—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Mal día para reaparecer (2)

(Lee la entrega anterior)

El féretro con los restos mortales del niño salió por el pasillo central hasta el coche fúnebre, donde estaba Piquito… Se miró en los ojos de Chili, y ambos rompieron a llorar… su compañero se giró hacia alguien y le indicó que le ayudara, ocupando su lugar… Chili se le acercó y ambos se abrazaron… Los dos chicos se fundieron en un abrazo, en un estertor… y lloraron a lágrima viva.

» Y Piquito […] quiso imaginar cómo sería la vida sin Miguelito: cómo sería la vida para los padres sin su hijo, cómo sería la vida en los campos de entrenamiento sin él…

El ataúd blanco fue introducido en el coche que llevaría el cadáver de Miguelito hasta el cementerio. Piquito pensó en los padres, y recordó que Aurori, la madre, que trabajaba en la Caja de Ahorros de la Avenida de Toledo, estaba en el hospital, sedada, bajo vigilancia médica… Y pensó en Inmaculada, su madre… ¿Cómo habría reaccionado Inma si él hubiera muerto con doce años? ¿Y cómo reaccionaría si él muriera ahora?

El padre de Miguelito estaba allí, de pie, serio, junto al coche fúnebre, recibiendo las condolencias de muchas personas… A unos daba la mano, con otros se fundía en un abrazo. Llegó López, y aquel otro hombre que nunca se separaba de él en los momentos importantes: Basáñez. Ese hombre tenía la cualidad de estar siempre presente sin que se notara su presencia.

López se abrazó al padre de Miguelito. Fue un abrazo corto. Intercambiaron algunas frases. Piquito quería que todo aquello acabara pronto, pero por otro lado no quería que se llevaran a Miguelito de allí. Le habían recomendado que no fuera al cementerio. Y se ahorró escenas patéticas, como cuando introdujeron el cadáver del niño en el nicho. Entonces el padre se derrumbó, le dijeron. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que todo había acabado, cuando se dio cuenta de que por la negligencia de un hijo de la gran puta nunca más volverían a escuchar la sonrisa de Miguelito en casa… Miguelito nunca más metería un gol para el Rayo, ni intercambiaría confidencias con Piquito. Miguelito… ya no existía… Y Piquito, cuando pensó en esto, quiso imaginar cómo sería la vida sin Miguelito: cómo sería la vida para los padres sin su hijo, cómo sería la vida en los campos de entrenamiento sin él, cómo sería la vida para él mismo… ¿Cómo jugaría este domingo sabiendo que Miguelito no estaría allí para animarle?: “vas a meter en tu reaparición –le había vaticinado un día Miguelito– y quiero que me dediques el gol… Será como si me pasaras la fuerza que has tenido para superarte y llegar a profesionales”.

En todo esto iba pensando Piquito mientras remaba hacia el centro de la laguna al suroeste de Mospintoles con aquella camiseta de mal agüero entre los pies. Llevaba una bolsa de loneta, y en el suelo de la barca había un par de piedras gruesas que había elegido con cuidado. Cuando estuvo en el centro del lago las introdujo en la bolsa, cerró ésta con la cremallera, y de un fuerte impulso lanzó bolsa, piedras y la camiseta que vestía el día de su lesión a lo más profundo del estanque. Es lo que le había dicho un día a Miguelito que haría antes de reaparecer: “si piensas que la camiseta es la que te ha dado la mala suerte, tienes que deshacerte de ella –le había dicho el niño en una de sus mutuas confidencias–; la tiras al fondo del pantano, para que se hunda. Yo iré contigo, quiero ver como lo haces”. Y cuando Piquito le dijo que podría ser peligroso ir los dos en una barca al centro de la laguna, Miguelito le había respondido: “pues entonces la entierras…”.

Y ahora quien estaba enterrado era Miguelito… Y todo por un hijo de la gran puta que nunca daría la cara. Para haber evitado la muerte de Miguelito solamente hubiera hecho falta que alguien, desde un despacho, hubiera dado la orden de anclar los equipamientos móviles. Pero no existía ninguna obligación de dotar a esos equipamientos de sistemas antivuelco, y en consecuencia nadie era responsable de la muerte de Miguelito… Un accidente, dijeron, cubriéndose unos a otros. Y resulta que todos los años muere algún niño por culpa de vuelcos de porterías, canastas o banquillos móviles. Desde hace muchos años… Y nunca nadie había puesto remedio…

(Continuará…)