—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Saltan las alarmas (y 3)

(Lee la entrega anterior)

~¿Cómo lo llevas, monina?

Susana acababa de llegar a casa tras una jornada muy ajetreada. El encargo de Evaristo –el jefe de deportes de Radio Mospintoles–, aunque en un principio le dejó bastante confundida, más tarde fue despertándole el gusanillo de la periodista de raza que creía ser hasta el punto en que no paró ni un momento de recabar información sobre el incidente del Instituto, preguntando aquí y allá, a los unos y los otros. Tras muchas horas dedicadas al asunto, cuando estaba desnudándose para darse un baño, sonó la cada vez más insoportable voz de aquel mamón.

~Si no me llamas por mi nombre te dejaré con la palabra en la boca.

» Llegó a la conclusión de que Evaristo había querido presionarla pero sin poner todas las cartas encima de la mesa.

~Está bien, Susana, está bien… Son las ocho. Te recuerdo que esta noche llevarás una parte importante del programa. Todos estaremos pendientes de lo que digas y hayas averiguado. Sólo quiero saber si dispones de buena información porque el guión ya lo estamos haciendo.

~Dentro de dos horas estaré allí y te enterarás…

~Está bien. Todos confiamos en ti. ¿Has estado en el Instituto?

~Por supuesto. Y en las oficinas del Rayo, y en los juzgados y en el hospital…

~¿Sabes exactamente lo que ha ocurrido?

~Sí, con todo lujo de detalles. Una bonita historia. Hoy me limitaré a contarla. Los próximos días se irá ramificando como si de un culebrón se tratase. Es lo que querías, ¿no?

~¿Has podido hablar con López?

~Lo he intentado infinidad de veces pero no ha sido posible. ¿Por qué?

~Ya sabes…, ese Remigio, el agresor de los profesores… Trabaja para López y a nuestro presidente no le hace ninguna gracia que pueda haber habladurías por ahí… Deberías poner mucho énfasis en que el Rayo y López no tienen nada, absolutamente nada que ver con ese cafre.

~Ya soy mayorcita para saber lo que tengo que hacer. Me sigues tomando por una becaria… Que el agresor trabaje en una empresa del Presidente es algo circunstancial y sin importancia. Lo que me indigna, y juro que no lo sabía hasta esta tarde, es que ese tipo se mueve por el Rayo como Pedro por su casa. Quizás por eso ha creado esa peña de ultras. No he confirmado si con el visto bueno de López pero todo invita a pensar que sí y eso ya pasa de castaño oscuro…

~Chica, no saques las cosas de quicio ni tengas juicios prematuros –a través del teléfono se notaba que la voz de Evaristo sonaba preocupada–. Todos sabemos lo afectada que estás, y con razón, por la agresión de que fuiste objeto hace unas semanas por un grupo de ultras deportivos pero te lo dije esta mañana. Muy clarito. López no quiere esa peña… Se ha hecho sin su autorización. Cuidado con morder la mano que te da de comer…

~¿Es una amenaza?
–respondió Susana, sorprendida.

~Tómatelo como quieras. Olvida lo de esa dichosa peña. A López le gusta tener todo controlado –y repitió las últimas palabras con gran énfasis–. Todo controlado. Probablemente el tal Remigio ha abusado de su confianza. ¿Está claro, monina? A las diez te quiero aquí en la emisora para ir preparando el programa. Adiós.

Fue Susana la que se quedó con la palabra en la boca. Entonces empezó a temblar levemente ¿Lo que le había dicho el dinosaurio de las ondas era el auténtico sentir de López? Y si así era, ¿por qué el presidente se lo transmitía a través de Evaristo, cuando había estado ilocalizable para ella a lo largo de todo el día? Llegó a la conclusión de que Evaristo había querido presionarla pero sin poner todas las cartas encima de la mesa. Quizás porque lo que andaba buscando es que ella diese algún paso en falso para así poder enfrentarla a López y ponerla de patitas en la calle. Debería tener cuidado, mucho cuidado con el culebrón.

Se miró al espejo contemplando cómo en su rostro aún había pequeños rastros de la paliza que había recibido hacía unas semanas. ¿Cómo iba ella a permitir que en su propia ciudad y en el mismo club para el que trabajaba se constituyese una peña de ultras tan desalmados e hijos de perra como ese Remigio, que a punto había estado de matar a don Faustino? Sí, quizás en el asunto de la peña ese tipo había actuado por libre, abusando de la confianza de López, pero seguía sin entender la postura del presi. Los temblores aumentaron. Volvió a mirarse al espejo contemplándose de cuerpo entero. Se vio bonita, espléndida, con el suficiente poderío físico y mental para enfrentarse a todo lo que se le pusiera por delante. Incluyendo a un desconcertante hombre al que todos, incluida ella misma, llamaban simplemente López.

