—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Blanco y oro, negro y plata (3)

(Lee la entrega anterior)

La voz de López sonó seca y autoritaria y Mr. Ayman, pescando que allí había algo más y que él no quería marcharse de Madrid sin el particular recuerdo que le habían ofrecido, decidió hablar en un suficiente español.
—Miss Crespo… Estaría encantado de que visitara mi humilde haima… Me gustaría hacerle un presente para que no olvide nuestro feliz encuentro.
—Estaría encantada de visitarle, señor Al-Daraqu. Pero las normas sociales de mi país desaconsejan que acuda sola. ¿Sería usted tan amable de invitar también a un amigo mío para que me acompañase?
—Me agradaría que me viera como un amigo, señorita, y así sus amigos serán desde hoy mis amigos; puede considerarlos a ellos invitados a la haima de la familia Al-Daraqu.

» —Si no tienes con quién ir cuenta conmigo para acompañarte, porque tampoco quiero que vayas sola…

Entre sonrisas y miradas, parecía que Mr. Al-Daraqu no tenía intención de marcharse de allí, tan impresionado había quedado de la belleza exótica de la periodista. López por su parte traía ya un cabreo de mil demonios por las miraditas y sonrisitas entre ambos jóvenes. María estaba entre divertida por haber visto un talón de Aquiles en López y molesta con la injerencia de Susana; la muchacha parecía tener el don de la ubicuidad… y el de la inoportunidad.

Por fin el grupo comenzó a andar y Susana se quedó en el pasillo para no acompañarles. Antes de salir por la moderna puerta acristalada que se abría al activarse un sensor, el joven Al-Daraqu se volvió a mirar a Susana una vez más. Tras sonreír, habló brevemente al oído de uno de los guardaespaldas. Ya en la calle, María fue invitada a viajar con los árabes en la limusina blanca y oro. López subió al Mercedes y abrió la comitiva de vuelta al estadio.

Susana se dio la vuelta para despedirse de Mari Pili y vio que la rubia estaba allí, de pie, observándola en silencio.
—Vaya morro que tienes, Susana, querida. Le has dicho al árabe que irías con un amigo. Podías haber pensado en mí para ir juntas a la haima esa.
—¿Pero no ves que ha sido sólo una declaración de intenciones? ¿No ves que no le he dado mi teléfono y yo no sé dónde coño tiene este tío la dichosa haima? ¿Cómo crees que podamos quedar, hija?

En ese momento sonó el móvil de Susana. Descolgó, y tras escuchar atentamente, la periodista sólo dijo un escueto “Vale” por toda respuesta y colgó.
—Era el árabe, ¿a que sí?
—Yo lo flipo, tía –dijo Susana sorprendida de verdad–. Me ha llamado un tipo con acento árabe y me ha dicho que me hablaba en nombre de Al-Daraqu, y que a las siete de la tarde esté preparada delante de mi casa, que pasarán a recogerme a mí y a mi amigo.
—Joder, tía. Yo ya no quiero ir… Me he acojonao. Si no han pasado ni cinco minutos y ya saben donde vives…
—Supongo que será para impresionar, boba –comenzó a especular Susana–. Y que de aquí a las siete averiguarán dónde vivo…
—¿Y el teléfono?
—Lo tendrían ya… Antes de viajar estos árabes habrían hecho un estudio de todas las personas que trabajamos para López.
—Sea como sea, tanto control a mí ya no me mola, querida. Si no tienes con quién ir cuenta conmigo para acompañarte, porque tampoco quiero que vayas sola… ¿Y con quién habías pensado ir? –quiso, por fin, satisfacer su curiosidad Mari Pili.
—Pues no había pensado en nadie concreto. Tal vez en Piquito, pero a esa hora estará entrenando. Dije “un amigo” para que no pensara que iba a ser facilona. Pero me temo que por “un amigo” no entendió un novio, sino sólo un amigo.
—¿Es que entonces estás saliendo con Piquito, querida? No me habías dicho nada.

[Continuará…]