—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Los insumisos (2)

(Lee la entrega anterior)

Resignado a tragarse su mala baba con aquella nueva prueba de fe que le pedía la corregidora de Mospintoles, el profesor echó otra ojeada al currículo mientras aguardaba a que el tipo llegara… cuando quisiera llegar, claro, que para eso la juventud de hoy en día se citan laxamente de once y media a doce.

Para su sorpresa, no bien se había extinguido el eco del doble repique del esquilón de la torre, llamaron a su puerta. Don Faustino ni se levantó, y elevando la voz dio su autorización:
—¡Pase!

Un chaval alto, bien vestido, de tez morena y pelo corto, asomó por la puerta:
—¿Don Faustino? ¿Da usted su permiso?

» (…) y para hacerlo de una forma… legal, tendremos que recurrir a una empresa que mantenga algún contrato de servicios con el Ayuntamiento.

Muy educadito venía el trepa. Son todos muy modositos cuando llegan a pedir, aunque su ego les impide rebajarse a suplicar. Siempre hubo recomendados, pero ahora eran impuestos…
—¡Siéntese! –ordenó más que ofreció don Faustino con hosquedad. Luego hizo como que consultó las dos hojitas que tenía delante de él–. Se llama usted Jorge Sanz… ¿Nos conocemos? Tengo la impresión de que he oído su nombre en alguna otra ocasión –dijo don Faustino ajeno a la interpretación contemporánea.

El chaval, cansado hasta el hastío del chistecito, respiró hondo y suspiró lentamente, pero sin acrimonia…
—No sé si usted me conoce a mí. Yo a usted sí. Es usted muy popular en Mospintoles –lisonjeó el joven con franqueza, cosa que al profe no le hizo ni pizca de gracia.
—Me pide la alcaldesa que le ubique en algún servicio de la Administración a media jornada para aprovechar sus conocimientos, ¿que son…?
—La verdad es que yo no le he pedido nada a María… Tan sólo me dijo que me presentara hoy aquí a las once y media.
—¿Se da usted cuenta de la imposibilidad de esta petición?
—Don Faustino, le repito que yo no he pedido que se me acomode en ningún sitio.

Por primera vez don Faustino miró a los ojos del chaval y respiró pesadamente…
—Jorge Sanz… El caso es que su nombre me suena… y mucho. ¿De verdad que no nos conocemos?
—Ya le he dicho que yo a usted sí le conozco. Pero es que a usted le conoce toda la ciudad –el chico se revolvió incómodo en su silla, que era igual que la de don Faustino.
—Aquí me dice la alcaldesa que trabó contacto con usted en la Cafetería La Cama. ¿Frecuenta usted aquel establecimiento, señor… Jorge Sanz?
—No señor. Solamente entré allí una vez, tras las elecciones municipales del año pasado.
—Pues debió de causar usted muy buena impresión a la alcaldesa para que se acuerde de usted tantos meses después.
—Lo cierto es que después de ese día me he entrevistado con María en varias ocasiones.
—¡Ah! Entiendo… Jorge Sanz… No logro recordar… –al chaval, la bromita con su nombre ya le parecía que pasaba de castaño oscuro, pero nada dijo sobre el particular; se decía que don Faustino era tan raro…–. El caso es que me veo en la obligación de atender la petición de la alcaldesa, y para hacerlo de una forma… legal, tendremos que recurrir a una empresa que mantenga algún contrato de servicios con el Ayuntamiento. Pero ahora mismo no hay ninguna vacante… Salvo que echemos a alguien… Quiero decir, salvo que le digamos a la empresa que rescinda el contrato de algún trabajador… –don Faustino miraba fijamente a los ojos del chaval, atento a sus reacciones.
—Perdone que insista, don Faustino, pero yo no he venido aquí por ningún acomodo, sino por satisfacer la voluntad de María.
—¡Ah! La voluntad de María… –dijo enfatizando empalagosamente el nombre de pila de la primera edila. A don Faustino se le había pegado mucho del sarcasmo de su amigo Manolo, y ahora afloraba, aunque no quisiera, cuando se sentía presionado–. Pero yo también me veo en la obligación de satisfacer la voluntad de la alcaldesa…

Don Faustino guardó silencio, esperando a que el chaval hablara. Él era un maestro en las distancias cortas, o al menos eso decían… Pero debía estar perdiendo su… ¿cómo había dicho Manolo aquel día en la velada de boxeo…? ¡Ah, sí! Su punch… Él debía estar perdiendo su punch en las distancias cortas porque el silencio no parecía incomodar al jovencito. Al final iba a ser cierto que no había ido allí en busca de nada…
—Jorge Sanz… Su nombre me es tremendamente familiar, y sin embargo no logro recordar… –por fin don Faustino reconoció un gesto de incomodidad en el chico y se dispuso a aprovecharse de ello–. Si usted me ayudara…
—Mi nombre debe resultarle familiar por el del actor…
—Entonces, ¿tienen ustedes un actor en la familia?

[Continuará…]