—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Cuando baja la marea (3)

(Lee la entrega anterior)

Tras su conversación con el inspector Cañeque, don Faustino cogió un taxi y salió disparado hacia el Instituto. Tenía clase con su tutoría (un examen) y no quería llegar tarde ni posponerlo. Mientras iba de camino llamó a Matute para quedar con él. Le informó que de madrugada le habían quemado el coche y que estaba interesado en la compra del Audi de Remigio, aunque no le dijo nada sobre que había aparecido muerto esa misma mañana. Acordaron verse en el Bar Manolo en torno a las siete.

» No es la primera vez que un honrado ciudadano llama la atención a este tipo de jóvenes por cualquier tropelía que están cometiendo y la toman con él.

Al acabar su jornada laboral, repitió el mismo trayecto que había realizado el día anterior al salir del Instituto. Volvió a pasar por la calle cochambrosa y maloliente de entonces, volvió a ver las mismas cacas de perro y grafitis. Tuvo la impresión de que aunque habían pasado 24 horas aquella mugre era la misma de entonces. Para el servicio de limpieza municipal esa calle debía ser territorio comanche. Confirmó sus sospechas cuando llegó a la altura del contenedor de basura al que habían prendido fuego aquellos niñatos y vio, con estupor, que seguía allí, arrugado y ennegrecido, prácticamente inservible. Se paró delante e intentó recordar. Tenía la seguridad de que el autor de la quema de su viejo coche no era Remigio. No creía que su máxima preocupación antes de ahorcarse fuera pegarle fuego a su vehículo. ¿Y si habían sido los mismos a los que regañó y, posteriormente, denunció? Aquellos jóvenes debían ser gente peligrosa. Entonces aligeró sus pasos para no tentar nuevamente a la suerte aunque parecía que la calle estaba desierta. Unos minutos más tarde divisó la suya. A la altura de su portal había un hombre maduro, de unos treinta y pocos años, bien plantado pero altamente sospechoso. Miraba a todos lados sin perder detalle pero procurando no llamar la atención. En esos momentos le entró un pánico atroz. ¿Quién sería aquel tipo que claramente hacía guardia donde él vivía? ¿Tendría que ver con el incendio de su coche? ¿Pero no había pensado hacía unos minutos que quizás aquellos jóvenes gamberros podían haber sido los autores?

Por fortuna la calle era amplia, había coches circulando y por las aceras paseaban varios peatones con aire despreocupado. Esta observación le tranquilizó sobremanera, así que siguió hacia adelante con el alma en vilo. Cuando llegó a la altura de la fachada de su piso, aquel hombre vino hacia él con una sonrisa y la mano extendida. Pese a ello, el viejo profesor no las tenía todas consigo.
—¿Don Faustino?
—Sí, … soy yo…
—Soy el subinspector Cañeque. He llamado al Instituto y me han dicho que probablemente vendría para acá así que he decidido esperarle. Soy el hijo del inspector Cañeque.
—Mucho gusto en conocerlo, aunque viéndole de lejos he llegado a asustarme un poco. Me quemaron el coche esta mañana…
—Estoy informado de todo, don Faustino. Me han encargado la investigación y ya tengo las conclusiones definitivas.
—¡Coño, qué rapidez!
—Hay un testigo que vio todo desde una ventana cercana y, por si fuera poco, las cámaras de una Caja de Ahorros colindante efectuaron una grabación. Encontrar a los autores ha sido coser y cantar.
—Dice autores…
—Dos jóvenes que responden al nombre de Juan y Luis. Al primero lo identificamos inmediatamente gracias a la descripción del testigo. Tiene una cicatriz en la cara que le va a delatar siempre a menos que se haga la cirugía estética. Él nos llevó al otro en cuanto le apretamos un poco las clavijas. No tienen dos tortas ni dos dedos de frente pero así empiezan muchos, cometiendo gamberradas o pequeños delitos y luego acaban actuando a lo grande.

