—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Turrón del duro (1)

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Era la última jornada antes del parón navideño en la liga de segunda división. El Rayo de Mospintoles, superados los traspiés iniciales de todo novato en una nueva categoría, había conseguido asentar su juego, y desde la defensa había ido consolidando sus líneas.

Piquito era titular indiscutible en el esquema del míster. Desempeñaba con solvencia su puesto de mediapunta, y se combinaba a la perfección con Chili Revuelta, el alto delantero centro llegado de Santander.

Los dos jóvenes habían sintonizado desde el primer entrenamiento, quizá porque no disputaban por el mismo puesto. Chili y Piquito se habían convertido en un tándem letal. Muy raro era el partido en que uno u otro no consiguieran marcar.

» La defensa del Rayo ya no era aquel colador del primer partido y su contraataque siempre acarreaba peligro de gol.

En la defensa el referente había sido Metzger. Ordenaba constantemente la posición de sus compañeros y leía los cambios tácticos del rival, a veces antes que el míster, quien había encontrado en Metzger un aliado importante, y ambos se entendían en mitad del ardor del juego con tan sólo una mirada, un gesto vago o un alzamiento de cejas.

El partido que hoy jugaba el Rayo como visitante era el primero que les iban a televisar para todas las 19 taifas en que está dividida España.

El Rayo lucía hoy su tercer uniforme a pesar de que tanto el primero como el segundo hubieran sido válidos dado que el rival jugaba con camisola roja. Pero también el rival usaba en este partido su tercera indumentaria, de color azul claro.

El misterio de estos cambios no era otro que una propuesta de López enviada a su homónimo del club rival contando con el beneplácito de la federación. Al ser un partido televisado, lucir los uniformes menos habituales impulsaría las ventas de los mismos entre sus respectivos seguidores.

Así pues nuestro Rayo lucía una desconocida equipación albinegra arlequinada. A Piquito y a Chili no les había gustado este cambio y habían comenzado una tímida rueda de protestas en el vestuario. El capitán, uno de los más veteranos, les explicó el motivo y zanjó la cuestión: “La empresa que os paga cree que así hace más dinero; vuestra misión, como profesionales, es jugar al fútbol”.

La estéril protesta no podía prosperar por otro motivo: los dos jóvenes se enteraron del cambio cuando les entregaron las remeras en el vestuario y los utileros no habían traído ningún otro uniforme salvo los consabidos repuestos para previsibles desgarrones.

Así pues el Rayo saltó al terreno de juego vestido como urracas, en palabras del propio Piquito. Y no es que nuestro genio del balón fuera especialmente supersticioso, sino que era otra sutil forma de protestar. Pero manías, eso sí, tenía a puñaos, como las tiene todo competidor de luenga trayectoria.

El Rayo había mejorado mucho en ritmo de juego y en el control del tiempo desde su debut en la categoría de plata, cuando acabó goleado por 5 a 1.

En su feudo había conseguido hacerse respetar, y no era cosa fácil ganarle. Fuera de casa todavía bajaba algunos enteros, pero sus delanteros marcaban casi siempre, como queda dicho, por lo que habitualmente arañaban puntos en sus desplazamientos.

En definitiva, se había ganado el respeto de los rivales de la categoría, se encontraba en la mitad alta de la tabla, a ocho puntos del tercero, y podían empezar a soñar con algo más que mantener la categoría.

La defensa del Rayo ya no era aquel colador del primer partido y su contraataque siempre acarreaba peligro de gol. Más de un partido habían roto Chili y Piquito con jugadas a balón parado o con asaltos vertiginosos al área tras robar el balón en la mediana del campo.

(Continuará…)