—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Turrón del duro (2)

(Lee la entrega anterior)

Efectuado el saque inicial Piquito se había olvidado de los colores de su elástica de hoy, y ahora sólo veía urracas a las que pasar y de las que recibir el balón. Cuando jugaban con un extremo el chaval se sentía más suelto, y subía a rematar los balones que el delantero centro le dejaba colgados.

Pero en este partido estaban jugando con los dos interiores y así Piquito tocaba más balón, lo jugaba más. El chaval gozaba cuando conducía el balón hacia la brecha. Y hoy estaba especialmente entonado. Se anticipaba a las entradas de los rivales y desbordaba con un juego fresco, repartiendo balones a los huecos y desbaratando las labores defensivas.

» El figura levantó la cabeza y tuvo claro que con un leve toque haría una vaselina y el balón entraría mansamente en la portería.

Hoy se estaba convirtiendo en la pesadilla de los centrales, y se había visto obligado a evitar un par de hachazos en los que el árbitro había aplicado correctamente la ley de la ventaja. Pero el gol no llegaba; el portero rival estaba también en onda y había atajado dos o tres bolas que iban adentro.

Llegó el descanso con el Rayo como claro dominador del partido. Quizá el mayor control temporal del cuero había pertenecido al anfitrión, pero el Rayo había creado más situaciones de peligro y mantenido a raya el ataque rival.

Tras los estiramientos y la reposición de líquidos, los mospintoleños salieron si cabe con más ganas. Se sabían ganadores morales, pero esto es insuficiente en fútbol. No se gana un partido a los puntos como en el boxeo. Hay que marcar y mantener la puerta a cero, a ser posible.

Piquito hoy tenía ganas. En los inicios de la segunda mitad no había bajado su rendimiento un ápice. Un reparador masaje del fisioterapeuta del equipo le había descargado las pantorrillas. Estaba, si cabe, más rápido que en la primera parte, y le ganaba la partida una y otra vez a su par. Las voces en la defensa local eran constantes, ajustando las posiciones. Chili a su vez estaba sacando partido del marcaje férreo a que el rival estaba sometiendo a Piquito y había gozado de dos claras oportunidades antes del cuarto de hora de esta segunda parte.

En la siguiente ocasión en que Piquito recibió una fea entrada pudo saltar sobre el segado que le hicieron y el balón se perdió por la línea de banda. El árbitro no dudó (¡por fin!) en pitar falta y sancionar con tarjeta amarilla a quien había entrado a destiempo.

El central, cargado ya con una tarjeta, e incapaz de contener a un Piquito que se salía una y otra vez, pidió el relevo al compañero, pero el joven valor mospintoleño siguió haciendo de las suyas. Volvía a desbordar a su defensor y éste se veía obligado a hacerle continuas faltas.

Aun con todo, el partido seguía con empate a cero. Bien fuera por las reiteradas faltas, bien por el acierto del portero, bien por el desacierto de los delanteros, el rival también mantenía sus expectativas de adelantarse en el marcador en cualquier momento.

En esas estaban cuando Piquito le ganó la espalda al defensa y controló perfectamente un pase que le llegó oblicuamente desde la derecha, condujo la pelota hacia el área para llegar a encarar cómodamente al portero, que se había quedado a media salida. El figura levantó la cabeza y tuvo claro que con un leve toque haría una vaselina y el balón entraría mansamente en la portería. Se plantó, preparó el pie y fue entonces cuando sintió el golpe. Un patadón que le arrolló y derribó.

(Continuará…)