La corazonada de don Faustino era cierta. El de la cicatriz era uno de los cuatro jóvenes que habían metido fuego al contenedor en aquella calle maloliente justo cuando él pasaba por allí.
—¿Y han dicho por qué le han pegado fuego a mi coche? ¿Tan mal les sentaron mis palabras al recriminarles por lo que estaban haciendo?
—No es la primera vez que un honrado ciudadano llama la atención a este tipo de jóvenes por cualquier tropelía que están cometiendo y la toman con él. Le insultan, pegan o hieren. No están los tiempos para heroicidades ni para meterse en camisas ajenas, don Faustino. Esa gente vio cómo luego hablaba usted con la policía local, probablemente describiéndolos, y decidieron darle un buen susto. Los dos cafres han cantado la gallina en cuanto les metí en el furgón. Uno de ellos le conocía. Vive en el mismo barrio que Piquito y en diversas ocasiones le ha visto a usted entrar en la casa del famoso futbolista. Y, claro, tenía localizado su viejo Renault.
—Qué fácil es hacer daño al prójimo… ¿Qué me aconseja que haga con la denuncia?
—Mi padre le diría que la retire. Lo haga o no esos dos tipos van a estar en la calle en un santiamén y, además de reírse de todos nosotros, si no la retira puede que le hagan la vida imposible. ¿Usted cree que merece la pena? Encantado de haberle conocido, don Faustino.

El subinspector Cañeque se despidió con un fuerte apretón de manos. A un gesto suyo apareció un coche policial camuflado y se subió al mismo. Le volvió a saludar y el vehículo partió a toda velocidad.

* * * * * * * * * * *

El profesor, tras acabar de comer en casa, estaba leyendo el periódico tumbado en el sofá. Como siempre, a no mucho tardar, le entraría sueño dando comienzo a su habitual siesta. En esas estaba cuando sonó el teléfono. Estiró el brazo y cogió el inalámbrico que tenía en una mesilla cercana.

~¡Hombre, Piquito, qué sorpresa oírte! Sí, dime… Hum… sí… estupendo… mañana a las 12… sí, en su consulta. Dame la dirección… sí… Sé por dónde cae, no te preocupes. Sí, dime… –don Faustino estuvo escuchando un buen rato a su interlocutor sin pronunciar palabra alguna, sorprendido por lo rápido que corrían las noticias por Mospintoles. Al fin abrió la boca–. Bueno… era un coche que estaba muy viejo y ya no valía un euro… Me preocupa más que haya chavales que tengan una reacción tan extrema como esos. Deberías tener cuidado si es que alguno de ellos lo tienes por allí cerca. Sí… gracias por lo del doctor y ya te contaré lo que me diga tras ver la resonancia. Espero que no sean muy malas noticias y que la semana acabe mejor que como empezó. Sí…, vale…, adiós, adiós.

Estaba a punto de colocar el inalámbrico de nuevo en su base cuando volvió a sonar. Era la joven periodista Susana.

~Buenas tardes, don Faustino. Espero no haberle despertado de la siesta…

~No, criatura. Estaba lavando los platos…

~Mejor así. Si quiere llamo más tarde, cuando haya acabado…

~No, entonces estaré dando ronquidos y no me despertaría ni una taladradora. Estoy un poco enfadado contigo, Susana.

~Me imagino porqué pero le llamaba precisamente por eso. Quiero excusarme aunque espero que me comprenda…El otro día conté una pequeña historia sobre usted en el programa “Radio Pelota”. Lo hice con mucho cariño, usted sabe cuánto le estimo, sólo que sabiendo que se iba a negar si le solicitaba cualquier tipo de información, me atreví a contar algunas cosas que ya sabía. Eso es todo…

~¡A saber qué cosas horribles dirías de mí! –el viejo profesor estaba tomándole el pelo a su joven exalumna.

~Lo puse por las nubes, como se merece. Y por lo que sé a mucha gente le gustó mi historia. Sólo le llamaba por eso, por si acaso no le había gustado…

~No he oído tu programa ningún día, Susana. Lo que tengo ganas es que llegue el mediodía de mañana viernes para escaparme de Mospintoles y perderme por algún lugar de la sierra. ¡Entre pitos y flautas vaya semanita que llevo!

~Pues la mía no ha sido manca…

~Tú eres joven y aguantarás lo que te echen, pero a mí estas cosas me cansan mucho, no soy un chaval. Ya sólo quiero tranquilidad y buenos alimentos.