* * * * * * * * * * *

En casa de Piquito se cenaba temprano. Recomendación de los doctores del Rayo y comodidad de Inmaculada. Nada más llegar del trabajo se daba una ducha reparadora, se ponía cómoda y preparaba la cena para ella y su hijo. Algo frugal y rápido. Así le quedaba tiempo para ver un poco la televisión, charlar o entretenerse un rato con la Internet. Hoy la manduca era bien sencilla: una ensalada variada, de esas que ya se compran preparadas a falta del aliño, y una tortilla de patatas. Una comida mejor que la que ofrecen restaurantes de cinco tenedores.

» Inmaculada se derrumbó. De repente aquella conversación le trajo recuerdos de viejos tiempos, de cuando ella vivía en Alcorcada, la ciudad vecina. […] Buenos y malos recuerdos.

—Madre, quisiera hacerle una pregunta que me ronda la cabeza desde hace tiempo.

Inma se sobresaltó aunque intentó mostrar una serenidad ficticia. Desde que se había enrollado con Metzger, al que había conocido a finales del año anterior, nunca había hablado con su hijo respecto a esa relación, a pesar de que sabía que Piquito no se chupaba el dedo en esas cosas. Pero lo iba dejando. El fornido jugador alemán del Rayo tampoco daba ningún paso adelante, de manera que la situación se mantenía a la espera, en silencio, casi clandestinamente.

—Dime, hijo, pero que no sea muy difícil la cosa.
—No, no es sobre el teutón.
—¿Qué es eso? –preguntó Inmaculada la mar de sorprendida.
—Don Faustino dice qu’a los alemanes también se les llama teutones. Mira que nombre más gracioso… Pero no es de ese de quien quiero hablá. Verá… –Piquito se paró en seco, dudando. No sabía si lo que rondaba desde hacía días su cabeza, además de la relación entre su madre y su compañero de equipo, tenía sentido o era una tontería más de las muchas que el aburrimiento le producía a diario. Qué malo era eso de ponerse a pensar por culpa de tener tanto tiempo libre–. Es que me dao cuenta, madre, que desde que me lesioné y es don Faustino quien viene a casa a darme las clases y no soy yo el que va a la suya, pues, eso, que parece que sos pongáis de acuerdo pa’ no veros nunca…

Inmaculada miró a su hijo con ternura. Había sido un pésimo estudiante, tenía poca cultura, inferior incluso a la suya, pero era listo como el hambre.

—Eres muy buen observador, hijo… Las clases de ese hombre y todo este tiempo lesionado en que no haces más que darle a la pelota, esa que tienes encima de los hombros, te están convirtiendo en alguien muy diferente de aquel chiquillo del Instituto. Nunca te lo he dicho pero, cuando tu profe fue don Faustino, tras hablar alguna que otra vez con él en la tutoría, regresaba a casa llorando.
Jodé, ¿y por qué? Si don Faustino…
—Porque ese hombre creía más en ti que yo. Y eso que eras un estudiante que no dabas un palo al agua.
—Lo mío, madre, era el balón. Siempre se lo dije a usté… ¿Y por eso lloraba? No lo entiendo…
—¿Te das cuenta? ¡Aquel profe confiaba más en ti que tu propia madre! Llegué a odiarle…
Osti, tú… –a Piquito le salió así la expresión de sorpresa y estupor–. ¿Y por eso no quiere volver a verlo?

Inmaculada se derrumbó. De repente aquella conversación le trajo recuerdos de viejos tiempos, de cuando ella vivía en Alcorcada, la ciudad vecina. Años felices, de chica llegada del pueblo con ganas de disfrutar de la vida, libre e independiente… Buenos y malos recuerdos. No sabría decir si los que tenía de don Faustino pertenecían a los primeros o a los segundos.

—Estás equivocado, Piquito. Tu profe y yo nos apreciamos mutuamente pero desde que te fuiste del Instituto no he vuelto a verlo. Simplemente, no hemos coincidido… No seas mal pensado, hijo.
—Pues mañana viene por la tarde, aunque no le toque…
—Pediré permiso en el trabajo y llegaré a tiempo de saludarle y ofrecerle un café. Y ahora, perdóname, pero estoy muy cansada. Me voy a dormir…

Cuando Inma dio la espalda a Piquito, camino del dormitorio, unos lagrimones resbalaban por sus sonrosadas mejillas.

(Continúa en el siguiente cuento…)