—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Cuando baja la marea (y 4)

(Lee la entrega anterior)

Por fin era San Viernes. Don Faustino llevaba media hora aguardando a que le llamaran a consulta. En la espera había tenido tiempo sobrado de recordar que llevaba más de un año detrás de los médicos de la seguridad social para que le diagnosticaran con exactitud el porqué su rodilla le molestaba y le impedía mover la pierna de manera satisfactoria. Se veía imposibilitado para hacer ejercicio físico por culpa de aquellas molestias. A lo sumo, podía nadar pero siempre que tuviese un pull entre las piernas y no las doblase. ¡Se había tragado tantos potingues farmacéuticos sin resultado alguno! Varias radiografías tampoco habían detectado nada, así que tras muchas idas y venidas por la consulta al fin había conseguido lo que llevaba meses suspirando: una resonancia magnética con la que esperaba saber ¡por fin! qué demonios se escondían en su rodilla izquierda. Algún amigo, experto en dolores y operaciones traumatológicas varias, le había insinuado que podía ser algo de menisco o de cartílago, y que con una resonancia se vería muy claro, pero todos los doctores que le fueron viendo a lo largo del tiempo le habían ido dando largas, quemando etapas, como si a sus años pudiera esperar mucho tiempo.

Por fin le llamaron. Entró más contento que unas castañuelas y salió tras la resonancia con la mosca detrás de la oreja. Mira que si era algo grave… Mira que si le pasaba lo que a Remigio… Entonces se enfadó consigo mismo, se prometió dejar de dar vueltas a aquello y esperar con optimismo. Minutos más tarde volvía a las andadas: «…Mira que la semanita que llevo para mí se queda, y esto va a ser el petardazo final…». Acto seguido reconocía su carácter: «…Pero qué cenizo eres, Fausti», e intentaba volver a encarar la espera de los resultados con serenidad y firmeza. Al cabo de una hora larga, en realidad larguísima, porque casi fue una hora y media, una enfermera le llamó y le dio un gran sobre blanco. Dentro iba la prueba del delito. Ojalá que no pasara de un vulgar susto, se dijo cuando salía por la puerta de la clínica. Miró el reloj y se dio cuenta de que faltaba escasamente una hora para su otra cita importante del día: la consulta que le había agenciado Piquito con el doctor Alexander, un prestigioso traumatólogo de Madrid. Este atendía las lesiones graves de los jugadores del Rayo y de otros equipos y tenía una fama excelente entre ellos. Paró el primer taxi que apareció por la calle y le dio la dirección. Pronto vería el final del túnel de aquella maldita dolencia.

* * * * * * * * * * *

Susana había llegado al lujoso chalé de López, situado en la urbanización Los Saúcos, a eso de las once de la mañana. Al finalizar el programa de la noche anterior, en el que ya ejerció como jefa de deportes de la emisora, López la llamó para felicitarla y la citó para el día siguiente en su casa. “No saldré en todo el día pues el fin de semana tengo que viajar a Berlín”, le dijo, añadiendo que era importante que se viesen porque debían tratar algunos asuntos importantes y firmar el contrato de su nueva situación laboral.

Ahora, mientras López atendía unas llamadas en la planta de arriba, la joven periodista mostraba cierto recelo en la espera. No estaba segura de que le hubiera llamado por las razones dadas. López la desconcertaba. No sabía a qué carta quedarse con el presidente pues siempre acababa sorprendiéndola. Cuando esperaba una llamada suya obtenía la callada por respuesta. Cuando menos se lo esperaba le enviaba un largo email sobre tal o cual asunto imprevisto. La noche en que Evaristo se pasó cuatro pueblos con ella y todo Mospintoles lo pudo oír en directo, esperó en vano una llamada suya. En cambio, al día siguiente, le despertó el móvil con un escueto mensaje: “Enhorabuena, eres la nueva jefa de deportes de Radio Mospintoles”.

