—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Sebastián Matute (y 3)

(Lee la entrega anterior)

Los clientes salieron a la calle. La cercanía del estadio presagiaba que habría una marea humana en pocos minutos. Matute, previsor, como siempre, había aparcado su BMW dos calles más allá, a la espera de que su mujer se reuniera con él.

La cafetería quedó pronto vacía. Sólo Sebas y los dos camareros llenaban el local. La tele fue apagada con el mando a distancia, y las escobas empezaron a moverse.
—Si vais a cerrar me voy.
—No, don Sebastián, por favor. Sólo queremos ganar tiempo. Hoy podremos irnos a casa un poco antes. La fiesta se trasladará al centro, y sólo se puede esperar que la barahúnda ocasione algunos desperfectos en el local.

» María preguntó:
—¿Nos vamos?
Pero restalló como un imperativo “¡Vámonos!”.

¿La barahúnda?, pensó Sebas. ¿Qué cojones será la barahúnda? Esto pasa por tener universitarios metidos a camareros. O camareros metidos a universitarios…

No pudo concluir el hilo de su pensamiento. Un graznido desde una ventana abierta a la terraza le sobrecogió:
—Sebas, mamón, el Rayo en segunda división.
—¿Y a mí qué cojones me importa, idiota? –gritó Sebastián Matute mientras se giraba hacia la terraza, para ver quién le había llamado mamón.
—¡El año que viene os vamos a joder! –volvió a chillar la voz desde la puerta, mientras su propietario hacía un gesto obsceno con la cadera y moviendo los brazos adelante y atrás.
—¡Todavía os queda un año, anormal. Y el Nou Camp no es el campo municipal. Seréis como un seiscientos en un aeropuerto internacional!
—¡De eso nada, capullo. Os vamos a eliminar de la Copa de España!
—¡Será de la Copa del Rey, anarco ignorante! Pero os vamos a meter seis en Mospintoles. Así os ahorráis el viaje a Barcelona, ¡arrastraos!

En aquel momento entraba por la puerta de la cafetería una señora. Era la mujer de Sebastián Matute.
—Buenas noches, señora –dijo la voz desde la terraza. Usté sí es una señora. A ver si enseña al bruto de su marido a respetar al Rayo de Mospintoles.

Y se alejó gritando, ¡campeones, campeones, oé, oé, oé! junto con algunos cientos de improvisados manifestantes.

Sebas estaba fulminado. Aquella mirada… Su mujer no sonreía. Era raro no verla sonreír. Sebastián Matute se había convencido con el paso de los años de que aquel cuadro hostil sólo estaba reservado para él en la intimidad del domicilio. Pero esta vez aquella mirada y el gesto adusto los estaba sintiendo en un lugar público. Y sin embargo, pensó, María seguía siendo igual de guapa. Ya estuviera seria o sonriendo, María tenía una belleza fuera de lo corriente. Sebas bajó la vista y torció el morro. Sabía cuál había sido su error.

María preguntó:
—¿Nos vamos?

Pero restalló como un imperativo “¡Vámonos!”.

* * * * * * * * * * *

Ya dentro del coche familiar fue María la que rompió el silencio:
—¡Joder, Sebas! Tu afición al fútbol no puede ir en contra de Mospintoles. ¿Tengo que explicarte que eso perjudica mi imagen como político de la ciudad?
—Ya, cari… No volverá a suceder.
—Sabes bien que sí volverá a suceder. Ahora el Rayo puede codearse con los grandes. Habrá dinero del ayuntamiento para que así sea. Todos esperamos ver al Rayo de Mospintoles en primera división. No puede ser que el marido de la concejal de urbanismo y deportes alardee de su pasión por el Barça. Métete a tu Barça en el culo, so mamón.
—Lo siento, cari…
—Si el Rayo sube a primera el año que viene tendrás que decidir si apoyas al Rayo o al Barça.
—¡Y una polla, María!
—No me obligues a elegir entre mi carrera política y mi matrimonio, Sebas…

El silencio que se hizo dentro del BMW fue espeso. Sebastián parecía reflexionar. Luego sonrió…
—No te preocupes, reina…

Esperaba la colleja que le cayó. Sabía perfectamente que a María no le gustaba que utilizara con ella aquel apelativo que coincidía con su apellido.