—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Don Rosendo (2)

(Lee la entrega anterior)

El chalé de don Anselmo Reina se encuentra a las afueras de Mospintoles, en una de las dos zonas residenciales de la ciudad. Viéndole moverse por el salón nadie diría que acaba de cumplir 75 años. Por fin cesa su hiperactividad y se sienta al lado de su invitado, un hombre de mediana estatura, escaso pelo y abundantes carnes.
—¡Cómo le envidio, don Anselmo! Si a su edad se mueve como si fuera un chaval de quince años… Yo, en cambio, con este tonelaje…
—Es usted un exagerado, don Rosendo… Desde que lo conozco, hace ya tantos años que ni me acuerdo, siempre ha estado así de rellenito…
—Como una aceituna… Sólo me falta la anchoa…
—La buena vida que se dan ustedes, los curas… Pocas preocupaciones, sueldo asegurado, aunque escaso… Siempre le he envidiado…
—El abogado más prestigioso de Mospintoles envidiándome… ¡El mundo al revés!

» Otro en mi lugar, don Rosendo, habría intervenido para que aquel hijo no deseado nunca hubiera nacido. Una buena clínica en Londres, un fin de semana sin que nadie se enterase y jamás Matute habría entrado en esta familia.

—Entiéndame, don Rosendo. Lo suyo es calidad de vida y lo demás son cuentos. Pero tómese el café antes de que se enfríe… Dentro de quince minutos vendrá nuestra pareja rival. Esta vez tenemos que darles una paliza. Desde hace cuatro sábados no levantamos cabeza.
—Ya sabe que en las cartas influye mucho el azar y a don Pedro y don Alberto desde hace un tiempo se les ha aparecido la virgen en esto del mus.
—Pues haga usted algo… que la tiene más cerca por su profesión…
—Perdón por la frase hecha, don Anselmo, es muy poco apropiada en mi caso.
—Peor sería que hubiera dicho esa otra que dice: “todos los tontos tienen suerte”…

