—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

20-N (y 5)

(Lee la entrega anterior)

Después de tomarnos un cocidito madrileño y una ración de chuletillas de cordero en un conocido mesón del centro de Mospintoles estuvimos dando vueltas por la ciudad y recorriendo los diversos colegios electorales. En uno de ellos vimos a López, todo trajeado, votando con una pequeña nube de fotógrafos alrededor. Pareciera que él era uno de los candidatos.

En un colegio de la zona norte vimos entrar a la alcaldesa María y su marido, el señor Matute. No llevaban cara de buenos amigos, no sabemos si porque habrían tenido antes una discusión matrimonial o porque el asunto del robo de la urna y las quejas de la gente por la supresión de la churrería Manuela ya les habían llegado al oído.

» Quizás tenga razón nuestro filósofo mospintoleño. ¡Cómo cambia el personal, sea de la cuerda política que sea, según se acerca o aleja del poder!

A eso de las seis de la tarde, en ese mismo colegio, alguien había querido votar poniéndose una pinza en la nariz. Inmediatamente le agarraron del pescuezo y el pobre no pudo decir nada sobre el porqué de su gesto. Poco después varias personas, en otros colegios, intentaron hacer lo mismo. Parece ser que todos ellos son miembros de la agrupación de «indignados» de Mospintoles, quienes habían decidido manifestar así su repulsa a un sistema político y económico que –siempre según ellos– se ha quedado anquilosado y al que hace meses vienen pidiendo reformas sin resultado alguno. ¡Para qué, si vivimos en el mejor de los mundos posibles!

En cualquier caso, exceptuando estos incidentes, la tarde transcurrió con entera normalidad. Preguntados numerosos convecinos sobre qué resultado electoral esperaban tras el cierre de las votaciones a las ocho de la noche, la unanimidad era completa:
—Las elecciones las van a perder por goleada quienes han desgobernado hasta ahora, los psocialistos. Son tan conscientes de que lo han hecho rematadamente mal y de que el pueblo les va a mandar a paseo que, durante toda la campaña, han escondido las siglas del partido todo lo que han podido. Igualmente han encerrado en el armario al Presidente para evitar así perder aún más votos y más que informar sobre su programa lo han hecho sobre lo que ellos llamaban el «programa oculto» de sus máximos rivales. Una campaña electoral patética.

Algunos vecinos, con simpatías hacia el partido todavía gobernante, asumían el destino con un honrado “nos lo hemos ganado a pulso” pero también señalaban su preocupación porque –por primera vez en la democracia restaurada– la inmensa mayoría del país pueda estar gobernada por la derecha. Va a ser el fin del Estado del Bienestar y de todos los logros sociales alcanzados en los últimos tiempos y bla, bla, bla…
—Muchos de los que hoy están votando a los peperos se van a enterar de lo que vale un peine en cuanto empiecen a hacer de las suyas.

Quien nos dio una opinión bastante ajustada a la razón fue Rafael Montenegro, filósofo y sin embargo amigo. Nos invitó a una copa a eso de las siete de la tarde y entre sorbo y sorbo nos encasquetó una tesis sobre Montesquieu y otra sobre Ortega y Gasset. Cuando pudimos desembarazarnos de él, nos estaba iluminando con esta breve moraleja:
—¡Qué curioso es el animal político, con tan flaca memoria y tan poca vergüenza! Lo que hasta ahora era una acción de gobierno eficaz, eficiente y patatín patatán, va a ser un desastre en cuanto el poder esté en otras manos. Y viceversa, lo que hasta el presente era la muestra evidente de un gobierno desnortado e incapaz, a partir del momento en que nosotros tomemos el timón de la cosa, todo va a mejorar en cantidades industriales gracias a lo guapos y listorros que somos. De verdad que dan ganas de mandarlos a todos a la mierda.
—Entonces, Rafael, no habrás votado a nadie…
—He votado a un partido nuevo que defiende sólo a los animales…

Quizás tenga razón nuestro filósofo mospintoleño. ¡Cómo cambia el personal, sea de la cuerda política que sea, según se acerca o aleja del poder! En algunos corrillos, con gentes mezcladas de uno y otro talante, la situación se puso algo violenta, aunque al final todo el mundo decidía pasar la página politiquera para hablar de algo también muy preocupante y polémico: la deficiente campaña del Rayo en la presente Liga, aunque parece que en las últimas semanas el equipo va enderezándose.
—La temporada pasada López no quiso subir a primera por miedo a hacer el ridículo en la nueva categoría y, al final, lo está haciendo igual pero en segunda. Menuda vista ha tenido el gachó.
—Al Rayo le va a pasar esta temporada lo que hoy al gobierno zapateril, ese que nos iba a meter en «Champions League» de Europa. Al final ya ven donde estamos: en una economía de tercera regional y bajando. Eso le va a pasar al Rayo…
—Anda ya, cenizos… Ya hemos empezado a remontar y, al final de la Liga, conseguiremos un puesto de ascenso a Primera. ¿Qué os apostáis?
—¡Tu cerebro!
—¿Por qué, si puede saberse?
—Porque es lo único que no te sirve para nada.

Allí dejamos discutiendo a nuestros amigos, entretenidos en buscar similitudes y diferencias en dos ámbitos cotidianos (la política y el fútbol) que, probablemente, tienen más puntos en común de lo que parece.

Cuando sonó en el reloj la hora veinte del día veinte de noviembre, las urnas se cerraron en toda España. En nuestra ciudad, justo en ese momento, una llamada telefónica ponía en alerta a la redacción de Radio Mospintoles. Susana Crespo, que estaba en esos momentos preparando el programa deportivo de la noche, fue una de las primeras personas en conocer la identidad del personaje que –decía– había robado la urna electoral en el Instituto Fernando Orejuela. Minutos después varios policías emprendían el camino para su captura. Ya lo conocían. El bueno de Francis, el del gol de cabeza (1), había vuelto a hacer de las suyas.

Tras su atraco, al inicio del verano, a la Caja de Ahorros de la Avenida de Toledo, la justicia lo tenía en espera de análisis psiquiátricos y de juicio. Pobre de solemnidad, viejo y medio enfermo, seguía malviviendo en su tétrico piso, en el que continuaba morando –como si fuera un okupa– pese a haber sido ya desahuciado. El tiempo iba pasando y aún no había conseguido que lo ingresaran en prisión, deseo que anhelaba como solución a todos sus males.

«¿Dónde mejor voy a estar que en la cárcel? Estaré atendido médicamente, no tengo que pagar alquiler alguno, tendré comida suficiente (…). Incluso podré ver la tele. Y los partidos del Plus…» –había dicho a Basáñez cuando le detuvieron tras el atraco.

Lo que entonces no sabía el bueno de Francis es que la justicia en España es lenta como una tortuga y tan garantista con los chorizos y mangantes que su deseo tendría que esperar todavía una larga temporada. Por eso volvió a reincidir, para ver si ahora le hacían caso y le enchironaban de una puñetera vez. El invierno estaba al caer y no quería morirse de hambre, de frío y de soledad.

La urna sustraída estaba allí, en la bañera, llena de agua. Dentro no había ninguna papeleta electoral, sólo un pececillo insignificante que estaba deseando que lo trasvasaran a un receptáculo más cálido y acogedor. No lo consiguió: alguien lo echó al retrete y luego tiró de la cadena.


NOTAS:

  1.  — ¿No quieres saber la que armó Francis, el del gol de cabeza?