Por todo eso no sabía si hoy la había llamado para tratar algunas cuestiones de la emisora y su nuevo rol profesional o, sencillamente, para echarle un polvo antes de viajar a Alemania. Iba preparada para las dos circunstancias pero lo mismo le salía por peteneras y se la liaba. Cuando estuvo de regreso y se sentó a su lado en el sofá, vio que el semblante era distendido y afable, aunque tampoco acabó de fiarse.
—Perdona la espera, Susana. Basáñez está enfermo y no ha podido terminar los documentos que le solicité. Habrá que esperar unos días. Luego te los pasaré a la firma –mientras que esto oía, Susana no lo dudó: este me ha llamado para jugar al metesaca–. Ganarás el triple de lo que cobrabas hasta ahora y, además, cada mes recibirás un complemento por productividad…
—No sé cómo agradecerte la confianza que has depositado en mí para el nuevo trabajo en la emisora…
—Pues te lo voy a decir muy clarito, Susana. De ahora en adelante, en Radio Mospintoles ya no puedes ir por libre. Ocupas un alto puesto de responsabilidad por lo que deberás consultarme cualquier asunto o información que ataña directamente al Rayo. Así mismo harás llegar a los oyentes todas las cuestiones que interesen al club. La parcela deportiva de Radio Mospintoles está al servicio del Rayo. Estas son las condiciones de tu ascenso y de tu nuevo contrato.
—Intentaré no defraudarte…
—No… intentaré no defraudarte, no. No me defraudarás, Susana. Nos jugamos mucho en la nueva etapa que se avecina, en los próximos años. Estoy convencido de que puedes hacer mucho por mi imagen y la del club y sabré recompensártelo adecuadamente. ¿Te imaginas al Rayo en primera división e incluso participando en la Champions? No, no son imaginaciones mías. Hay varios equipos de ciudades tan modestas como Mospintoles, en España y en Europa, que están disputando la más importante competición del continente. Eres una periodista con olfato para la noticia pero también con olfato para el éxito. Nos serás de gran ayuda. Y si los triunfos llegan puedo hacer que formes parte en el futuro de otros medios de comunicación más prestigiosos y poderosos. ¿Qué me dices?
—Que me parece fantástico y que contigo firmo lo que sea. Y por cierto, ¿qué va a ser de Evaristo?
—Quiero que trabajen para mí los mejores. Tú le das mil vueltas a ese vejestorio. Te lo has merendado ante el micrófono en cuestión de meses. Lo has convertido en una colilla. Aún así seguía teniendo alguna duda sobre ti, pero esta semana la has despejado definitivamente. Mi decisión de que fueses tú quien realizase esa información sensible ha sido acertada y el programa ha sido todo un éxito de público y de ganancias. Nena, tú vales mucho, y por eso debía quitarlo de en medio…
—O sea, que lo has utilizado…, quiero decir, que has creado las condiciones para que saltase por los aires…
—Lo mantendré en la nevera unas cuantas semanas. Primero debe recuperarse física y anímicamente. Luego le buscaré algo en el club hasta que se jubile. No podía permitir que te insultase y vejase de esa manera. Ya tiene su merecido. Se lo ha ganado a pulso…
—No me lo creo –Susana volvió a insistir, esta vez tocándole cariñosamente los cabellos a López–. Esta cabecita tenía un plan y salió a la perfección. ¿Me equivoco?
—No. Como un mal entrenador, fue incapaz de aguantar la presión que cada día echaba sobre sus espaldas para que controlase lo que decías en antena. Además, la envidia le corroía y de su racismo qué te voy a decir. Estaba obsesionado con que le ibas a quitar el puesto…
—Y sabía que tú me abres de piernas de vez en cuando…
—Ja, ja, ja –la afirmación de Susana hizo estallar en una carcajada a aquel señor tan serio apellidado López y de nombre Melitón–. Me encanta tu sentido del humor…

Entonces Susana se acercó completamente a López. Puso dos dedos en su boca para hacerle ver que estaba más guapo calladito y acto seguido le besó. Lo que ocurrió después en aquel sofá sólo lo saben ellos dos.