~¿Tiene algo que ver la quema de su coche con la agresión del instituto, don Faustino? –ah, conque era eso, pensó para sus adentros el profesor, me llamas por eso, te has enterado de lo del coche y quieres información para tu programita, pues te vas a enterar, ji, ji…

~Ah, ya sabes lo del pobre cochecillo. ¿Pero no me llamabas para disculparte por lo otro?

~Sí, don Faustino, pero ya de paso me gustaría saber algo sobre este nuevo asunto…

~Sabes más que los ratones coloraos. Pero, mira por donde, me has encontrado bien comido y relajadito, así que ahí te voy a dar una serie de noticias en exclusiva, Susana. Remigio se ha ahorcado esta madrugada, desesperado y reconcomido ante un hijo que no le quiere, una mujer a la que mató a disgustos y una enfermedad incurable que le diagnosticaron el otro día. Remigio trabajaba para López, tu jefe y, si no recuerdo mal, actual presidente del Rayo. Un fiel empleado hasta que Melitón lo dejó caer. En 1993 el profesor don Faustino, o sea, el menda, sufrió una estafa en la compra de un piso en Alcorcada. El señorito López fue uno de los que la propiciaron. En cuanto a mi coche, le han pegado fuego dos jóvenes delincuentes a los que habrá que dar una oportunidad antes de que sea demasiado tarde y se hundan en el pozo de donde jamás se sale. Y el coche que va a sustituir al quemado, mira tú por dónde, ha pertenecido a Remigio, ese troglodita que estuvo a punto de matarme el lunes pero que hoy jueves ha acabado colgándose de una cuerda. Moraleja: la vida a veces es un círculo infernal y de él sólo se puede salir huyendo. Hacia la sierra, por ejemplo.

~Me ha dejado atónita, don Faustino…

~Pues más te voy a dejar. Sólo te autorizo a que relates en el programa el círculo completo de la exclusiva. De Remigio a López, pasando por don Faustino, los jóvenes pirómanos y otra vez Remigio. ¿Trato hecho?

~No puedo…

~Una periodista joven, decidida e independiente como tú…

~No puedo, don Faustino…, no puede pedirme eso…

La voz de Susana se quebró. El viejo profesor tuvo la sensación de que había empezado levemente a sollozar. Entonces don Faustino dio por terminada la conversación y colgó sin despedirse. Aunque Susana ya no era su alumna, deseó que la lección que acababa de darle le guiara en su futuro profesional. Entenderla, parecía haberla entendido a juzgar por su imprevisto cambio de voz.
«…¿No te habrás pasado con esta pobre chiquilla, Faustino? Ya bastante tiene con lo que tiene…»

* * * * * * * * * * *

A las siete en punto de la tarde, en el Bar Manolo, estaban Sebastián Matute y don Faustino charlando sobre el suicidio de Remigio y el asunto del Audi, el coche que éste quería vender. Como en ese momento no había clientela, Manolo también metía baza en la conversación.
—La cosa es complicada, Sebastián. Un muerto no le puede vender un coche a un vivo por mucho que el intermediario le oyera decir en vida que le buscase un rápido comprador –así de fino razonaba Manolo a la intención de Matute de venderle el coche inmediatamente a don Faustino–. Ni siquiera se lo deberías prestar para este fin de semana porque le para la policía por cualquier cosa y le acusan de haber robado el coche. Y robárselo a un muerto supongo que tendrá más castigo que birlárselo a un vivo…
—Sí, tienes razón… Yo creía que las cosas eran más sencillas…
—Tan sencillas –continuó Manolo, mientras que don Faustino no abría la boca ni para respirar– que como no espabiles te acusarán de muy vivo por haberte quedado con el coche del muerto. Y a ver cómo justificas ante la poli o el juez que tienes autorización para tener ese coche en el taller si no hay ningún documento que justifique esa presencia y el muerto no va a resucitar para declarar a tu favor.
—Vuelves a tener razón, Manolo, porque a mí tanta burocracia y tanta leche me pone de los nervios. El tío llegó el viernes pasado, me comentó que quería vender urgentemente y como era un cliente habitual y no me pidió ningún papel de depósito pues eso, que allí se quedó el maldito coche…
—Creo que ya tengo la solución a este problema –intervino el viejo profesor después de dejar hablar a sus amigos–. Remigio ha dejado entre sus documentos al juez un escrito por el que autoriza a Sebas la venta del Audi por el precio estipulado. Luego deberá efectuar el ingreso en una cuenta bancaria determinada.
—¿Y cómo sabe eso, profesor?
—Tengo un topo en la policía…
—En cualquier caso –retomó la palabra Manolo– el asunto pasa a depender de un juez y veremos a ver si al final no se queda el Estado con el vehículo…
—¡Qué dices! –le replicó Matute–. Tanto el coche como todos los bienes de Remigio pasarán a su hijo…
—Pues más a mi favor. Lo mismo el chico quiere quedarse con el auto y entonces adiós bicoca…
—Joder, vaya lío… Don Faustino, mejor que se vaya buscando un abogado…
—Al final será mejor pasar del puto coche… –terminó por admitir el profesor– o armarse de paciencia. Tanto comerme el coco con que si lo compraba o no y ahora estamos en estos perendengues… Mientras esperamos acontecimientos, consultaré la cuestión con mi vecino Anselmo a ver qué opina.
—Tiene razón. Espere a los nuevos acontecimientos y mientras tanto le alquilo uno de los coches que tenemos para satisfacer a nuestros clientes cuando le reparamos el suyo. ¿Qué le parece?
—Sebas, lo necesito para mañana al mediodía. Nada más acabar las clases pienso desaparecer de Mospintoles todo el fin de semana. Estaré en paradero desconocido hasta el lunes por la mañana.
—En la puerta del instituto tendrá su coche a la hora convenida. ¿Lo quiere sólo o con compañía femenina? –le preguntó con cara de pillín el Sebas.
—No quiero ver ni al gato. Ya he visto bastante esta semana.