La pareja empezó a reírse a carcajadas. Estaban solos en el chalé, como ocurría siempre que se juntaban con la otra pareja citada para echar un par de horas de amigable charla y de juego a las cartas. Al cabo de medio minuto de risa, don Anselmo se puso serio y obligó al cura a cambiar el semblante.
—Quisiera hablarle de un tema que me preocupa.
—Ya sabe que cuenta con un amigo fiel.
—Lo sé, no es la primera vez que le confío un secreto o una misión… Esta vez la cosa es muy delicada y… muy personal.
—Hable con entera confianza, don Anselmo. Como si estuviéramos en el confesionario.
—Me quedan pocos años de vida y no quisiera irme de este mundo sin intentar dejar atado un gran fracaso personal. En realidad es de mi hija, María, pero siempre lo he asumido como mío propio.
—¡Pero si doña María sólo ha conseguido éxitos en la vida! Ahora mismo es alcaldesa de Mospintoles y me han dicho los que saben de eso que tiene muchas posibilidades de dar el salto a la política regional e incluso nacional…
—No le hablo de eso. Le hablo de una vieja historia que usted conoce bien pero que habrá olvidado. Yo no…
—Sigue sin asumir su matrimonio con Matute… ¿Es eso?
—Por supuesto… Una familia de nuestro prestigio y posición emparentada con ese pobre tipo…
—Tanto como pobre, don Anselmo… Tiene un concesionario de Mercedes, en la ciudad la gente le estima mucho, es una excelente persona…
—Paparruchas… Hubiera sido un muerto de hambre de no haberle prestado dinero para poner el taller de coches tras su boda con mi hija. Y lo del concesionario de esos coches de lujo es fruto del capricho de María. No…, no es la persona apropiada para una mujer de la valía de mi hija.
—En eso no le falta razón, pero es el padre de su nieto…
—Es lo único que no discuto. Bien que se lo montó Matute preñando a María cuando salían a escondidas de mí y mi Marisa, que en gloria esté. Sabía que la única posibilidad de casarse y entrar a formar parte de esta familia era hacerle un bombo y ¡vaya que si se lo hizo!
—Eso ya pasó hace tiempo, hará más de diez años. Hay que olvidar y perdonar, don Anselmo…
—¡Eso nunca! ¿Cómo olvidar que mi hija tuvo que casarse deprisa y corriendo con aquel chisgarabís sin oficio ni beneficio? Sabía muy bien lo que hacía el muy bribón… Otro en mi lugar, don Rosendo, habría intervenido para que aquel hijo no deseado nunca hubiera nacido. Una buena clínica en Londres, un fin de semana sin que nadie se enterase y jamás Matute habría entrado en esta familia.
—No se torture con los malos recuerdos, don Anselmo. Ustedes no podían cometer ese crimen siendo tan buena familia, tan decentes, tan católicos… Yo mismo…
—Siempre le he agradecido sus consejos en aquella ocasión, siempre. Pero de aquellos polvos, nunca mejor dicho, vienen estos lodos…
—No le entiendo… Aquel niño que nació por la gracia de Dios es un chaval muy majo, poco estudioso, eso sí, aunque en mis clases de religión lo hace muy bien. El matrimonio se lleva bien, se quiere…
—Ese matrimonio no se ha roto ya en mil pedazos porque puede perjudicar la carrera política de María. Amigo, está usted muy equivocado. Hace años que esa unión no funciona como Dios manda. Por eso quiero que usted me ayude a romperla definitivamente.
—¿Pero cómo me puede pedir eso?
—Escuche mi plan. María está convencida de que Matute anda liado ocasionalmente con algunas fulanas de la ciudad. La periodistilla esa de Radio Mospintoles, la mujer de uno de sus mecánicos o alguna más que usted ni se imagina. Sin embargo, está atada de pies y manos porque, como le decía, no quiere que una separación le pueda afectar a su carrera política. Al menos hasta que dé el salto a la Comunidad de Madrid o al gobierno nacional. Matute es un tío muy conocido y estimado en la ciudad. No sabemos cuál sería la reacción del populacho que vota a María porque es la mujer del Sebas. Así que he pensado, y de esto no sabe nada mi hija, que si pudiéramos pillar in fraganti a Matute liado con una de esas fulanas, el camino se allanaría muy fácilmente. Por eso estoy dispuesto a contratar a un detective para que le siga la pista día y noche. Estoy convencido de que logrará aportar las pruebas del adulterio en muy poco tiempo.
—¿Y qué pinto yo en todo esto?
—Usted conoce y trata con Matute. Los dos son seguidores del Barça y están en esa peña que han creado hace poco. Es un pecado, don Rosendo, ser fan del equipo catalán cuando usted vive en Madrid… ¡Ser hincha de esos separatistas!
—Sí, lo reconozco, pero continúo la tradición familiar. Mi padre era culé hasta las cachas… Reconózcame que sólo es un pecadillo venial…
—Dios ya se lo habrá perdonado. Pero no divaguemos porque en unos minutos estarán aquí nuestros rivales de cartas. Lo que le propongo es que, simplemente, me informe de cualquier cosa que Matute haga o diga y que permita pillarle con las manos en la masa. Hábilmente usted puede sonsacarle alguna confidencia. Si viesen un partido juntos en el Nou Camp, con la orgía de goles y unas copichuelas de más, el Sebas podría irse un poquito de la lengua… No pretendo que vaya más allá, sólo que esté atento a los detalles y me los cuente, que le sonsaque un poco su agenda fuera del trabajo… Esa información ayudaría mucho al detective. Con la prueba del delito en nuestro poder, ni los más allegados a Matute verían con malos ojos que María rompiese el matrimonio. En los tiempos actuales los hombres son iguales que las mujeres así que cualquier infidelidad tiene que merecer su castigo, la haga una mujer o… un hombre, ¿no cree?

En esos momentos llamaron a la puerta. Los dos viejos amigos, don Anselmo y don Rosendo, se miraron a los ojos. No hizo falta nada más.

[Continuará…]

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