salir por el otro. Muchas personas tienen tan poca educación porque cuando eran pequeñas no pudieron ir al colegio, ¿sabes?
—¿Y los jugadores?
—Algunos se han equivocado de deporte.

Se comieron dos bocadillos que Fátima había preparado para aquella tarde tan futbolera. Dos botellitas de agua se vaciaron en sus gaznates en un santiamén.
—Como sigan repartiéndose caricias los dos equipos el partido se va a suspender por falta de jugadores en el campo —dijo el viejo profesor al niño—. O quizás será el árbitro el que se largue del partido harto de insultos…
—Estará acostumbrado, abuelo, cómo se va a ir.
—Anda, déjame los prismáticos que voy a ver si veo en las gradas alguien conocido.

Don Faustino empezó a hacer un barrido de izquierda a derecha. Mientras iba desplazando los anteojos murmuraba para sí: “Ese es el cínico de Belmonte, el director del Instituto. Y luego dice que no le gusta el fútbol. Je! Y al lado la cacatúa de la Jefa de Estudios. Para mí que estos están enrollados, si es que…, joder, si ahora se dan un beso en todos los morros… Y me parece bien, qué leches. Vaya, llevo unos días que no paro de decir tacos. Como me oiga Said… A ver, a ver… ¡Hombre, el forastero! Aquel tipo que llegó al Bar Manolo a mediados de agosto vendiendo la burra de que su empresa iba a trabajar en Mospintoles a cuenta del negocio que iba a traer el Rayo a la ciudad. Bueno, negocio sí que hay porque el campo está a reventar y toda esta gente no gasta sólo en entradas para ver el partido. A ver…, mira tú, el Chispas y el Pelucas en animada conversación. Pedazo de bocadillo que se gastan los amigos. Buen detalle el de Matute regalándoles las entradas. Y por allí, a ver…, hombre, la Maripili del Ayuntamiento. Ya hasta las mujeres han caído en las redes del futbolín. Señor, señor… ¿Y qué veo por allí? Ah, la señora Inmaculada, la madre de Piquito. Y el que está a su lado es su padre, el abuelo de nuestro héroe local… Se les ve la mar de felices. A ver si el chaval les saca a flote, que se lo merecen. (…) Hum, estoy casi mareado de ver a gente conocida. ¡Está aquí dentro medio Mospintoles! Pero a quien no he visto es a Susana, ah sí, ahí está, cerca del banquillo del Rayo, trabajando en lo suyo. Chica lista. Y en el palco, a ver si ya ha regresado el personal… Sí, ya veo el careto del Segis, el alcalde. Este se apunta a un bombardeo. Y al lado, claro, la Reina. Menuda batalla campal van a organizar estos dos de cara a las próximas elecciones municipales. Va a haber puñaladas traperas hasta en los retretes de la sede del partido. Y el tal López, el presidente de este invento, no sé quien es… ¡Mira que un vecino tan insigne como yo y no conocer al nuevo rey Midas! A ver, presta atención, Fausti, que seguro que adivinas quién es. Fíjate bien, va a ser ese a quien todos saludan efusivamente, sí, ese que recibe todas las miradas, el que está tan solicitado. Rodeado de palmeros y pelotilleros… Buena presencia sí tiene… Su cara, no sé, no es la primera vez que la veo, creo… La he visto antes en algún sitio… Yo creo que he hablado con él en una ocasión… pero no recuerdo… Ay, esta memoria de mosquito que me va quedando…”

» Algo debió pasar en los vestuarios durante el descanso porque la segunda parte fue una balsa de aceite. Los jugadores se comportaron exquisitamente, sin el más leve aspaviento ni caricias en las tibias o peronés de los colegas rivales.

—Abuelo, que la segunda parte va a comenzar…
—Ten los prismáticos, Said, pero no abuses de ellos que acabarás tan mareado como yo.

Algo debió pasar en los vestuarios durante el descanso porque la segunda parte fue una balsa de aceite. Los jugadores se comportaron exquisitamente, sin el más leve aspaviento ni caricia en las tibias o peronés de los colegas rivales. Así que empezaron a llegar los goles: 2-1, 3-1 y 3-2. Piquito hizo un hat-trick de esos (vamos, una tripleta) y poco faltó para que lo sacaran a hombros del terreno de juego. Cuando el árbitro se llevó el silbato por última vez a la boca, todo el estadio exhaló un profundo suspiro colectivo de alivio. La primera victoria del Rayo había costado sangre, sudor y lágrimas pero el objetivo se había conseguido: los primeros tres puntos de la liga ya estaban en el talego.

El personal empezó a desfilar camino de los vomitorios del estadio. Se respiraba en el ambiente una sensación de felicidad y de relax impensable una hora antes. Parecía mentira que aquella muchedumbre hubiera deambulado en poco tiempo por todos los estados de ánimo más frecuentes en el ser humano. De la cordialidad a la ira pasando por la tensión contenida y acabando en la calma chicha. El viejo profesor quiso agotar hasta las últimas aquel cáliz. Pasaría mucho tiempo, quizás toda una eternidad, hasta que alguien consiguiera meterle de nuevo en el interior de un campo de juego. Mientras las gradas se iban quedando vacías, allí permanecía sentada aquella pareja tan dispar.
—Y bien, ¿qué te ha parecido la cosa?
—¡Hemos ganao! —le contestó Said.
—¿Sólo eso?
—Tienes razón, mucho ruido…
—¿Algo más?
—No sé, en la tele se ve mejor…
—Estamos de acuerdo.

Cerca de ellos, como si nada le hubiese ocurrido, un hombre mayor iba cantando más contento que si le hubiera tocado la lotería. Llevaba un gran esparadrapo en la mejilla izquierda y restos de gotas de sangre en la camisa que mostraba a los allí presentes como si fuesen medallas de guerra.