—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La viga y la paja (y 2)

(Lee la entrega anterior)

Me contuve para no replicar, visto que lo que allí se esgrimía era el razonamiento de las moscas.

Pero David Ventarreda se sintió a sus anchas con la razón de su parte, y comenzó a explicarnos a todos los beneficios que reporta llevar toalla, y la situación que se vive cuando la mayoría no la lleva.

» Me duché tranquilamente y me vestí. Noté la ausencia…, pero quise comprobar por mí mismo lo que creía saber por haberlo visto días atrás sin reparar en ello.

Entre press y pull, Ventarreda desglosó lo que todos sabemos: que la toalla no sólo era para secarse el sudor, que la toalla también se usa para colocarla en la tapicería de bancos y máquinas a fin de no dejar rastro del sudor propio en ellos, que cuando llegue el siguiente usuario hará lo mismo y así cada cual se lleva su propio sudor en su toalla, que si nadie pone en práctica esta medida de higiene él no iba a poner su toalla en las tapicerías del gimnasio pues entonces se llevaría consigo el sudor de los otros…

El hombre se encontraba a gusto entre el asentimiento e incluso aclamación general y comenzó a llamar «guarros» a quienes no usaban toalla en el gimnasio para secarse el sudor. Noté que en ese momento el corrillo de no-toalleros comenzó a hacerle hueco.

Pero David Ventarreda fue a más y no dejó títere con cabeza: que si la inepta gerencia era la responsable del estado del gimnasio, que si éste era un gimnasio cutre sin medidas de higiene, que si cualquier gimnasio de barrio de mala muerte estaba más limpio que éste…

Me quedé a solas con David Ventarreda, ya porque se acercaba la hora de cierre al mediodía, ya porque David se había extralimitado con sus quejas.

Terminé mi rítmico pedaleo, hice los consabidos estiramientos y despidiéndome de Ventarreda me dirigí al vestuario. Allí estaban terminando de ducharse los que minutos antes habían sido compañeros de gimnasio. Reinaba un silencio poco habitual, pero nada sepulcral, si se me entiende lo que quiero decir. Cada cual atendía a su mochila y fueron desfilando con las habituales despedidas en estas ocasiones.

Me duché tranquilamente y me vestí. Noté la ausencia…, pero quise comprobar por mí mismo lo que creía saber por haberlo visto días atrás sin reparar en ello.

Salí del recinto deportivo y me encaminé a mi casa a pie, doblando por una calle por la que transito pocas veces, sólo cuando necesito utilizar el cajero más cercano al complejo deportivo. Lo había hecho en un par de ocasiones las semanas anteriores.

Al lado de la sucursal hay un bar con unas mesas en la acera, formando una terracita. Y allí estaba David Ventarreda bajándose una rubia de verano, con su camiseta azulona, su pantalón pirata, su toallita lavamanos… y el sudor del gimnasio.