* * * * * * * * * * *

—Con que usted es el famoso profesor don Faustino…
—Bueno, Piquito me tiene en demasiada consideración…
—Es verdad. Admira su sabiduría y honradez, virtudes nada comunes hoy día. Ni siquiera en mi profesión… se lo digo con toda franqueza.
—Le habrá contado que llevo más de un año detrás de esto…
—Viéndole cómo coloca el pie izquierdo al andar y lo que Piquito me comentó, tengo para mí que lo suyo es de menisco. Ahora le voy a hacer una exploración de la rodilla y con eso estaremos muy cerca del diagnóstico preciso.
—Y la resonancia, doctor…
—La resonancia me confirmará el diagnóstico.
—¡No me diga! ¡Tanto tiempo para conseguir una y ahora resulta que tampoco es tan necesaria!
—Mire, profesor. Cuando a usted le llega un alumno nuevo, y le mira, y le oye hablar, y le tantea con diversas preguntas, estoy seguro que casi lo tiene calado sin necesidad de someterlo a profundísimos exámenes. ¿O no?
—Efectivamente, doctor. A veces, como escribía Antonio Machado en su libro “Juan de Mairena”, me basta ver al padre del niño para saber de qué pie cojea el hijo.
—Pues eso me ocurre a mí, amigo. Venga por aquí y túmbese en la camilla.

Don Faustino obedeció corderilmente. El doctor Alexander le había causado tan buena impresión que sintió no haber hecho caso antes a Piquito cuando le sugirió que debía ponerse en sus manos. Aunque aquella y las posteriores consultas le costaran un ojo de la cara. El doctor le preguntó mil cosas, le trasteó y manipuló las dos rodillas, le hizo adoptar diversas posiciones en las que a veces el dolor le resultaba casi insoportable y en otras no había síntoma alguno. Por fin le invitó a sentarse y empezó a abrir el sobre de la resonancia.
—Sospecho que tiene usted una rotura degenerativa del menisco interno de la pierna izquierda. Hace poco tuve un caso similar al suyo. Una edad cercana a los sesenta, jugador habitual de tenis dos veces por semana, con dolor en rodilla izquierda postpartido. Siguió jugando hasta agravarse la lesión. Le tuvieron como a usted, dando bandazos un año. Ese dolor en el compartimento interno de la rodilla en pacientes de su edad se ha considerado durante mucho tiempo, y se sigue considerando por muchos doctores no especializados en el área deportiva, como un signo inequívoco de artrosis y no digamos si se acompaña con algún signo radiológico de degeneración articular. En este caso el paciente suele salir de la consulta con diagnóstico de artrosis y un tratamiento a base de regeneradores del cartílago, antiinflamatorios y medicamentos que frenen el avance artrósico. El bosque, como ve, no deja ver el árbol concreto que nos interesa. El menisco, con la edad, también sufre un proceso de envejecimiento y un fuerte traumatismo, una sobrecarga articular, cualquier circunstancias agravante puede hacer que se rompa, aunque la rotura –como en su caso- no sea muy grande.

Aquel sabio de la medicina y las lesiones deportivas sacó del sobre las imágenes de la resonancia. Fue colocando una tras otra en la pantalla iluminada que tenía en la pared y tras observarlas detenidamente se volvió hacia don Faustino.
—Lo que le decía, profesor. Pequeña rotura degenerativa del menisco interno. Es una rotura transversal simple así que estará usted como nuevo en menos que canta un gallo.

Cuando salió de la consulta don Faustino iba dando saltos de alegría. Aunque le esperaba un pequeño viacrucis entre la operación quirúrgica, la convalecencia y la rehabilitación, ese diagnóstico tan certero acababa una situación de angustia, de no saber qué podía tener, de imaginarse las mayores calamidades futuras. ¡Si hasta un día le dio por pensar que acabaría en poco tiempo en una silla de ruedas! Ya en la calle, cogió un taxi y le indicó la dirección del Instituto Fernando Orejuela de Mospintoles. Por el camino llamó a Manolo para comunicarle la buena nueva. A continuación se recostó sobre el asiento y cerró los ojos. Esperaba que Matute hubiera sido eficaz y que en la mismísima puerta del Instituto estuviera esperándole el coche cuyas llaves debía haber dejado en la conserjería. No sabía a dónde iba a pasar el fin de semana, pero sí tenía clara una cosa: no iba a pensar ni medio minuto en nada de lo que había ocurrido en la semana de infarto.