—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Diálogos (1)

(Lee la entrega anterior)

LÍOS DE FALDAS Y PANTALONES

Tras la sonada manifestación a favor de la churrería de doña Manuela, en la que había tenido un importante papel Sebastián Matute, el marido de la alcaldesa de Mospintoles, numerosos ciudadanos empezaron a hacer quinielas sobre el tiempo que duraría dicho matrimonio. Otros fueron mucho más allá haciendo cábalas sobre el tiempo que duraría en la concejalía don Faustino, al que situaban en oposición frontal a algunas decisiones tomadas últimamente por la alcaldesa. Así que la ciudad, en los siguientes meses a aquella histórica manifestación, fue todo un rumor de dimes y diretes, de pábulos y milongas.

Por si faltara poco para el chismorreo, los aconteceres de las últimas semanas, con la publicación de fotos de Piquito y Susana, introdujeron nuevos rumores sobre líos sonados de faldas y pantalones, estableciéndose en la ciudad, especialmente entre las gentes bien pensantes, desocupadas y chismosas, un estado de opinión que equiparaba a Mospintoles poco más o menos que con las bíblicas Sodoma y Gomorra.

» —¡Ya sólo falta que la señora alcaldesa también haga de las suyas!
—Pues eso me dijo ayer un pajarito, que la vieron la otra noche salir de la casa de… ¿adivina quién?

—Que le digo yo a usted que esto va a acabar muy mal, vecino… A la crisis del país, de la autonomía y del ayuntamiento se le ha unido una crisis de valores de aquí te espero…
—Es usted un exagerado, don Próspero…

Aquellos dos carcamales llevaban charlando más de una hora en el reservado de la cafetería «La Cama». Ambos tenían ya más años que Matusalem, por seguir con referencias bíblicas, pero aún se conservaban bastante bien gracias a una vida llena de comodidades y abundancia que les había permitido no dar un palo al agua en sus dilatadas biografías gracias a los beneficios que les aportaban sus heredadas rentas.
—Escúcheme bien, don Eleuterio, y luego me da o quita la razón. Todo lo que ahora le voy a contar lo sé de muy buena tinta…
—¿De calamar o de pulpo?
—Déjese de gracietas que la cosa es muy seria. Fíjese bien en lo que le voy a contar, aunque le ruego que no lo comente todavía a nadie.
—Soy una tumba, don Próspero.
—Todo el mundo sabe que doña María, la alcaldesa, se lleva mal con su marido, el Sebas. Pero lo que muy pocos saben es que el amigo se ha enrollado con esa periodista deportiva…
—Susana Crespo…
—Sí, Susana la fulana, porque además de encamarse con Sebastián lo hace también con Piquito, como pudo ver en la revista del otro día. Y hay quien dice, aunque esto no deja de ser una suposición aunque bien fundada, que el señor López también se pega sus juerguecitas con la negrita.
—¡Jooodeeeer!
—Eso digo yo, aquí el personal está jode que te jode a todas horas y luego no queda tiempo para hacer cosas decentes.
—¡Ya sólo falta que la señora alcaldesa también haga de las suyas!
—Pues eso me dijo ayer un pajarito, que la vieron la otra noche salir de la casa de… ¿adivina quién?
—De Octavio Hermosilla, el dueño de esta cafetería. Todo el mundo sabe que está coladito por los huesos de doña María.
—Tampoco me extrañaría, don Eleuterio, pero no, no era él. Era…

Don Próspero hizo el ademán de continuar la frase pero la dejó en suspenso. El muy ladino sabía mostrarse interesante cuando su auditorio, aunque sólo fuese otra serpiente como él, estaba expectante escuchándole. Su interlocutor, viendo que seguía con la boca abierta y sin terminar la frase, no tuvo más remedio que reprenderle su actitud.
—¡Coño, don Próspero, que ya nos conocemos! ¡Deje el suspense para otro día que me muero de ganas por saber quién es el susodicho!
—El señor López.
—¡Vaya, vaya!
—Ya sabe que la madre de Piquito está liada con el entrenador de éste, un tal Metzger, porque eso es de dominio público. El hijo, además de tirarse a la periodista anda de juerga más de la cuenta, con sexo, drogas y rock and roll.
—A eso habrá que unir que doña Manuela, la churrera, se pegará sus buenos meneos con Matute, si no de qué le iba éste a apoyar en su conflicto con el Ayuntamiento de su señora, pronto ex…
—Eso, ya lo ve, no lo había pensado pero… puede que tenga razón, don Eleuterio. Hoy día nadie da apoyos a cambio de nada. Y Matute, que no se come ya un rosco en casa, tiene que buscarse las alegrías con gente cachonda como esa periodista o doña Manuela, que dicho sea de paso, todavía está de pan y moja. Resumiendo, querido amigo: que la gente más guay de Mospintoles está más en las camas ajenas que en las propias. Sólo falta don Faustino…
—Ese… ese parece una mosquita muerta, a sus años, pero algunos sabemos lo que siempre ha guardado muy bien, que estuvo liado con la madre de Piquito, cuando ésta era una jovenzuela y vivía en Alcorcada, y que ahora tiene sus desahogos con Fátima, la morita esa que va a su casa a pasar el plumero y la escoba.
—Desde luego, con estos mimbres, no le extrañará lo que le dije antes sobre la crisis de valores que tenemos encima. Si esta gente, que son la elite de la ciudad, sólo piensa en los asuntos de la entrepierna, ya me dirá qué futuro nos espera. Y encima esta puñetera crisis económica que amenaza con instalarse definitivamente… Mis rentas van de capa caída y voy a tener seriamente que restringir el jamón y la merluza, don Eleuterio…
—Dígamelo a mí, que ayer tuve que ir al banco a pedir un préstamo porque mis deudores no me pagan ya que a su vez no les pagan. ¡Esto es el fin del mundo, amigo!
—No, si al final de mis días voy a tener que cambiar hasta de nombre…

Don Próspero no pudo evitar reírse de su propio chiste.

[Continuará…]