—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles
Éstas son las entregas publicadas en
febrero de 2012

(Lee la entrega anterior)

Por fortuna el circo y cisco acaba poco más allá de las dos horas. Entonces, si el partido es de alguna final de campeonato, cada mochuelo se va a su olivo, los perdedores recogen una medallita de la Virgen de la Consolación, los ganadores se dedican a dar saltos como saltimbanquis y las autoridades estrechan las sudorosas manos de los gladiadores, envidiándoles su popularidad. Mientras estuvieron corriendo por el césped el país (14 millones de hipnotizados, según las estadísticas habituales) se olvidó de insultar a quienes lo representan en capitales, ciudades, pueblos, cortijos y villorrios ejerciendo el oficio más viejo del mundo: la política. Los aficionados regresan a sus ciudades respectivas en espera del siguiente asalto y aquí paz y después gloria, quiero decir, que todavía habrá un par de semanas más de tabarra con los goles marcados o que pudieron serlo, con las patadas, los errores arbitrales, y últimamente, el show de los entrenadores. El filósofo Pep consolará a los suyos con una verdad de Perogrullo, “la vida no es ganar siempre”, si perdieron el partiducho, y si lo ganaron dirá que lo han hecho ante un equipazo. Don Mou, si gana, no dirá ni mou, pero si pierde meterá el dedo en el ojo de cualquiera que ose mirarle. El hombre, premio Nobel de la Soberbia, ante un micrófono, es más peligroso que un cirujano ciego.

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