—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Diana monitora (y 2)

(Lee la entrega anterior)

El caso es que con 18 añitos Diana ya estaba en el mundo laboral en eso que llaman “Deporte para Todos”.

En estos momentos lleva cuatro o cinco años y se ha ido haciendo con la dirección de diferentes cursos, como ya he dicho. Tengo que añadir que Diana es muy del gusto de la gerencia… hasta en aspectos personales algo más íntimos… Y hasta ahí puedo leer, como decían en aquel programa. Bueno, no exactamente… Puedo y debo ir más allá.

» —Cuando tengas que cambiarte dos y hasta tres veces la camiseta sudada durante una sesión podrás decir que haces deporte.

La gerenta es lesbiana y Diana, que desconozco si es gay o bisexual, porque yo diría que también ha jugado al otro palo, ha sido incorporada al organigrama con rapidez. Desde que la sociedad ha dejado de ser declaradamente homófoba, los homosexuales que acceden a puestos directivos y gerenciales dejan sentir su corporativismo entre las gentes de estas tendencias sexuales. Al abrirse los armarios cada cual luce su etiqueta y esto está jugando en su favor en ciertos entornos laborales. Y francamente, como que ni era aquello ni es esto otro. Para colmo a este nuevo tipo de discriminación lo apelan positiva. Hay que ser carotas.

Diana se sentó con su ya esperado “¡hola chicos!, ¿qué tal?; ¿cómo estáis?” y su sonrisa de azafata de concurso.

Alguien le hizo un hueco en el sillón y Diana se acomodó: “¿de qué habláis?”. Ramiro se inventó un tema como para no darle pie en nuestra conversación: “de que la gente no acude con ropa deportiva a practicar deporte” (estábamos viendo a unos chavales jugar al baloncesto con esos horribles pantalones que les cuelgan a medias nalgas).
—Yo lo veo muy natural –soltó Diana con su desparpajo habitual.
—A mí no me parece bien. No se puede venir a hacer deporte con el mismo pantalón con el que te vas a tomar una birra por ahí –sentenció Ramiro.
—Eso no es ropa deportiva –remató Mateo.
—Es ropa casual –informó Diana levantando un hombro, como quien está de vuelta del tema y trata con neófitos.
—Pues si la llaman ropa casual es que no es ropa deportiva –insistió Ramiro–. No se aconseja hacer deporte con una ropa que tiene costuras, cremalleras y hebillas.

En ese momento yo estaba reparando en que Diana, que venía del gimnasio tras su curso de pesas, vestía un pantalón cortito, de esos que el tiro se mete entre los cachetes, y uno de esos bodis ajustados al cuerpo. Entendí que la mentalidad de la monitora se ajustaba a su propia condición, aunque en mi ingenuidad suponía yo que ella como profesional debería defender la corrección en la indumentaria deportiva.
—Pues yo con esta ropa hago deporte –dijo Diana con un deje de superioridad sobre los allí reunidos que estaba lejos de ser real.
—Tú no has hecho deporte en tu vida –le espetó Arturo, que es uno de esos tipos permanentemente callados, más por timidez que por otra cosa–. Cuando tengas que cambiarte dos y hasta tres veces la camiseta sudada durante una sesión podrás decir que haces deporte.
—¡Uy!, ¿y entonces qué es lo que yo hago, si puede saberse?
—Animas a la gente a que se mueva, a que hagan ejercicio, no deporte. Tú no sabes de deporte. No sabrías preparar a nadie para competir.

Diana no pareció acusar el bombazo. Con una sonrisa zanjó la conversación levantándose de un saltito: “me voy, que se me hace tarde con las embarazadas”. Y salió botando de la cafetería.

Nosotros nos quedamos mirando cómo su pantaloncito hacía pliegues juguetones allá por donde se le juntaban las nalgas… nalguitas en su caso.