—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Mal día para reaparecer (y 4)

(Lee la entrega anterior)

Comenzó el encuentro y las gradas se fueron caldeando poco a poco. Cualquier espectador ajeno al reciente drama vivido en Mospintoles hubiera notado escasa entrega en los jugadores del Rayo… incluso en sus rivales. Pero pasados los primeros cinco minutos el partido ganó en intensidad.

El Rayo controlaba el partido, pero su rival se mostraba más peligroso en los contraataques, habiendo obligado al portero local a emplearse a fondo en dos o tres ocasiones, en una de ellas cuando ya se lamentaba el gol visitante.

» Pero Piquito no comenzó en el once titular la segunda parte, y se sintió frustrado: “no quiero jugar los minutos de la basura”, le había dicho a López el día anterior.

Pasada de largo la media hora de juego el rival marcó a la salida de un saque de esquina, previa falta a Metzger que el árbitro no vio. La parroquia se mostró enojada, y la pita fue tremenda. La bronca duró varios minutos, incluso tras algún ataque del Rayo. Era como si el público estuviera esperando una disculpa para mostrar su enojo, su impotencia por lo sucedido durante la semana.

La policía tomó posiciones en el exterior del campo y los antidisturbios, la UIP acuartelada al norte de Mospintoles, fueron avisados en previsión de que hubiera una invasión del campo, tal fue la magnitud de la protesta. Saben muy bien los psicólogos sociales cómo se comportan las masas sometidas a presión cuando encuentran una válvula de escape. El árbitro, que estaba avisado previamente de esta probabilidad, no descontó ningún minuto en la primera parte y el descanso del partido llegó como un bálsamo. No obstante el colegiado tuvo que oír de todo cuando se retiró a la caseta, aunque ni un solo objeto cayó al campo. Quizá sea que las masas, afectadas por su dolor, también saben comportarse sin traspasar los límites de lo que es socialmente aceptable.

En el descanso el míster corrigió algunas posiciones y envió a Piquito a calentar al campo antes de que saliera el grueso del plantel. El fisio del equipo se fue con el chaval para ayudarle en el calentamiento, con algún spray “milagroso” y masajes. No se trataba sólo de la lesión, sino de semanas de inactividad en el más alto nivel de exigencia.

Pero Piquito no comenzó en el once titular la segunda parte, y se sintió frustrado: “no quiero jugar los minutos de la basura”, le había dicho a López el día anterior. Sacaba el Rayo de medio campo y echaron el balón directamente fuera por la línea de fondo para que pidieran el cambio, lo que había sido hablado en el vestuario mientras Piquito calentaba. Y el míster logró su objetivo: el público recibió con una ovación de gala al canterano que hizo poner la piel de gallina a más de uno; incluso los rivales aplaudieron. Piquito se fue hacia el medio campo con los brazos en alto, aplaudiendo la acogida del respetable, y todos los compañeros fueron a saludarle; el árbitro permitió todo este ceremonial sabedor de lo que significaba para el acervo local. El minuto perdido en la sustitución no se recuperaría e iba a la cuenta del Rayo que perdía uno a cero.

Las primeras sensaciones de la figura futbolística de Mospintoles no fueron nada extrañas en contra de lo que el propio Piquito hubiera esperado. Cuando le llegó el primer balón, que controló, encaró a su marcador sin ningún miedo ni resquemor a otra mala entrada. Intentó sortear al rival, pero salió trompicado y hubo de pasar a un compañero, que recibió un pase defectuoso. Esta primera intervención fue aplaudida por el público.

Pero el tiempo fue pasando y el Rayo iba por debajo en el marcador; no acababan de materializar el dominio; el rival se había cerrado muy bien atrás y prácticamente había renunciado al ataque. El partido se volvió espeso, trabado. Se superó la media hora de juego de esta segunda mitad sin que la cosa cambiase. Incluso el público había caído en una especie de sopor.

Poco después Piquito cabeceó un balón largo dentro del área que el portero rechazó a duras penas, cayendo la bola a los pies del propio Piquito, que no tuvo más que empujarla a las mallas. ¡Gol!, cantó el estadio, pero nuestro amigo salió al trote hacia una de las bandas con la cabeza baja, y dejándose caer de rodillas, con lágrimas en los ojos, juntó las manos a la altura de su cara y elevó la vista al cielo. Los compañeros respetaron ese momento, y no le mostraron sus muestras de apoyo hasta que el chaval se puso en pie.

La ovación, sorda y continuada, se dejó sentir como un murmullo, como un eco, como un homenaje al niño desaparecido: “Marcarás el día de tu reaparición y quiero que me lo dediques”, le había dicho Miguelito hacía unas pocas semanas. Y así fue. Sólo que Miguelito ya no estaba allí para recoger ningún testigo.

El partido concluyó en empate, sin más ocasiones. Era como si todos tuvieran ganas de terminar cuanto antes, como si todos hubieran renunciado a conseguir más goles, como si todos dieran por justo el resultado, como si nadie quisiera borrar la huella que había dejado el gesto de Piquito en el ánimo de los presentes.

Al final del partido hubo aplausos para todos, incluso para el árbitro, que apenas había cometido errores. Quizá haya sido el partido más emotivo que haya jugado Piquito en su corta carrera como profesional, aunque a buen seguro le esperan nuevas emociones en un futuro que todos auguran cargado de éxitos… Si las lesiones le respetan, claro.