* * * * * * * * * * *

La emisión estaba a punto de comenzar. Probablemente sería el programa de radio más oído de la historia de Mospintoles. En la ciudad todo el mundo estaba pendiente de “Radio Pelota”, el programa que se había convertido en el líder de audiencia gracias al buen hacer de la periodista Susana Crespo al relatar con tino y arte todos los pormenores habidos y por haber en torno al incidente que había ocurrido el lunes en el Instituto Fernando Orejuela.

Los bochornosos alaridos en su contra que emitiera la noche anterior el jefe de deportes de la emisora habían sido la comidilla de todo Mospintoles a lo largo del día. Algunos especulaban con la posible veracidad de las palabras del primero y daban algunos nombres de posibles amantes. Otros defendían a la chica, considerando las palabras de Evaristo no sólo insultantes sino un delito, pues habían sido escuchadas por miles de oyentes. El honor de la joven periodista había sido puesto en entredicho por un machista y energúmeno de mierda. Eran inevitables los dos bandos, aunque quien más defensores tenía era Susana.

En otro orden de cosas, muchos pensaban que no habría programa. Lo que pocos sabían es que, tras la suspensión de la noche anterior, Evaristo fue hallado semiinconsciente en su despacho. Tras su internamiento en el hospital fue dado de alta sin problemas. Había sufrido una subida de tensión que a punto estuvo de provocarle un serio problema cardiovascular pero le acompañó la suerte, quizás porque bicho malo nunca muere y si muere es porque se ahorca, que diría Cañeque padre. Pese a todo, le habían recomendado una semana de descanso en prevención de alguna recaída, la cual sería peligrosa en grado extremo. Por su parte, Susana sufrió un ataque de histeria que terminó misteriosamente cuando vio que Evaristo era sacado en camilla por varios sanitarios. Luego se fue a casa tras rechazar ser acompañada. Cuando se metió en la cama, más que ganas de llorar sentía impotencia. Sabía que López la estaba manejando como si fuera una marioneta, pero quizás ese era el precio que debía pagar si aspiraba a algo más que ser una vulgar periodista de pueblo o de pequeña ciudad. Si su rampa de lanzamiento era López, bienvenido era. Ya tendría tiempo, si le salían bien las cosas en un futuro, de vengarse de él y de su puta madre.

Llegó la hora. La tensión se palpaba en el ambiente y en todo el personal allí congregado. Numerosos mospintoleños anhelaban el momento en que finalizase la sintonía para ver cómo retornaba su programa favorito tras la tormenta del miércoles. Silencio… estamos en el aire…
—Buenas noches, queridos oyentes. Les habla Susana Crespo, la nueva jefa de deportes de Radio Mospintoles…

(Continuará…)