—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Una denuncia y un hat-trick (2)

(Lee la entrega anterior)

A Teresa no le pasó desapercibida la voz meliflua que adoptó López y se puso tensa. El industrial, ajeno a estos celos femeninos, pareció concentrarse en lo que le decían:

~Bueno, sí… Creo que puedo hablar con total libertad…

El mosqueo de Teresa iba en aumento. Ahora se había cruzado de brazos y observaba a López con mirada escrutadora, que emitía unas tontas risitas antes de las pausas.

» En la cabina de control de accesos a la urbanización el guarda dio orden a Teresa de detener su vehículo.

~¿¡Qué me dices…!? No me lo puedo creer… Pero esto es una chiquillada… No quiero hablar de eso por teléfono. Mejor reúne la información que tengas y vente para acá… Ya sabes llegar… Bueno, le dices al guarda de la entrada a la urbanización que vienes a mi casa… No lo sé, pero eso no importa; seguro que te reconoce… Está bien. Dentro de hora y media… Hasta ahora, Susana.

López dio media vuelta, buscando con la mirada a Teresa. La delgada morena de larga cabellera, de músculos cincelados en su combate con el agua, estaba con la mano en el pomo de la puerta, aguardando a que López cerrara la comunicación telefónica. Ya se había calzado y tenía puesto el tres cuartos.
—Por lo que he podido oír entiendo que tienes visita. Adiós, López… Me voy —sonrió—. Gracias por todo —y diciendo esto cerró la puerta con cuidado.

López quedó boquiabierto. El “adiós López, me voy y gracias por todo” había sonado como una despedida para siempre. Y por primera vez en mucho tiempo no supo reaccionar. Por unos instantes quedó de pie en el amplio salón-recibidor de su chalé sin saber qué hacer. Para cuando quiso tomar la iniciativa el ruido del motor del deportivo de Teresa le indicó que salía del aparcamiento.

López cogió el teléfono y pulsó una tecla…

* * * * * * * * * * *

En la cabina de control de accesos a la urbanización el guarda dio orden a Teresa de detener su vehículo:
—Señorita, de parte del señor López, me pide que le diga que mañana pasará a recogerla para comer con usted…
—Si me hace el favor, comunique al señor López que no pierda el tiempo porque ya tengo planes —respondió Teresa, sonriente, al guarda de seguridad; metió primera y aceleró suavemente.

«…Vaya bombón que acaba de perder el tipo éste. No creo que encuentre otra que se aproxime siquiera a semejante belleza», pensó el guarda mientras la joven se alejaba en su vehículo.

Se metió en la cabina de control y observó por enésima vez los monitores, por los que vio a sus dos compañeros guiando sendos temibles presa canarios. Luego elevó el volumen de la radio para escuchar la retransmisión de los partidos de la jornada. El Rayo, el equipo de Mospintoles, había jugado el sábado en casa y había ganado por dos a cero. Desde que el Rayo estaba en segunda parecía que la ciudad había cambiado, como que había un cierto optimismo contagioso por la calle, pensó el guarda.

Acabados los partidos de la jornada, audición interrumpida por las labores rutinarias de su puesto, apagó el aparato de radio mientras veía un pequeño utilitario que se acercaba al puesto de control. El guarda se extrañó, pues allí sólo entraban coches de gran cilindrada. En esas estaba cuando reconoció a Susana y se dijo: “¡Ah!, la periodista del Rayo…”, y saludó cortésmente a la muchacha, que había parado frente a la cabina aguardando a que la barrera fuera elevada.
—El señor López me está esperando —dijo Susana esbozando una media sonrisa.
—Debe haber olvidado comunicarme que la espera, pero no dudo de que será usted bienvenida —y le franqueó la entrada.

Sólo cuando se alejaba el utilitario de Susana calle abajo fue que el guarda ató cabos: «…Ondiá… Pues no sabría decir yo si el López sale ganando… A la otra no la iguala, pero ésta tiene un algo… que no sabría decir con cuál de las dos me quedaría… Aunque yo a esta le haría algunos retoques…». Lo cual no dejaba de ser intrascendente porque el guarda no tenía ni por asomo la posibilidad de elegir entre ninguna de ellas. Cosas de hombres, que se decía antes; machismo radical en estado puro, como se cataloga ahora. De pronto el guarda recordó que no había dado a López el recado de Teresa.

* * * * * * * * * * *

Susana llamó a la puerta del chalé y López abrió con un teléfono inalámbrico en la mano; cuando la invitó a pasar la joven avanzó no sin cierto recelo. Era la primera vez que entraba en casa de López, y nunca le había gustado introducirse en casas ajenas. La otra vez que había estado aquí no traspasó el umbral de la puerta. Tan sólo se había ofrecido a llevar ciertos documentos de La Nueva Tribuna que López debía firmar perentoriamente.

(Continuará…)