—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Don Rosendo (4)

(Lee la entrega anterior)

Don Rosendo echó una ojeada al reloj. Faltaban diez minutos para el cierre de la iglesia. Descorrió un poco la cortinilla del confesionario y sólo vio de espaldas, sentado en la primera banca, a un chico joven vestido desaliñadamente. Volvió a cerrar las cortinillas. Entonces sintió unas ganas enormes de fumarse un pitillo. ¿Sería pecado hacerlo dentro del confesionario? Sólo de pensarlo se sobresaltó.
—Quiero confesarme.

Aquellas palabras le pillaron tan de improviso que volvió a sobresaltarse. El corazón empezó a latirle aceleradamente.
—¿Me oye?
—Sí, hijo, sí… Perdona, estaba tan concentrado rezando al buen Dios que no me he dado ni cuenta.
—Quiero confesarme.

» —No se haga el santurrón, curilla, padre consejitos, el que se mete en la vida de los demás para amargársela. Manipulador…

Don Rosendo se tranquilizó pero, curioso, volvió a descorrer las cortinillas. Aquel joven había desaparecido. Sintió un irreprimible deseo de cerciorarse.
—¿Estabas sentado hace un momento en el primer banco?
—Sí. Desde hace diez minutos estoy yo solo en la iglesia, Y usted, claro. Solos los dos…
—¿Cuántos años tienes?
—¿Me va a hacer la ficha, curilla de mierda?

A don Rosendo le entró de repente un miedo atroz.
—¿Cómo has dicho?
—Curilla de mierda.
—Vete inmediatamente de aquí. Esta es la casa de Dios y yo le represento…
—Chisss, hable más bajo que pueden oírle…
—¿Quienes? –don Rosendo se sobresaltó nuevamente pues creía que, para su desgracia, no había nadie en la Iglesia del Buen Pastor. Sólo él y ese joven chalado que tenía al otro lado de la rejilla lateral del confesionario.
—Quiénes van a ser: los cristos y los santos que hay por aquí…
—Que Dios te perdone…
—Dios no me quiere, padre…
—Y tú, ¿qué quieres de mí? Cuéntame tus problemas. Soy una persona con muchos amigos y quizás pueda solucionártelos…
—Aquí el único que tiene un problema es usted…
—¿Y cuál es, hijo mío?
—¡No me llame hijo mío, curilla de mierda! Quiero hacerle pagar el daño que me ha hecho.

Don Rosendo se quedó absolutamente helado, sin poder articular palabra.
—No entiendo nada… ¿Qué daño te he hecho si no te conozco?
—Es usted don Rosendo, ¿verdad? —el chaval quiso cerciorarse.
—Sí, claro… pero debes estar en un error.
—¡No hay error ni leches!
—Tranquilízate, muchacho. Dime, ¿qué tienes contra mí? ¿Qué te he podido hacer sin darme cuenta? Perdóname si ha habido algo…
—¡Cállese!

Los siguientes segundos, de silencio por ambas partes, se le hicieron eternos a don Rosendo. Iba a tomar la palabra cuando el chico se le adelantó.
—Quiero a una chica que vive al lado de casa. Me pone mucho y he perdido la cabeza por ella. Nunca pensé que pudiera pasarme a mí.
—Es algo normal, muchacho… Ya sabes, el amor…
—Todo iba bien hasta que usted entró en su vida.
—¡Coño! Uy, perdón, pero ahí debe estar el error…
—Llevábamos saliendo desde hace dos meses y ayer, la muy puta, me dijo que nunca más la volviese a ver.
—Y me parece bien si es así como la calificas. Además, estas cosas de los enamoramientos y desenamoramientos son normales. Tú pareces muy joven y seguro que ella también lo es.
—¡No, curilla de mierda! ¡Tú no eres nadie para dar consejos sobre cosas que no sabes! ¡Tú has sido quien la ha convencido de que no salga conmigo!

En esos momentos Don Rosendo se dio cuenta de quién era en realidad el tipo que tenía “confesándose” de tan mala manera. Un tipo al que, a través de la celosía del confesionario, creyó ver con algún objeto metálico y brillante entre las manos.
—Tú eres Jaime el Rubio, ¿verdad?

Don Rosendo creyó que descubriendo a su interlocutor podría desarmarle más fácilmente.
—Sí, curilla, sí… Y ella es Marta, la hija de Eustaquia, la beata a la que tiene a todas horas en la iglesia comiéndole el nabo…
—¿¡Cómo te atreves…!?
—Quieto, curilla… Ya habrás visto cómo reluce este cuchillo que tengo en la mano…
—Dime que no le has hecho ningún daño a la madre y a la hija, ¡dímelo!
—Ellas no tienen la culpa de ser unas meapilas que hacen todo lo que les dice el cabrón de su curilla.
—La madre me pidió consejo sobre lo vuestro y yo sólo le dije lo habitual en estos casos, que hablara con su hija y contigo, que mirarais en vuestros corazones para averiguar si sólo os atrae el deseo o hay algo más profundo. ¡Le dije lo mismo que digo a todos los que me piden consejo en estas cosas! Hará una semana vino la hija, a la que mira por donde había dado clase en el instituto hace unos años, una buena niña, y me pidió consejo sobre qué debía hacer porque estaba hecha un lío con lo vuestro. Le dije lo mismo que le había dicho a su madre. No me culpes a mí de que vuestras relaciones vayan bien o mal. ¡Es lo que me faltaba por oír!
—No se haga el santurrón, curilla, padre consejitos, el que se mete en la vida de los demás para amargársela. Manipulador… Todo iba bien con mi chavala hasta que la beata de su madre le pidió consejo y usted largó por esa boca de víbora. La gente cree que porque va vestido con esa sotana es de fiar. Me cago…
—Chaval, tú has leído demasiadas novelas…

Don Rosendo no se dio cuenta de que el joven se había levantado. De pronto vio descorrerse la cortina y cómo un cuchillo de gran tamaño iba directo a su corazón. Pese a la sorpresa, reaccionó instintivamente hundiéndose en el asiento. El cuchillo sólo le rasgó un trozo de tela de la sotana. A consecuencia del fallido golpe, se cayó al suelo del confesionario. El breve desconcierto que eso originó en el agresor, unido a la pequeña pérdida de equilibrio que tuvo, permitió al cura pulsar un timbre de alarma que tenía en el techo del confesionario. Instantáneamente todas las luces de la iglesia se encendieron y una música claramente religiosa comenzó a sonar por los altavoces.

Al desconcierto inicial de Jaime el Rubio se le sumó la inesperada sorpresa de aquellas luces y cánticos. Rápidamente se incorporó y se dirigió corriendo en dirección a la puerta. Cuando Don Rosendo salió del confesionario el joven ya había desaparecido. Respiró hondo y sacó el teléfono móvil del bolsillo de la sotana.
—Soy el párroco de la iglesia del Buen Pastor. Vengan pronto, por favor, han intentado asesinarme.

[Continuará…]

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