—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Turrón del duro (y 3)

(Lee la entrega anterior)

Piquito cayó al suelo presa de un gran dolor consciente de que la lesión era grave. La entrada, vista por la tele, fue de las que espeluznan. Todo el mundo en el campo de juego se fue hacia el lugar de la falta. Incluso el portero mospintoleño corrió a amparar a su jovencísimo compañero mientras éste se retorcía de dolor en el suelo. Allí mismo se montó una tángana; entre tanto las asistencias llegaban y procuraban unos primeros auxilios al chaval, que acabaría siendo retirado en camilla.

Para ese momento los ánimos en el campo se habían desbocado. Con todo, lo más curioso fue la reacción del delantero centro rival. Se había encarado con su propio compañero, le había agarrado por la camiseta y jalando de él con violencia lo lanzó al suelo.

» Visto el alcance de la lesión, Piquito fue metido en una ambulancia y llevado al hospital de aquella ciudad en compañía de López […]

En ese momento todos los jugadores se separaron y quedaron lívidos. El delantero centro y el defensa, ahora de pie, se encararon:
—¿Qué haces, gilipollas? ¡Lo has matao!
—Que te den por culo; a ti y a él.

La reacción del delantero no se hizo esperar y un soberbio sopapo explotó en la cara del central. Fueron sus propios compañeros quienes se metieron por el medio y los separaron.

El árbitro quedó atónito. Tenía la cartulina roja en la mano, y aún no se la había mostrado al defensa, ocupado como había estado en apaciguar los ánimos y recuperar el control de la situación. Dudó un instante… y acabó mostrando dos cartulinas rojas directas. Una al agresor —el delantero—, y la otra al defensa que había sacado del partido a Piquito.

El rival se quedaba de un plumazo con nueve sobre el campo, y aún restaban quince minutos por jugar.

Cuando el delantero se retiraba a la caseta hubo unos tímidos aplausos por parte de los aficionados locales. Detrás llegaba el defensa, con la marca del tortazo en sus mejillas, y el mismo público le dedicó una gran pitada. Piquito, sin embargo, no fue consciente de la tremenda ovación que le brindó el público cuando le retiraron los camilleros.

El Rayo no pudo realizar un cambio por el lesionado Piquito pues ya había agotado su cupo, con lo que el partido se reanudó con diez por el bando mospintoleño.

Visto el alcance de la lesión, Piquito fue metido en una ambulancia y llevado al hospital de aquella ciudad en compañía de López, que había abandonado rápidamente el palco disculpándose ante el presidente local, que también mostró su repulsa por tan tremenda entrada.

Una vez en el hospital se le diagnosticó rotura limpia de peroné. Estaría un mínimo de tres meses alejado de los terrenos de juego. Un tercio de la temporada, precisamente ahora que acababa de ser llamado por la selección nacional sub-19.

La mala fortuna se había cebado con Piquito, algo que nunca le había pasado hasta entonces. Lesiones sí había tenido, pero nunca en momentos tan inoportunos, aunque que ninguna lesión llega oportunamente.

Meses después, el día antes de reincorporarse a la competición, Piquito acudiría a la laguna que hay en un páramo solitario del municipio de Mospintoles. Había conseguido que le prestaran una barca y remó hasta el centro de aquel agua estancada y medio cenagosa. Llevaba una bolsa de loneta, y en el suelo de la barca había un par de piedras gruesas que había elegido con cuidado. Cuando estuvo en el centro del lago las introdujo en la bolsa, cerró ésta con la cremallera, y de un fuerte impulso lanzó bolsa, piedras y la camiseta que vestía el día de su lesión a lo más profundo del estanque. Aquella camiseta albinegra de tan mal agüero como las urracas.