—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Mal día para reaparecer (3)

(Lee la entrega anterior)

Mientras remaba de vuelta a la orilla recordó que López se había entrevistado con él por la mañana, para hablar de la oportunidad de la reaparición:
—No creo que sea conveniente, Piquito; no en el estado en que te encuentras –había dicho el empresario.
—Yo quiero jugar. Y jugaré –había respondido él, guardándose para sí el resto de la frase: “se lo había prometido a Miguelito”.
—Tu estado anímico no es el más óptimo, Piquito. Creo que debemos aplazar una semana tu reaparición.
—Soy un profesional y jugaré. Os demostraré que soy un profesional y que puedo jugar.
—No se trata de ti, sino del equipo. Si no estás al ciento por ciento, lo mejor será que otro ocupe tu lugar.
—Todo Mospintoles espera verme jugar mañana, señor López. Y jugaré como lo que soy, un profesional. Si el míster no quiere alinearme como titular, lo entenderé, pero en cuanto me calce, estaré listo para jugar el partido más importante de mi vida. El Rayo me debe esta muestra de confianza…

» Volvieron al vestuario y como tenían por costumbre, rezaron bajo la dirección de don Rosendo, el capellán del equipo.

Aquel argumento pareció cambiar el parecer de López. O al menos plantearle algunas dudas.
—Está bien. Tienes mi aprobación. Ahora sólo depende del míster. Creo que tiene pensado hacerte jugar en la segunda mitad. No queremos que te fuerces demasiado.
—Pero comienzo jugando la segunda parte. Vaya como vaya el partido. No quiero jugar los minutos de la basura. Estoy al ciento por ciento, como dice usted.
—Habla con el míster. Sabes que nunca me inmiscuyo en las alineaciones, ni para una cosa ni para otra. Pero te doy mi palabra de que también hablaré con el entrenador sobre este particular. Piensa que después de esta semana toda España estará mirándote, y quieren ver que vuelves por la puerta grande. Un minuto de flaqueza y sólo te ganarás la lástima del público. Y el público no perdona a los débiles, Piquito.
—Soy fuerte, y lo demostraré en el campo, señor López. En mi vida privada puedo estar hecho polvo, pero como dicen los actores, el espectáculo debe continuar. Y volveré a dar espectáculo. Se lo prometo.

* * * * * * * * * * *

El día del partido Piquito se despertó tranquilo. Era el domingo de resurrección… toda una ironía que Piquito no captaría al no practicar ninguna religión. El chaval ni siquiera sabía que en su indiferencia era agnóstico.

Se levantó en calzoncillos, fue al váter a orinar, y dejó que las últimas gotas de la micción cayeran fuera de la taza. Como siempre… Parecía que la normalidad había vuelto a su vida, aunque él sabía que no era así. Le invadía un vacío que no le permitía sentirse “normal”.

Decidió no pensar en ello, y durante todo el día estuvo concentrado en lo que hacía. Se notaba extraño empacando las cosas para el partido, pero era lógico: habían pasado cuatro meses desde que aquel animal le partiera la pierna. Se había perdido casi media liga… restaban sólo cuatro partidos para jugar la vuelta contra el rival que le lesionó tan gravemente, pero no guardaba ninguna animadversión hacia el tipo que le hizo aquella entrada tan dura. O eso creía. Ya veríamos qué ocurría en ese partido, también en Mospintoles. De momento había que jugar el de hoy.

Se reunió con el resto del equipo en las inmediaciones del estadio. El autobús les llevó al hotel donde se concentraban para los partidos que jugaban en casa. Tenían allí un gran patio ajardinado donde pasear e incluso ejercitarse con algunos toques de balón. Había muchas caras serias, y Piquito decidió no pensar en el motivo.

Hablaron, charlaron, pero no hubo bromas. Acabaron de comer sobre la una de la tarde y se echaron en las habitaciones reservadas por el Rayo para reposar. Algunos dormitaron, otros leyeron alguna revista, alguno jugó a la Play y hasta hubo quien roncó… A las tres y media se reunieron para dirigirse al estadio; alguien propuso ir andando, ya que estaban a poco más de un kilómetro y hacía buen tiempo. El equipo caminaba en fila de a dos, iban silenciosos…

Una vez en el vestuario cada cual siguió sus rutinas. Luego salieron a calentar al campo. Empezaba a haber gente, y fueron recibidos con tibios aplausos. No hubo ningún griterío en las gradas.

Volvieron al vestuario y como tenían por costumbre, rezaron bajo la dirección de don Rosendo, también capellán del equipo. Piquito lo conocía del instituto, donde impartía clases de religión, y cuando terminaron el rezo pensó que en el último partido que jugó este rito no le sirvió para nada… Eran las tradiciones del equipo… y las tradiciones estaban para romperlas, le había dicho en nochebuena a su abuelo.

Piquito no profesaba ninguna religión… es más, tenía una idea muy vaga de qué eran y para qué servían. Inmaculada había conseguido que su hijo tuviera una mente virgen en materia religiosa, cosa nada fácil en esta España resacosa de la noche toledana que duró cuarenta años.

El equipo titular saltó al campo con brazaletes negros que significaban el luto, el dolor y el pesar por la reciente muerte de Miguelito y se llevó a cabo la consabida ceremonia de costumbre: se alineó un equipo a cada lado de la raya de cal que separa los hemicampos, se respetó un minuto de silencio en memoria de Miguelito, se saludaron y se dispersaron. Piquito estaba en el banquillo, ausente, como quien asiste a todo esto de lejos. Tampoco era su lugar habitual. Le gustaría jugar, pero la decisión final la tenía el míster, que no le había dicho nada.

(Continuará…)